A la memoria de mi madre
El mar, estruendo
y remolino de sulfatos,
de pronto me devuelve
a mi joven nadadora.
Leve y desnuda emerge
como desmemoriada y viene
subiendo por la escalinata
rota del antiguo muelle.
Al pasar junto a mí,
bañada de burbujas,
no me ve. Yo no existo.
Un filamento de alga
en su ancha boca sonámbula
escurre agua. Ebrios
los ojos color de acero
se despiden de una tempestad
en el horizonte.
Yo no existo.
No existo. Y reconozco
su imprecisa distracción
al empuñar el manubrio
de la bicicleta y partir
calmosa a lo largo
de las tablas carcomidas.
Yo no existo. (Casi capullo
de espuma, mi cuerpo no ha
dislocado aún el vientre
de la pequeña nadadora).
Por el embarcadero
las ruedas se demoran y giran
lentamente hacia el pecho
del amoroso extraño que hoy,
junto con la noche
de hace más de medio siglo,
se bajará del tren
a las 7:15 en la aldea.
Helga Krebs (Sonthofen, 1928-Sonora, 2010)
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