viernes, 14 de julio de 2023

antonin artaud / tres textos










Toda escritura es cosa de chanchos

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Toda escritura es cosa de chanchos.
       Las personas que salen de la vaguedad para tratar de definir como quiera que fuere aquello que ocurre en su pensamiento, son unos chanchos.
       Toda gente de letras es chancha, y en particular la de este tiempo.
       Todos aquellos que tienen puntos de referencia en el espíritu, quiero decir, en cierto lugar de la cabeza, en puntos bien localizados de su cerebro, todos aquellos que son maestros de su idioma, todos aquellos para quienes las palabras tienen un sentido, todos aquellos para quienes existen alturas en el alma, y corrientes de pensamiento, pienso en sus tareas precisas, y en ese chillido de autómatas que lanza a los cuatro vientos su espíritu,
                 -son chanchos.
       Aquellos para quienes ciertas palabras tienen un sentido, y ciertas maneras de ser, aquellos que tan bien construyen maneras, aquellos para quienes los sentimientos pueden clasificarse y que discuten sobre un grado cualquiera de sus hilarantes clasificaciones, aquellos que creen todavía en los "términos", aquellos que remueven ideologías que han adquirido prestigio en su época, aquellos cuyas mujeres hablan tan bien, y también esas mujeres que hablan tan bien y que hablan de las tendencias de la época, aquellos que creen aún en una orientación del espíritu, aquellos que siguen caminos, que agitan nombres, que hacen gritar a las páginas de los libros,
       ésos son los peores chanchos.
       ¡Usted habla por hablar jovencito! 
       No, pienso en los críticos barbudos.
       Y ya se lo dije: nada de obras, ni de lengua, ni de palabras, ni de espíritu, nada.
       Nada sino un hermoso Pesa Nervios.
       Una especie de posición incomprensible y erguida en medio de todo el espíritu.
       Y no esperen que les nombre ese todo, en cuantas partes se divide, que les diga su peso, que prosiga, que me ponga a discutir acerca de ese todo y que, al discutir, me pierda y que me ponga así sin saberlo a pensar -y que se aclare, que viva, que se orne de una multitud de palabras, todas bien pulidas de sentido, diferentes todos, y capaces de revelar todas las actitudes, todos los matices de un pensamiento muy sensible y penetrante.
       ¡Ah! esos estados que nunca se nombran, esas situaciones anímicas eminentes, ¡ah! esos intervalos de la mente, ¡ah! esas minúsculas pifias que son el pan cotidiano de mis horas, ¡ah! ese pueblo hormigueante de impresiones -siempre las mismas palabras son las que me sirven y en verdad no tengo el aire de moverme mucho en mi pensamiento, pero en realidad me muevo en él más que ustedes, barbas de asno, chanchos pertinentes, maestros del verbo falso, levantadores de retratos, folletinistas, plantas bajas, herboristas, entomólogos, plaga de mi lengua.
       Ya les dije que no poseo más mi lengua, pero esto no es una razón para que ustedes persistan, para que ustedes se obstinen en la lengua.
       Vamos, dentro de diez años me comprenderán las personas que harán entonces lo que ustedes harían. Entonces se conocerán mis géiseres, se verán mis hielos se habrá aprendido a desnaturalizar mis venenos, se desovillarán mis juegos de almas.
       Entonces todos mis cabellos se habrán sumergido en la cal, todas mis venas mentales, entonces se divisará mi bestiario, y mi mística se habrá convertido en un sombrero. Entonces se verá humear las juntas de las piedras, y arborescentes ramos de ojos mentales cristalizarán en glosarios, entonces se verá caer aerolitos de piedra, entonces se verán cuerdas, entonces se comprenderá la geometría sin espacios, y se conocerá qué es la configuración del espíritu, y se comprenderá cómo perdí el espíritu.
       Entonces se comprenderá por qué mi espíritu no está allí, entonces se verá secarse todas las lenguas, desecarse todos los espíritus, volverse coriáceas todas las lenguas, y las figuras humanas se aplanarán, se desinflarán, como aspiradas por ventosas desecantes, y esta membrana lubrificante y cáustica, esta membrana de dos espesores, de múltiples grados, de una infinidad de lagartos, esta membrana vidriosa y melancólica, pero tan sensible, tan pertinente también, tan capaz de multiplicarse, de desdoblarse, de volverse con su reflejo de lagartos, de sentidos, de estupefacientes, de irrigaciones penetrantes y venenosas,
       entonces, todo esto será aceptado,
       y ya no tendré necesidad de hablar.

(Le Pèse-Nerfs, 1927)

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Descripción de un estado físico

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      Una sensación de quemadura ácida en los miembros,
       de músculos retorcidos y como en carne viva, el sentimiento de ser de vidrio y fácil de romper, un miedo, una retracción ante el movimiento y el ruido. Un trastorno inconsciente del andar, de los gestos, de los movimientos. Una voluntad perpetuamente tirante en lo que hace a los gestos más simples,
        la renuncia al gesto simple,
       una fatiga sorprendente y central, una especie de fatiga aspirante. Necesidad de recomponer los movimientos, una especie de fatiga mortal, fatiga del espíritu para una aplicación de la tensión muscular más simple, el gesto de asir, de engancharse inconscientemente con algo,
       que sostener mediante una voluntad aplicada.
       Una fatiga de comienzo del mundo, la sensación de que hay que llevar el propio cuerpo, un sentimiento de fragilidad increíble, y que se transforma en un sufrimiento demoledor,

       un estado de dolorosa torpeza, una especie de torpeza localizada en la piel, que no impide hacer ningún movimiento, pero que cambia la sensación interna de un miembro, y da a la simple posición vertical el precio de un esfuerzo victorioso.

       Localizado posiblemente en la piel, pero sentido como la supresión radical de un miembro, y sin que presente ya al cerebro otra cosa que imágenes de miembros lejanos y fuera de su lugar. Una especie de ruptura interior de la correspondencia entre todos los nervios.

       Un vértigo movedizo, una especie de encadilamiento oblicuo que acompaña a cada esfuerzo, una coagulación de calor que encierra toda la extensión del cráneo, o se desprende de él a pedazos, placas de calor que se desplazan.

       Una exacerbación dolorosa del cráneo, una cortante presión de los nervios, la nuca empecinada en sufrir, sienes que se vitrifican o se vuelven de mármol, una cabeza pisoteada por los caballos.

       Habría que hablar ahora de la descorporización de la realidad, de esa especie de ruptura dedicada, se diría, a multiplicarse a sí misma entre las cosas y el sentimiento que ellas producen en nuestro espíritu, el lugar que ellas deben tomar.

       Esa ordenación instantánea de las cosas en las células del espíritu, no exactamente en un orden lógico, sino en su orden sentimental, afectivo

        (que ya no se cumple):

        las cosas ya no tienen olor, ni sexo. Pero su orden lógico también a veces se rompe debido justamente a su carencia de relente afectivo. Las palabras se pudren en el llamado inconsciente del cerebro, todas las palabras para cualquier operación mental, y sobre todo aquellas que tienen que ver con los resortes más habituales, más activos, del espíritu.

(L'Ombilic des Limbes, 1925)

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Posdata

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¿Quién soy?
¿De dónde vengo?
Soy Antonin Artaud
y en cuanto lo diga
como sé decirlo
inmediatamente
veréis mi cuerpo actual
volar en pedazos
y rehacerse
bajo diez mil aspectos notorios
un cuerpo nuevo
en el que ya nunca
podréis
olvidarme

(Le Théâtre de la Cruauté, 1932)

***
Antonin Artaud (Marsella,  1896-Ivry-sur-Seine, 1948)
Versiones de Raúl Gustavo Aguirre

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Toute l’écriture est de la cochonnerie

*

Toute l’écriture est de la cochonnerie.
   Les gens qui sortent du vague pour essayer de préciser quoi que ce soit de ce qui se passe dans leur pensée, sont des cochons.
   Toute la gent littéraire est cochonne, et spécialement celle de ce temps-ci.
   Tous ceux qui ont des points de repère dans l’esprit, je veux dire d’un certain côté de la tête, sur des emplacements bien localisés de leur cerveau, tous ceux qui sont maîtres de leur langue, tous ceux pour qui les mots ont un sens, tous ceux pour qui il existe des altitudes dans l’âme, et des courants dans la pensée, ceux qui sont esprit de l’époque, et qui ont nommé ces courants de pensée, je pense à leurs besognes précises, et à ce grincement d’automate que rend à tous vents leur esprit,
   — sont des cochons.
   Ceux pour qui certains mots ont un sens, et certaines manières d’être, ceux qui font si bien des façons, ceux pour qui les sentiments ont des classes et qui discutent sur un degré quelconque de leurs hilarantes classifications, ceux qui croient encore à des « termes », ceux qui remuent des idéologies ayant pris rang dans l’époque, ceux dont les femmes parlent si bien et ces femmes aussi qui parlent si bien et qui parlent des courants de l’époque, ceux qui croient encore à une orientation de l’esprit, ceux qui suivent des voies, qui agitent des noms, qui font crier les pages des livres,
   — ceux-là sont les pires cochons.
   Vous êtes bien gratuit, jeune homme !
   Non, je pense à des critiques barbus.
   Et je vous l’ai dit : pas d’œuvres, pas de langue, pas de parole, pas d’esprit, rien.
   Rien, sinon un beau Pèse-Nerfs.
   Une sorte de station incompréhensible et toute droite au milieu de tout dans l’esprit.
   Et n’espérez pas que je vous nomme ce tout, en combien de parties il se divise, que je vous dise son poids, que je marche, que je me mette à discuter sur ce tout, et que, discutant, je me perde et que je me mette ainsi sans le savoir à PENSER, — et qu’il s’éclaire, qu’il vive, qu’il se pare d’une multitude de mots, tous bien frottés de sens, tous divers, et capables de bien mettre au jour toutes les attitudes, toutes le nuances d’une très sensible et pénétrante pensée.
   Ah ! ces états qu’on ne nomme jamais, ces situations éminentes d’âme, ah ! ces intervalles d’esprit, ah ! ces minuscules ratées qui sont le pain quotidien de mes heures, ah ! ce peuple fourmillant de données, — ce sont toujours les mêmes mots qui me servent et vraiment je n’ai pas l’air de beaucoup bouger dans ma pensée, mais j’y bouge plus que vous en réalité, barbes d’ânes, cochons pertinents, maîtres du faux verbe, trousseurs de portraits, feuilletonistes, rez-de-chaussée, herbagistes, entomologistes, plaie de ma langue.
   Je vous l’ai dit, que je n’ai plus ma langue, ce n’est pas une raison pour que vous persistiez, pour que vous vous obstiniez dans la langue.
   Allons, je serai compris dans dix ans par les gens qui feront aujourd’hui ce que vous faites. Alors on connaîtra mes geysers, on verra mes glaces, on aura appris à dénaturer mes poisons, on décèlera mes jeux d’âmes.
   Alors tous mes cheveux seront coulés dans la chaux, toutes mes veines mentales, alors on percevra mon bestiaire, et ma mystique sera devenue un chapeau. Alors on verra fumer les jointures des pierres, et d’arborescents bouquets d’yeux mentaux se cristalliseront en glossaires, alors on verra choir des aérolithes de pierre, alors on verra des cordes, alors on comprendra la géométrie sans espaces, et on apprendra ce que c’est que la configuration de l’esprit, et on comprendra comment j’ai perdu l’esprit.
   Alors on comprendra pourquoi mon esprit n’est pas là, alors on verra toutes les langues tarir, tous les esprits se dessécher, toutes les langues se racornir, les figures humaines s’aplatiront, se dégonfleront, comme aspirées par des ventouses desséchantes, et cette lubrifiante membrane continuera à flotter dans l’air, cette membrane lubrifiante et caustique, cette membrane à deux épaisseurs, à multiples degrés, à un infini de lézardes, cette mélancolique et vitreuse membrane, mais si sensible, si pertinente elle aussi, si capable de se multiplier, de se dédoubler, de se retourner avec son miroitement de lézardes, de sens, de stupéfiants, d’irrigations pénétrantes et vireuses,
   alors tout ceci sera trouvé bien,
   et je n’aurai plus besoin de parler.

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Description d’un état physique
 
*

    une sensation de brûlure acide dans les membres,
    des muscles tordus et comme à vif, le sentiment
d’être en verre et brisable, une peur, une rétraction
devant le mouvement, et le bruit. Un désarroi incon-
scient de la marche, des gestes,des mouvements. Une
volonté perpétuellement tendue pour les gestes les
plus simples,
     le renoncement au geste simple,
     une fatigue renversante et centrale, une espèce de
fatigue aspirante. Les mouvements à recomposer, une
espèce de fatigue de mort, de la fatigue d’esprit pour
une application de la tension musculaire la plus simple,
le geste de prendre, de s’accrocher inconsciemment à
quelque chose,
     à soutenir par une volonté appliquée.
     Une fatigue de commencement du monde, la sensa-
tion de son corps à porter, un sentiment de fragilité in-
croyable, et qui devient une brisante douleur,
     un état d’engourdissement douloureux, une espèce
d’engourdissement localisé à la peau, qui n’interdit
aucun mouvement mais change le sentiment interne
d’un membre, et donne à la simple station verticale
le prix d’un effort victorieux.
      Localisé probablement à la peau, mais senti comme
la suppression radicale d’un membre, et ne présentant
plus au cerveau que des images de membres filiformes
et cotonneux, des images de membres lointains et
pas à leur place. Une espèce de rupture intérieure
de la correspondance de tous les nerfs.
      Un vertige mouvant, une espèce d’éblouissement
oblique qui accompagne tout effort, une coagulation
de chaleur qui enserre toute l’étendue du crâne ou
s’y découpe par morceaux, des plaques de chaleur
qui se déplacent.
      Une exarcebation douloureuse du crâne, une cou-
pante pression des nerfs, la nuque acharnée à souffrir,
des temps qui vitrifient ou se marbrent, une tête
piétinée de chevaux.
      Il faudrait parler maintenant de la décorporisation
de la réalité, de cette espèce de rupture appliquée,
on dirait, à se multiplier elle-même entre les choses
et le sentiment qu’elles produisent sur notre esprit,
la place qu’elles doivent prendre.
     Ce classement instantané des choses dans les cellules
de l’esprit, non pas tellement dans leur ordre logique,
mais dand leur ordre sentimental, affectif
     (qui ne se fait plus) :
     les choses n’ont plus d’odeur, plus de sexe. Mais
leur ordre logique aussi quelquefois est rompu à cause
justement de leur manque de relent affectif. Les mots
pourrissent à l’appel inconscient du cerveau, tous les
mots pour n’importe quelle opération mentale, et sur-
tout celles qui touchent aux ressorts les plus habituels,
les plus actifs de l’esprit.

~

Qui suis-je ?
D’où je viens ?
Je suis Antonin Artaud
et que je le dise
comme je sais le dire
immédiatement
vous verrez mon corps actuel
voler en éclats
et se ramasser
sous dix mille aspects
notoires
un corps neuf
où vous ne pourrez
plus jamais
m’oublier.

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