Le gritaban borracho, mujeriego un bueno para nada
*
a Martín Vargas
Ahora que sabes como muerde la galucha herida
y el “Pega martín pega” se ha transformado
en la búsqueda de una pega mal asalariada.
Ahora que duelen tus nudillos cuando llovizna
y ese automóvil flamante
es un hueso quebrado en la memoria:
recuerdos que tiran la toalla
y caen derrotados en este rincón.
Ahora, mientras los perfectos pómulos de una Miss
han ocupado el lugar de tus cicatrices en la pantalla
descubres que esos colores de la Virgen de Lourdes
no pueden, ni podrán, rayar las pintas de ningún tigre.
Sí, ahora tienes razón: la vida es un puñetazo.
~
Ritual de la resurrección
*
Escogeremos el calendario viejo
para iniciar nuestra memoria.
Escribiremos para que otro sentido herede la voz:
un atrapa niebla de palabras ausentes
ahogadas en el río ligero del olvido.
Y cuando este pueblo baje óvulo su invierno
a buscar nuevos hijos para la arruga
nuestro silabear será la lluvia jugando
con dibujos que un niño traza en la ventana.
Dejemos que estas redes
sean remendadas por los muertos,
un hombre envejece
sólo cuando olvida su primer sueño.
Es hora de conversar y beber con mis parientes.
Están alrededor de la mesa:
el tío que ha de morir bajo las patas
de un caballo loco y la abuela que conocí
a través de la altiva tristeza de mi madre.
No tenemos medallas para este siglo.
Somos destino y sucesión:
el tiempo suficiente
de la oruga en su arrastre
de la sílaba en su tierra
del amor en su preñez.
Estamos bebidos hasta las sienes
pero recogeremos el canto, porque
si algo perece estas manos sabrán forjar
nuevamente su tierra
y cuando para uva sea, entonces
su cielo.
~
Boceto de bahía para Homero
*
Escribo memoria en este embarcadero
cuando sus redes traen más frío
del que podemos recordar.
Queda sólo el tejido de las barcas,
el grito de Ulises llamando en vano
este perro ahogado en otro siglo.
Rostros que hace tiempo parecen
condición del pasado
observan sospechando que trafique
el vino amargo de los naufragios.
He cambiado sandalias al ausente
dejándoles sumidos
en nombres que ya nadie intenta evocar.
Tal vez la pregunta sea devolverse,
abandonar nuestros candados a la bruma
dejando que entre el padre a contar
otro día como peces dispuestos para cebar,
coger esos libros que jamás leyó,
acariciar sus lomos preguntando cuál es la tarea,
cerrar los ojos pensando si ha crecido la casa
o es el mar quien camina más cerca,
comenzar amando los días
porque se han ido tantos años
y se cree escuchar ladridos
donde revientan estos huesos
ya salados por la espuma.
~
A veces, Ítaca
*
Seré la tumba de mi padre algún día.
Navegaré esos pasillos de la casa natal
gritando entre su niebla
un nombre que nadie escucha.
Odiseo convocará estos ausentes
al viaje de la lluvia.
Pero la vida
no puede navegar sin tus remeros
- me dice.
***
Sergio Rodríguez Saavedra (Santiago de Chile, 1963)
Fotografía de Silvana Gajardo
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