Elegía. Según Catulo
*
vendrá la muerte. los tallos ennegrecerán.
las fotografías conservarán una respiración negra.
las aguas se extenderán sobre los cuerpos de los insectos.
el segundero del reloj se retorcerá como una uña
sobre el pezón.
ojo de cristal, qué harás sin un lugar
para hacer el amor, porque solo las piedras
dejarán que las nubes se hinchen y estallen
en sudor negro sobre un rostro callado.
nos dispersaremos, amor, en la oscuridad del manómetro
y de la ballesta de aluminio, en un estrato donde los peces
abren su boca sedienta hacia el agua remachada
con pernos y viento.
reiremos en negro entre los dedos llenos de labios
cuando nos arranquen la aguja y la piel de las mejillas
y amarnos no podremos, separados
por la manta de barrotes. ¿qué haremos
allí en el aliento de los carburadores de acetileno
bajo una sangre oscurecida
por los reflectores negros de los fósiles?
las fotografías abrirán con lentitud los pétalos
al viento que esparce en los raíles del tranvía
nieve y órganos desperdigados
~
Se acabo el amor...
*
80-81, un invierno miserable
un engrudo de cafés, mecheros, «dire straits», cenáculos, vasos
y por la noche una ciénaga de gelatina dolorosa: rostros, muslos y
cháchara
y a veces un vistazo por la ventana, al tráfico que avanza despacio por
la nieve.
¡pero ya está aquí el sol! ¿será que la primavera nos ha comprendido?
brillan los cristales del mercado de bucur obor, y la calle colentina es
amarilla
el asfalto apesta más seductor que nunca a renacuajos, hay arcoíris en
la gasolina,
hay sardinas albanesas en aceite, y mujeres y estudiantes
contemplan con desprecio el escaparate de la ferretería.
más arriba los árboles han brotado en los patios
las señales de tráfico parecen ahora periódicos doblados
como palomas de óxido. y el poderoso sol que ilumina
tantas fábricas, torres de agua, escuelas, el cementerio…
—¿yo? participo yo también de la alegría general.
mira cómo: me he bajado del 109 una parada antes
y he echado a andar por la hierba del arcén.
los autobasculantes, los tráileres, los camiones rugían con sus cartolas
para arriba y para abajo, acarreando tubos, sacos y mortero
los tranvías se deslizaban como en un sueño…
así que me he sentado en la cuneta y he contemplado la hierba
deslumbrante.
mira, una abeja revolcándose en el polvo.
el envoltorio de un caramelo de café con leche
un escarabajo con un ala rota huye cojeando. cuántas cosas suceden
en la raíz de una brizna de hierba, estremecida
por la brisa de aire cálido que sopla desde las ventanas de la fábrica de
alambre.
un cielo azul, sol, sombras enredadas, ruido de tubos de escape
dorados raíles de tranvía, hierba verde, lombrices, escarabajos…
¿habrían deseado más Tao y Boddhisattva?
La colina ascendía suavemente con postes, casas, limusinas, carretera y
todo, ya no amaba a nadie…
al final me he levantado porque unos querían aparcar un camión
me he quedado a mirar:
—¡arrímate más!
dale, dale, dale, dale…
un poco más… más, más, más, más, más, más, más…
¡para! un poco más a la izquierda… ¡así!
dale un poco… un poco, un poco, un poco más…
¡baaasta!
¡stop!
ya está.
el sol flotaba en las alturas
Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956)
Versiones de Marian Ochoa de Eribe y Eta Htrubaru
Versiones de Marian Ochoa de Eribe y Eta Htrubaru
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