Los cuentos del especialista salen volando
por todos lados y justo antes de que las puertas se cierren
y deben ser reunidos más tarde en una habitación silenciosa.
Como uno sobre una doliente crónica – una de sus primeras –
y siendo el dolor estomacal una de las peores cosas que hay
ella estaba desesperada y desesperada toda su familia.
En la casa pendía por todas partes el dolor como ropa recién lavada.
Podías entrar y sentir cómo se azotaba contra tu rostro.
En algunos rincones era grueso como la carne
y no había ningún otro lugar donde ponerlo.
La madre fumaba un Silk Cut tras otro.
El dolor era como una televisión funcionando a todo volumen en una habitación
a la cual no podías entrar. El padre estaba ocupado
y el dolor era como un bebé al que nadie puede encontrar.
Los hermanos estaban en el piso de arriba, los tres, a grito pelado
y la paciente misma estaba con la mirada perdida y quieta,
recién saliendo de su adolescencia con cara de dedos crispados.
Todo era como la boca de un túnel donde nadie
podía devolverse y tampoco nadie podía continuar,
todos aturdidos por el aire enrarecido, y él el especialista,
un hombre tan joven entonces, sabía que tenía que aparecer con aire seguro
usando el megáfono y llevarlos a cualquier puto
lugar que no fuese este. Así es que ya era hora de intentarlo
dijo. Y la mirada en el rostro de ella y cómo se abrieron
sus ojos cual puerta ancha de par en par al cielo inmenso.
Alivio dijo él, y no por su dolor sino por un mundo
restablecido, como si la casa hubiese estallado en canto o una película
en la que la familia se sienta a comer un desayuno común
y el médico sigue su camino con su poder blanco
latiendo suave a través del abrigo.
Tiffany Atkinson (Berlín, 1972)
Versión de Verónica Zondek
/
Heroin works
*
The consultant’s tales fly out
around corners and just before doors swing shut
and have to be assembled later in a quiet room.
Like one about a chronic painer – one of his first –
and abdominal pain being one of the worst things there is
she was desperate and all of her family desperate.
In the house the pain hung like laundry from every edge.
You could walk in and feel it flap against your face.
It was thick in some corners like meat
and there was nowhere else to put it.
The mother was smoking Silk Cut back to back.
The pain was like television left on loud in a room
that you couldn’t get into. The father was busy
and the pain was like a baby nobody could find.
The brothers were upstairs, all three, loudly
and the patient herself was glassy and still,
just out of her teens with a face of clenched fingers.
It was all like the mouth of a tunnel where no-one
could turn round and no-one could carry on either,
everyone dazy with fumes, and he the consultant,
then such a young man, knew he had to step up briskly
waving the bright umbrella and drag them the hell
to anywhere that wasn’t this. So it was time to try it
he said. And the look on her face and how her eyes
blew open like a door swung wide on a huge sky.
Relief he said, and not for her pain but for a world
restored, as if the house had burst into song or a film
where the family sits down to an ordinary breakfast
and the doctor goes on his way with his white power
throbbing gently through his coat.
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