Y el sobrepeso de la palabra amor
*
Y el sobrepeso de la palabra amor
hundió a los amantes.
Deslucida de todo sentimiento,
doliéndose de sí,
lastrando una retórica en desuso,
con hambre de olvido,
bajo un inventario de culpas
que se arañan unas a otras,
hijas de una misma decepción.
Nada baja ya
a los osarios de este corazón:
porque el sobrepeso de la palabra amor
hundió a los amantes.
~
Aunque sólo se trata de un poema
*
Ludiomil 75 mg
Aunque sólo se trata de un poema,
viene y ofrece las excusas de rigor.
No desea morir tan despacio.
Su lógica hipocondríaca lo desdice.
Un usurpador de enfermedades imaginarias
sufre ahora la embestida de la realidad a su imaginación:
las escoriaciones eran verdaderas
y las radiografías algo más que especulaciones afiebradas;
el orfanato de la enfermedad tomaba cuerpo
en el quirófano, y su semblante,
con aquel aplomo fantasmal,
se transformaba en un promiscuo escaparate
para apetito de cirujanos y anatomistas,
cuyos afilados escalpelos hurgarían la ebria cirrosis
de la palabra alcohol: espuma rebosante
en boca de ese santo bebedor
que aún sueña con la atalaya triunfal de una botella
sobre la ruinosa ciudadela de su cuerpo.
~
Mi viaje hasta el fin de la noche
*
Seguirás siendo llorada, vieja muerte,
Aunque hayan traficado contigo,
aunque te hayan empozado hasta las heces.
Seguirás siendo llorada vieja muerte.
Aunque el corazón te lo hayan amputado,
aunque hayan hecho de ti una estrella descarriada
en la retina de un ciego,
seguirás siendo llorada.
Aunque te hayan maquillado con tinturas costosas,
aunque te hayan exhumado de toda miseria imaginable
para coronarte con pompas de jabón,
aunque se diga que el dolor y el miedo ya no tienen nombre,
tú, anfitriona, seguirás siendo llorada,
aunque te hagan trasbordar de soledad
y reemplacen a las pesadillas que se pavonean sobre tu escenario,
seguirás siendo llorada,
aunque se diga que tu máscara
bucea sin aire en un rostro de nadie,
o que han aflojado tus diques,
o que en ti ya no remansan oscuridades y despropósitos,
seguirás siendo llorada, vieja muerte,
paraíso perdido y clausurado
por esta república de hombres sin atributos
que se mueren aun antes de morir,
ahora y siempre.
~
De una máscara en el vestíbulo
*
Preguntas quién soy
como quien tienta un itinerario seguro y tranquilizador.
Y no te contentas si te digo que soy
el paréntesis que ensaya el espejo a tu rostro,
tu rostro encarroñado y sin nadie.
Y es que esperas que sea otro quien llegue a consolarte,
el rostro que no eres ni fuiste,
y al que urges para desempolvarte de la muerte y cerrar esta frase.
Sea este, entonces, el estertor que reclama tu boca
al más leve ademán de mis labios en el espejo,
enamorados ciegamente de ti,
paréntesis que se abre y se cierra
esquivando todo malentendido.
Preguntas quien soy, aunque no te importa
si siervo o amo de ese rostro tuyo
que ahora apagan mis ojos.
No hablemos de amor. A otro cielo con ese sol.
La exigencia de un nombre o un significado
a todo esto ya no puede perturbamos.
Nosotros, gozosos proxenetas de la nada.
***
Armando Roa Vial (Santiago de Chile, 1966)
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