domingo, 9 de agosto de 2020

omar khayyam / de "rubaiyat"













I. La caravana en el desierto

1
¡Despertad! Que ya el sol desde el remoto Oriente
dispersó las estrellas de su sesión nocturna,
y al escalar de nuevo el cielo iridiscente
la regia torre ciñe con su lazada ardiente.

2
Antes que el brillo fatuo del alba se extinguiera,
oigo una voz que dentro de la taberna grita:
-«Si el altar todo en luces para la fiesta espera,
¿por qué el tardo devoto duerme en la sombra afuera?»

3
Canta el gallo, y el grupo que a la intemperie queda,
-«¡Ea, abridnos, pues! -grita- nos resta un breve instante
de aguardar nuestro turno, pues al girar la rueda,
¡Quién hará que a este sitio volver otra vez pueda?»

4
Y ahora el nuevo año, removiendo ansias muertas,
al alma pensativa llama a la soledad,
donde Moisés asoma sus blancas manos yertas,
y Jesús resucita las llanuras desiertas.

5
Iram llevó sus rosas a donde nadie sabe,
con la septanulada ánfora de Jamshid;
¡Oh! pero aún destila del vino el rubí suave
y la fuente en el huerto canta su salmo grave.

6
Ya, de David los labios selló la última arcilla,
mas el Bulbul en sacro y mimético Pehlví,
-«Vino!» a la rosa ofrece en rauda seguidilla
para teñir de púrpura su marchita mejilla.

7
Ven a llenar mi copa, y en primaveral anhelo,
echa de ti ese manto de contrición y dudas;
El ave-tiempo apenas tiene luz para el vuelo,
y -¡mira! ya sus alas está tendiendo al cielo.

8
Ya en Babilonia impía, ya en Naishapur, mi cuna,
ya la copa os ofrezca dulce o amargo vino,
el de la vida filtra con tarde importuna,
y las hojas sin savia van cayendo una a una.

9
El alba de mañana nos traerá primorosas
nuevas rosas, mas ¿dónde se fueron las de ayer?
Pero el Estío llega desbordante de rosas,
y Kaikobad, Jamshid, volverán a sus fosas.

10
¡Y deja que se vayan! Libre el mundo se vea
de Kaikobad el Grande o Kaikosrú el potente;
y de Rustúm los gritos llamando -«¡a la pelea!»
y Hatím-Taí -«¡a la orgía!»- allá se vayan, ¡Ea!

11
Ven tú conmigo al margen de este oasis florido
que pone nuevo verde al valle pedregoso:
Aquí «esclavo» y «sultán» duermen igual olvido,
y -«paz a Mahmoud»- clama amor compadecido.

12
Aquí con un mendrugo, entre el gayo ramaje,
una ánfora de vino, un manojo de versos,
y tú conmigo, sola, cantando entre el boscaje,
es para mí un paraíso el yermo más salvaje.

* * *

II. Lo fugitivo y lo eterno

13
¡Cuántos la gloria buscan en este mundo vano!
¡Cuántos van tras los goces futuros del Profeta!
¡Oh! tu oro, poco o mucho, asegura en tu mano...
Ni te seduzca el eco de ese tambor lejano.

14
Si locura no fuese, cual la araña en su nido
cuidarías la tela de tu vida presente:
¿Y a qué, si nadie sabe si el aliento absorbido
puede volver al aire de donde fue bebido?

15
¡Mira esa rosa, cómo su aire de reina asume!
Ella sonríe y dice: -«Yo en esta tierra impero;
de mi bolsa de seda el nudo se consume,
y vierte en los jardines la gracia del perfume».

16
La terrena esperanza do el alma se encadena
o se torna en cenizas o en el logro se colma:
Por sólo una o dos horas su loco andar serena,
y a volar, cual del yermo la diluida arena.

17
Ni el que su oro guardara con sórdido decoro,
ni los que 10 arrojaron al viento cual la lluvia,
ninguno fue enterrado como ceniza de oro
para incitar las ansias de exhumar su tesoro.

18
Y piensa, amigo, que esta tienda desvencijada
a cuyas puertas túrnanse las noches y los días,
fué de un sultán tras otro con su pompa habitada
por breves horas y... de prisa abandonada.

19
Los leones y lagartos han hecho su guarida
donde Jamshid brillara y hondamente bebiera
y de Bahrán forzudo la cabeza temida
pisa el asno salvaje, ¡mas no vuelve a la vida!

20
En palacios que al cielo alzaron sus pilares
y reyes a sus puertas curvaron las cabezas,
yo oí la triste tórtola, sola entre sus sillares,
-«Cuú, cuú. -gimiendo sus íntimos pesares.

21
¡Oh, dulce amada! llena la copa que hoy liberta
de dolores pasados y nuevas inquietudes:
¡Mañana! ¿Y qué? Mañana, si mi vida despierta,
siete mil años idos llamarán a mi puerta.

22
Porque aquellos que amamos con más santos amores,
en quienes ya el tiempo apuró su vendimia,
también su copa alzaron y ciñeron sus flores
y a reposar se fueron hacia mundos mejores.

23
Y nosotros que el fausto de este estío gozamos
en la cámara misma que abandonaron ellos,
a su capa de tierra a nuestra vez bajamos
a formar otra capa... ¿y a quién se la dejamos?

24
Pienso a veces que nunca la rosa abrió más roja
que sobre el suelo ungido por la sangre de un César
y el jacinto glorioso que del sol se sonroja,
de una cabeza antigua caído al surco se antoja.

25
Y esta preciosa hierba cuyo verde apacible
guarnece la ribera que nos hospeda grata,
pisa en ella muy suave, pues saber no es posible
de qué labios amantes ella brota invisible.

26
¡Oh, sí! apresuremos nuestro humano trajín,
antes que suene la hora de bajar hacia el polvo:
¡Polvo al polvo y debajo yacer del polvo ruin,
sin vino, sin canciones, sin cantar y... sin fin!

* * *

III. Ayer, hoy, mañana

27
A aquellos que en el hoy aguardan su ventura,
y a los que en el mañana fijaron su esperanza,
un muezín les grita desde la Torre Oscura:
-«¡Locos! ni aquí, ni allí, vuestra paga es segura!»

28
En sueños, otra voz, que me repite, advierto:
-«La flor abrirá al beso de la nueva mañana»;
mas un rumor que pasa, me dice, ya despierto:
-«La flor que ayer abrió, dio su aroma y ha muerto».

29
Y los santos, y sabios, y rígidos ascetas
que de ambos universos el estudio agotaron,
son arrojados fuera como locos profetas,
sus bocas y palabras del mismo polvo prietas.

30
¡Oh! cuando yo fui joven ávido he frecuentado
los santos y doctores, y oí cosas sublimes
sobre esto y sobre aquello: mas siempre me ha pasado
volverme por la puerta por donde había entrado.

31
Yo he sembrado semilla de aquel saber arcano,
y la ayudó a crecer la labor de mi mano:
y ésta fue mi cosecha: -«yo vine como el agua,
y me voy de este mundo como va el viento vano».

32
Llegado a este Universo el porqué ignorando
y el de dónde, como agua que, quiera o no quiera, corre,
salgo de él como el viento que el desierto cruzando,
sin saber hacia donde, quiera o no sigue andando.

33
¿Y qué, y así me traen desde un donde cualquiera
y desde aquí hacia allá, sin pulsar mi albedrío?
¡Si el cielo, al menos, darnos siempre el vino quisiera,
que ahogue este recuerdo que la mente lacera!

* * *

IV. El gran secreto

34
Por la séptima puerta, sidéreo peregrino,
volé y fui a sentarme de Saturno en el trono:
Muchos cerrados nudos desaté en mi camino,
mas no el nudo maestro del humano destino.

35
Y allí estaba la puerta cuya llave no vi;
y allí se alzaba el velo que lo ocultaba todo:
Un vago murmurar cerca de Ti y de Mí
se escuchó... y después nada, ni de Mí ni de Ti.

36
Nada pudo la Tierra decir, ni el taciturno
mar que en flúida púrpura su ausente Dios implora;
ni el cielo que mil signos pregonan, y a su turno
velan, la luz del día y el luminar nocturno.

37
Luego al Tú en Mí que oculto tras el velo infinito
incesante labora, en mi extravío invoco:
-«¿Con qué lumbre orientarme en mi vagar fortuito?»
-«Con una mente ciega!»-se contesta a mi grito.

38
Después el labio frío de este vaso terreno
besé, en pos del Secreto del Pozo de la Vida,
y a mi ardiente contacto, -«¡Bebe, dijo, sin freno
en vida, antes que duermas en el eterno seno!-

39
Y pienso que aquel vaso que tímido me hablara,
también vivió su vida y bebió con deleite;
y su labio impasible que en mi sed yo besara,
¡cuántos besos sintiera y ¡ay! cuántos otorgara!

40
Y recuerdo que un día mi paso se detuvo
por ver un alfarero que batía su barro:
Y el barro en frase tímida su frenesí contuvo:
-«¡Suave, hermano, mi forma también tu forma tuvo!»

41
¿Y no es ésta la misma milenaria balada
que desde el primer hombre historia abajo rueda,
sobre aquella bolilla de tierra fecundada
que dentro el limo humano dejó Dios encerrada?

42
Y ni una de esas gotas que de la copa echamos
a la sedienta hierba, se escurrió bajo tierra,
a mitigar la angustia de un alma que olvidamos
y muy hondo y muy lejos en el tiempo dejamos.

43
Como los tulipanes, en su sed inexhausta
de celeste vendimia, sus cálices elevan,
tú podrás desde arriba conjurar tu hada infausta,
inclinándote a tierra como una copa exhausta.

44
Mientras del breve viaje el fin no se resuelva,
puedes la amada forma ceñir entre tus brazos,
antes que la alma tierra a recobrarte vuelva,
y en la última caricia en polvo te disuelva.

45
Si la copa en que libas, si el labio que oprimiste
acaban donde todo comienza y se concluye,
piensa que ahora eres el mismo que ayer fuiste,
y más allá no harías nada más que aquí hiciste.

46
Cuando el Ángel, copero de aquel brebaje oscuro,
te halle sentado al margen del río confidente,
y te ofrezca su néctar, no huyas del conjuro:
Toma y bebe hasta el fondo con ánimo seguro.

47
Ni temas que al ajuste de tu vida irredenta
pueda romperse el molde, ni extinguirse tu tipo:
el Saki eterno ha echado, en innúmera cuenta,
de esas mismas burbujas en la copa sedienta.

48
Cuando hayamos cruzado tú y yo el negro velo,
¡Oh! el mundo impasible continuará su ronda;
nuestra venida y vuelta le darán tal recelo
como al mar si le arrojas un guijarro del suelo.

49
¡Un instante de aliento en la ruta desierta
gustar solo una gota del agua de la vida!
Las estrellas se apagan; la caravana alerta
parte ya hacia la Nada: ¡ya es la hora, despierta!

50
¿Y necio gastarías en pos del Gran Secreto
esta brizna de vida? Un cabello, nos dicen,
de lo cierto y lo falso forma el espacio neto:
Y el hilo de la vida ¿de dónde está sujeto?

51
¡Que un cabello lo falso de lo cierto separa!
¡Oh, sí! Aunque un tilde fuese la seña guiadora,
acaso hasta el oculto Tesoro te llevara,
y acaso contemplases al Señor ante su Ara.

52
Su presencia difusa por las arterias rueda
del mundo como azogue, para ahorrarte su busca:
desde Máhi hasta Máh, toda forma remeda:
Todo muda o perece, mas Él inmune queda.

53
Un momento fantástico y luego al negro abismo
volver con igual prisa, do el drama se despliega,
en que para solaz del eterno humorismo,
Él lo inventa, es artífice y actor a un tiempo mismo.

54
Si en vano bajo el suelo con avidez sondeas
y hacia arriba, a esa Puerta sin término sellada,
-Hoy, mientras seas tú y un sentido poseas,-
¿Qué harás mañana cuando ni tú ni nada seas?

***
Omar Khayyam (Nishapur, 1048-1131)
Versiones de Joaquín V. González, desde la edición inglesa de Edward Fitzgerald.

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