A brief history of modernist painting
*
Los días que estuvimos sentados en una terraza,
viendo pasar el otoño, y me decías: no hay nada de malo
en imaginar que existen los ovnis, en soñar que somos
actores de cine, en recitar nuestras líneas ante un auditorio
que parsimoniosamente brilla por su ausencia. En un cuadro
hay un tipo que arremete de cabeza contra una muralla,
una silla del porte de la sala que la exhibe y un letrero
que dice salida sobre todas y cada una de las puertas
para entrar y salir de este museo. Hay actores haciendo
una larga fila para pagar la entrada. Hay actores vestidos
de guardias y vigilantes. Niños actores estallan en llanto.
Madres después de meses de estudiar sus líneas
gritan desesperadas. Alguien recuerda
que debe sacar su teléfono y llamar al cuerpo
de bomberos. Alguien sufre un estudiado vahído.
Estallan en el momento preciso las murallas de cristal.
Disfrazados contra las llamas aunque parecieran
disfrazados para una guerra bacteriológica
hombres con balones de oxígeno y máscaras antigases
comienzan a sacar a las primeras víctimas que más
bien parecen estar siendo detenidos después de tomar
parte en una manifestación contra el gobierno
que también está compuesto de actores que han estudiado
concienzudamente su papel. Entremedio de toda esa batahola
nosotros respiramos hondo y dejamos salir el aire de los pulmones
contando nueve pasos al exhalar, sentados en la posición del loto
según nos indicara el Apuntador sin que nadie se diera cuenta
escondido como estaba en su traje de gallina
mirándose detenidamente delante del espejo.
~
Una vez que la leña se hubiera terminado
(manifiesto inoportuno)
*
I.-
Un militar norteamericano convertido al islam
es un problema a resolver por su familia
y los agentes encubiertos que lo vigilan desde cerca:
mi súper-yo se apresura a decirme que eso no es poesía
y nueve de diez ocasiones termino haciéndole caso,
las vestales que ejercen como profesoras e incluso
han tenido la deferencia de casarse con nosotros
practican el arte de encontrarlo todo bien
mientras recogen las migas repartidas sobre la mesa:
una lógica secreta dibuja con ellas un mensaje
que sólo se puede leer una vez que la cena esté servida
y el santo grial se encuentre finalmente de regreso,
las mujeres volverán a parir y ya no será necesario
que la bóveda celeste sea la única forma de nombrar
el cielo, hacer poesía será lo mismo que limpiar un escritorio
donde algunos trabajaban y otros hacían el amor
y una combinación de todas las anteriores
solía ser la respuesta tenían en la boca al pensar
en sí mismos, y un número en cambio para nada
despreciable había llegado a la conclusión
de que la hoguera con los libros prohibidos
alumbraría tanto como la luz de sus teléfonos
una vez que la leña se hubiera terminado.
.
II.-
Este es el poema que escribí sobre una servilleta.
Esta es la transcripción del poema que escribí
sobre una servilleta.
La distancia que media entre esta página
y la servilleta que me dio el sobrecargo
es el tiempo que me tomó la transcripción
de una a otra superficie.
Esta página no es tan blanca como
la servilleta, ni tiene tampoco su misma
rugosidad. Mucho menos me he
limpiado con ella la boca,
y sin embargo el poema es exactamente el mismo:
tienen que confiar en mí.
Palabra por palabra lo he transcrito
con la más absoluta de las fidelidades.
El blanco de la servilleta no me produjo
ningún temor
decía el primer verso de aquel poema.
.
III.-
Cuando el cielo esté rojo quiere decir
que ya estamos llegando
pero el cielo lleva rojo demasiado
tiempo.
Tal vez quiera decir otra cosa que no somos
capaces de comprender, necesitaríamos
de esos poetas que miraban las estrellas
y de tan desnudas que estaban sólo podían
verlas brillando, necesitaríamos –nos
haría verdadera falta– un flanêur que supiera mirar
y no ir aplanando calles simplemente,
una profesora que trate de monstruos apocalípticos
al auditorio de oídos deseosos de escucharla,
un gásfiter que sepa de dónde viene el agua
y otro entendido en hacer un pozo interminable
aunque sea con un poco de ella.
Pero nos urge por sobre todo un montón de superficie
que guarde algo por debajo, nos apremia
escarbar la tierra con los dientes
a ver si encontramos las raíces
que según la leyenda
moraban esas moradas irreales.
Y descender entonces hasta que la luz
ya se haya ido. Y mirar por la ventana sin temor
esa oscuridad que nos espera con los brazos abiertos.
Clamando como una madre por nosotros.
Cristián Gómez O. (Santiago de Chile, 1971)
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