Poesía y amor son, sin lugar a dudas, un binomio que se mantiene lleno de historia, cicatrices y encuentros. Las veces en que el vínculo ha sido posible son vastas e inconmensurables. Algunas veces, hablar de amor en la poesía o en un poema, termina por ser un lugar común. Algunas veces, es el amor mismo el que escribe e inscribe su forma en la superficie de una serie de palabras que no alcanzan a desprenderse. Y, de este modo, transforman al sujeto a quien se profiere una declaración, un objeto. En el instante en que hay un desprendimiento, se produce una suerte de sentido, un canto que halla una comunidad en lo que se desea. Como sea, es un tema difícil de agotar hoy san/ta valentín/a, solo cabe hacerlo presente una vez más. Si es preciso abundar en la lista arbitrariamente elegida -y con alguna aguda sugerencia del poeta peruano Julio Barco- puede buscarse la palabra "amor" en esta mediateca y ver, en ese margen, cuántas otras melodías hay a disposición. Por ahora, concentrarse en esa promesa de volver a un momento en el tiempo en que la ausencia y la pérdida son todo lo contrario. Tengamos presente eso sí que en el poema no se puede amar -tampoco en la poesía- sino solo en la vida real.
Juan Gelman
Hacia el sur
**
te amo señora/como el sur/
una mañana sube de tus pechos/
toco tus pechos y toco una mañana del sur/
una mañana como dos fragancias
de la fragancia de una nace la otra/
o sea tus pechos como dos alegrías/
de una alegría vuelven los compañeros muertos
en el sur
establecen su dura claridad/
de la otra vuelven al sur/vivos por/
la alegría que sube de vos/
la mañana que das como almitas volando/
almando el aire con vos/
te amo porque sos mi casa y los compañeros
pueden venir/
sostienen el cielo del sur/
abren los brazos para soltar el sur/
de un lado les caen furias/del otro/
trepan sus niños/abren la ventana/
para que entren los caballos del mundo/
el caballo encendido de sur/
el caballo del deleite de vos/
la tibieza de vos/mujer que existís/
para que exista el amor en algún lado/
los compañeros brillan en las ventanas del sur/
sur que brilla como tu corazón/
gira como astros/como compañeros/
no hacés más que subir/
cuando alzás las manos al cielo/
le das salud o luz como tu vientre/
tu vientre escribe cartas al sol/
en las paredes de la sombra escribe/
escribe para un hombre que se arranca los
huesos/
escribe la palabra libertad/
~
Manuel Magallanes Moure
Marina
**
Tus ojos me han llamado.
Hacia ti has atraído mis deseos,
como la luna atrae
las olas de la mar.
Tus ojos buenos
me han dicho «ven, acércate» y en mi alma
las alas han abierto
los impulsos de amor, como gaviotas
que ya emprenden el vuelo.
En torno a ti, mi amada,
vuelan mis sentimientos
en ronda infatigable.
Pájaros de la mar parecen ellos.
Pájaros de la mar, que en dilatado
círculo giran, giran, sin sosiego.
Cuando las veas descender, acógelos
con amor y en silencio.
Deja a la banda de nerviosos pájaros
posarse sobre ti.
Seas en medio
del mar enorme, cual peñón desnudo
que brilla al sol. vibrante de aleteos.
~
Jorge Teillier
Carta a Mariana
**
¿Qué película te gustaría ver?
¿Qué canción te gustaría oír?
Esta noche no tengo a nadie
a quien hacerle estas preguntas.
Me escribes desde una ciudad que odias
a las nueve y media de la noche.
Cierto, yo estaba bebiendo,
mientras tú oías Bach y pensabas volar.
No creí que iba a recordarte
ni creí que te acordarías de mí.
¿Por qué me escribiste esa carta?
Ya no podré ir solo al cine.
Es cierto que haremos el amor
y lo haremos como me gusta a mí:
todo un día de persianas cerradas
hasta que tu cuerpo reemplace al sol.
Acuérdate que mi signo es Cáncer,
pequeña Acuario, sauce llorón.
Leeremos libros de astrología
para inventar nuevas supersticiones.
Me escribes que tendremos una casa
aunque yo he perdido tantas casas.
Aunque tú piensas tanto en volar
y yo con los amigos tomo demasiado.
Pero tú no vuelves de la ciudad que odias
y estás con quién sabe qué malas compañías,
mientras aquí hay tan pocas personas
a quien hacerles estas simples preguntas:
«¿Qué canción te gustaría oír,
qué película te gustaría ver?
¿ y con quién te gustaría que soñáramos
después de las nueva y media de la noche?».
~
Jacques Prévert
Este amor
**
Este amor
Tan violento
Tan frágil
Tan tierno
Tan desesperado
Hermoso como el día
Y malo como el tiempo
Cuando el tiempo es malo
Este amor tan verdadero
Este amor tan hermoso
Tan feliz
Tan alegre
Y tan irrisorio
Tembloroso de miedo como un elefante en la oscuridad
Y tan seguro de sí
Como un hombre tranquilo en medio de la noche
Este amor que inspiraba temor a los demás
Que los hacía hablar
Que los hacía palidecer
Este amor acechado
Porque nosotros los acechábamos
Acorralado herido pisoteado acabado negado olvidado
Porque nosotros los habíamos acorralado herido
pisoteado acabado negado olvidado
Este amor todo entero
Tan viviente aún
Y radiante de sol
Es el tuyo
Es el mío
El que fue
Ese amor siempre nuevo
Y que no ha cambiado
Tan verdadero como una planta
Tan trémulo como un pájaro
Tan cálido tan viviente como el verano
Podemos los dos
Ir y venir
Podemos olvidar
Y luego volver a dormirnos
Despertarnos sufrir envejecer
Dormirnos otra vez
Soñar con la muerte
Despertarnos sonreír y reír
Y rejuvenecer
Nuestro amor está allí
Terco como una mula
Viviente como el deseo
Cruel como la memoria
Tonto como las quejas
Tierno como el recuerdo
Frío como el mármol
Hermoso como el día
Frágil como un niño
Nos mira sonriendo
Y nos habla sin decir nada
Y yo lo escucho temblando
Y le ruego
Ruego por ti
Ruego por mí
Te suplico
Por ti por mí por todos aquellos que se aman
Y que son amados
Sí yo le ruego
Por ti por mí y por todos los otros
A quienes no conozco
Quédate allí
Allí donde estás
Allí donde estabas antes
Quédate allí
No te muevas
No te mueras
Nosotros los amados
Te hemos olvidado
Tú no nos olvides
Sólo a ti te teníamos en la tierra
No dejes que nos pongamos fríos
Mucho más lejos cada vez
Y no importa dónde
Danos señales de vida
Mucho más tarde en el rincón de un bosque
En la selva de la memoria
Aparece de pronto
Tiéndenos la mano
Y sálvanos.
(Versión de Raúl Gustavo Aguirre)
~
Martín Adán
Los amores
**
Mi primer amor tenía doce años y las uñas negras. Mi alma rusa de entonces, en aquel pueblecito de once mil almas y cura publicista, amparó la soledad de la muchacha más fea con un amor grave, social, sombrío que era como una penumbra de sesión de congreso internacional obrero. Mi amor era vasto, oscuro, lento, con barbas, anteojos y carteras, con incidentes súbitos, con doce idiomas, con acechos de la policía, con problemas de muchos lados. Ella me decía, al ponerse en sexo: Eres un socialista. Y su almita de educanda de monjas europeas se abría como un devocionario íntimo por la parte que trata del pecado mortal.
Mi primer amor se iba de mí, espantada de mi socialismo y mi tontería. «No vayan a ser todos socialistas…». Y ella se prometió darse al primer cristiano viejo que pasara, aunque éste no llegará a los doce años. Sólo yo, me aparté de los problemas más sumos y me enamoré verdaderamente de mi primer amor. Sentí una necesidad agónica toxicomíaca, de inhalar, hasta reventarme los pulmones, el olor de ella; olor de escuelita, de tinta china, de encierro, de sol en el patio, de papel del estado, de anilina, de tocuyo vestido a flor de piel. –Olor de la tinta china, flaco y negro; –casi un tiralíneas de ébano, fantasma de vacaciones… Y esto era mi primer amor.
Mi segundo amor tenía quince años de edad. Una llorona con la dentadura perdida, con trenzas de cáñamo, con pecas en todo el cuerpo, sin familia, sin ideas, demasiado futura, excesivamente femenina… Fui rival de un muñeco de trapo y celuloide que no hacía sino reírse de mí con una bocaza pilluela y estúpida. Tuve que entender un sinfín de cosas perfectamente ininteligibles. Tuve que decir un sinfín de cosas perfectamente indecibles. Tuve que salir bien en los exámenes, con veinte –nota sospechosa, vergonzosa, ridícula; una gallina delante de un huevo. –Tuve que verla a ella mimar a sus muñecas. Tuve que oírla llorar por mí. Tuve que chupar caramelos de todos los colores y sabores. Mi segundo amor me abandonó como en el tango. Un malevo…
Mi tercer amor tenía los ojos lindos y las piernas muy coquetas, casi cocotas. Hubo que leer a Fray Luis de León y a Carolina Invernizzio. Peregrina muchacha, no se por qué se enamoró de mí. Me consolé de su decisión irrevocable de ser amiga mía después de haber sido casi mi amante, con las doce faltas de ortografía de su última carta.
Mi cuarto amor fue Catita.
Mi quinto amor fue una muchacha sucia con quien pequé casi en la noche, casi en el mar. El recuerdo de ella huele como ella olía, a sombra de cinema, a perro mojado, a ropa interior, a pan caliente, olores superpuestos y en si mismos, individualmente, casi desagradables, como las capas de las tortas, jengibre, merengue, etcétera. La suma de olores hacía de ella una verdadera tentación de seminarista. Sucia, sucia, sucia. Mi primer pecado mortal.
He recibido carta de Catita. Nada me dice en ella sino quiere verme con la cara triste. Es una carta larga, temblona, en la que una muchacha núbil tira de las orejas al amor con los dedos tan seguros, tan lentos, tan cirujanos que para la tortura tienen las mujeres desde los quince años hasta el primer parto. Mujeres hay que no llegan a concebir nunca, y éstas son el terror de la muerte, quien para llevarlas al otro mundo, tiene que luchar con ellas a brazo partido, sin esperanza de no salir con los huesos del esqueleto horriblemente arañado. Las solteras mueren heroicamente.
La carta de Catita huele a soltería –a incienso, a flores secas, a jabón, a yeso, a botica, a leche–. Soltería emblemática con gafas de concha y un dedo índice tieso. Un moño de tinta azul culmina el aspecto –siempre inevitablemente parcial–. Un fardelillo lame el perfume austero que exhalan las blondas de la blusa. Y una blusa de telas poéticas –batita de madapolán–. Y, además, como detalle indispensable, una cara larga cuyas facciones, duras y débiles a la vez, ásperas inútiles, hacen la cara de pliegues de linón. Quizá una lora que sabe la letanía lauretana. Quizá el retrato de un novio inverosímil. Quizá una obsesa manía de saberlo todo. Quizá una virtud coronada de espinas. Pero, Catita no ha llegado todavía a los quince años. La verdad, sus dedos no tiene por que saber tirar de la orejas. ¿Quién sabe si ya algún muchacho piensa en casarse con ella–, locura de amor–? Catita, catadora de mozos, mala mujer que a los quince años mal cumplidos, ya tienes las manos solteronas… Solterona británica, experta de motores de explosión, sección de propaganda, un hombre raro y corto, unas manos secas y venudas… ¿Así quisiera ser, Catita? ¿Qué he de hacer con tu carta? A esta hora me es imposible de toda imposibilidad, entristecerme. Yo soy feliz a esta hora; –es un hábito mío. Un bote pescador a la altura de Miraflores, saluda con el pañuelo blanco de su vela, tan inútil en esta atmósfera inmóvil, linda, casi pintada. Ese saludo es un saludo a nadie, y esa alegría de disparate, de pequeñez de retorno, de humildad… –Mi cigarrillo tira admirablemente, y es júbilo de fuego párvulo, con pelotas y aro minúsculo y azules; y es la paz campesina de un olor de rastrojo quemado. ¿Ves, Catita? Tú no ves nada porque no estás conmigo en el malecón, pero yo te juro que es así. A mí, en la tarde, frente al mar, el alma se me pone buena, chica, tonta, humana, y se me alegra con los botes pescadores que despliegan la broma de sus velas, y con la candela del cigarrillo–, chiquitín colorado que pierde la cabeza en una juguetería azul. Y las altas gaviotas–, moscas negras en el tazón de leche aguada del cielo– me dan ganas de espantarlas con las manos, cuando yo tenía cinco años y no quería beber mi leche, ahogada en ella las moscas que atrapaba con la cuchara –red apretada por la luz hasta endurecerse–, y las moscas de la leche se volvían hélices. Y ahora.
Ella era una brava catadora de mozos. Todos nosotros hubimos de rodar la cabeza por sobre su pechito duro y redondo. Así, de este amor inevitable; hacíamos unjera–: «Cuando yo me enamoraba de Catita»… Pero era Catita quien nos enamoraba a nosotros. Al mirar, guiñaba ella los ojos sin advertir. Sus ojos, redondos como toda ella… Y el nombre no la decía bien. Esa «i» antepenúltima la alargaba, la ensombrecía, la alejaba –a ella, próxima, redonda, alegre. Y, sobre todo, enamoradiza. Catalina es un nombre gótico; hace pensar en ojivas lívidas de crepúsculo, en fuentes de bronce musgoso, héticos burgos renanos, en moñosos cinturones de castidad… Y Catita era una ventana rubia de melodía, una pila de cemento blanco, moderna, pulcrísima; un sombrillón de trapo para la playa; un lazo loco de colegiala… Lalá, he aquí su nombre de ella. Pero Lalá era una chica desvelada y rápida. Lalá, Lalá, Lalá… Corazón blando, y ojos de muñeca, y cara de risa. Ramón se arrojó en Catita como una nadadora en el mar–; de abajo arriba, primero las manos; después, la cabeza; por fin, los pies, flexionados, destalonados. En el plano del mes de enero –ensebado todavía con sucias nubes frías– quedó Ramón en cielo, en aire, en medio, en equilibrio, en ropa de baño, a la punta, con cien muchachos trémulos detrás que le apuraban, sobre Catita, mar, Ramón cayó mal–, de barriga, de bruces, esperándonos a todos nosotros, desprevenidos, observadores. Catita, mar para bañarse a las doce del día con el sol tontonazo en la cabeza –mariposa disecada, serojo ictérico o amarillo gorro de jebe. –Catita, mar con olas porque no haya viejas, porque haya muchachos… Catita, mar redondo encerrado en un muelle semicircular, embanderado de ciudades… Catita, límite sutil entre la mar alta y la mar baja… Catita, mar sumiso a la luna y a los bañistas… Catita, mar con luces, con caracoles, con botecillos panzudos, mar, mar, mar… O amor también en que no había viejas, ni sombrerazos de paja, ni consejos, ni persignaciones… Catita, amor, con esperanzas lentas y gordas, amor que con la luna baja y sube, amor redondo, amor próximo, amor para sumergirse en él con los ojos abiertos, amor, amor, amor… Catita, mar de amor, amor de mar. Catita, cualquier cosa y ninguna cosa… Catita–, todas las vocales, apareciendo ella, cabal, íntegra, en cuerpo y alma en la a y desapareciendo poco a poco, rasgo a rasgo, en las otras–; en la e, tierna y boba; en la i, flaca y fea; en la o, casi ella, pero no…; Catita es honesta y bonita; en la u, cretina, albina… Catita, –algunas consonantes–, parecida a la b en las manos, a la n en los ojos, a la r en el andar, a la ñ en el carácter, a la k en el genio, a la s en la mala memoria, a la z en la buena fe… Catita, campo redondo en el mar, beso redondo en el amor… Catita, sonido, signo… Catita, una cosa cualquiera y la contraria precisamente. .. Catita, al fin y al cabo, una linda muchacha, verdadera, viva, coqueta como ella sola… Cogerla era tan imposible como comprimir con la yema del índice el chorro de agua en la boca de un caño grande–; carne dura al tacto por la presión, carne que se escapaba por los resquicios de la uña, por las rayas de la piel; que nos saltaba a la cara; que, si se deposita en un recipiente, quieta, era sino luz densa, agua que se podía beber y en la que se podían echar barquillos de papel. Agua, agua, agua. Y, al fin y al cabo, una linda muchacha enamoradiza, catadora de mozos, Catita..
~
Alejandra Pizarnik
Solo un amor
**
Mi amor se amplía.
Es un paracaídas perfecto.
Es un clic que se exhala y
su pecho se hace inmenso.
Mi amor no ruge
no clama
no ruega
no ríe.
Su cuerpo es un ojo.
Su piel es un mapamundi.
Mis palabras perforan la
última señal de su nombre.
Mis besos son anguilas que él
Se ufana en dejar resbalar.
Mis caricias un chorro reminiscente de
música sobre fuentes de Roma.
Nadie pudo huir aún de su territorio
anímico.
No hay rutas ni pliegues ni insectos.
Todo es tan terso que mis lágrimas se
sublevan.
Mi creación es una mojigatería junto a
su rubio carromato.
En estos momentos el tintero alza vuelo y
enfila hacia linderos inacabables de
mosquitos haciendo el amor.
Suena el fatídico sonido. Ya no vuelo.
Es mi amor que se amplía.
~
Idea Vilariño
Sabés
**
Sabés
dijiste
nunca
nunca fui tan feliz como esta noche.
Nunca. Y me lo dijiste
en el mismo momento
en que yo decidía no decirte
sabés
seguramente me engaño
pero creo
pero esta me parece
la noche más hermosa de mi vida
~
Sylvia Plath
Carta de amor
**
No es fácil decir cuánto me cambiaste.
Si ahora estoy viva, entonces muerta estuve,
aunque, como una piedra, imperturbable,
quieta en mi sitio, como de costumbre.
No me moviste un ápice, tampoco
me dejaste apuntar mi ojo deforme
de nuevo al firmamento; sin esperanza, claro,
de asir el vasto azul o las estrellas.
No fue así. Digo que me dormí, como serpiente
camuflada, negra roca entre rocas,
en el blanco hiato del invierno;
igual a mis vecinas, sin sentir
los placeres de un millón de mejillas
perfectamente cinceladas y listas
para fundir las mías de basalto. Hubo llanto,
unos ángeles llorando por los tontos,
sin convencerme. Sus lágrimas helaban.
Cada cabeza muerta con un yelmo de hielo.
Dormí como si fuera un dedo roto.
Fui primero aire puro, y fui las gotas
encerradas alzándose en rocío,
límpidas como espíritus. Muchas piedras
densas e inexpresivas me rodeaban.
No supe bien qué hacer con todo eso.
Relucí como mica, desplegada,
fue como si yo misma me vertiera,
igual que algún fluido entre las patas
del pájaro y los tallos de las plantas.
No fui engañada, te calé enseguida.
Piedra y árbol brillaron, sin las sombras.
Como un cristal lució mi nueva altura.
Empecé a florecer como una rama en marzo:
un brazo y una pierna, y otro, y otra.
De piedra a nube, entonces, me elevé.
Ahora parezco una especie de dios,
floto en el aire tras mudar de alma,
tan pura como lámina de hielo. Eso es un don.
(Versión de Ernesto Hernández Busto)
~
Love Letter
*
Not easy to state the change you made.
If I’m alive now, then I was dead,
Though, like a stone, unbothered by it,
Staying put according to habit.
You didn’t just toe me an inch, no-
Nor leave me to set my small bald eye
Skyward again, without hope, of course,
Of apprehending blueness, or stars.
That wasn’t it. I slept, say: a snake
Masked among black rocks as a black rock
In the white hiatus of winter-
Like my neighbors, taking no pleasure
In the million perfectly-chiseled
Cheeks alighting each moment to melt
My cheeks of basalt. They turned to tears,
Angels weeping over dull natures,
But didn’t convince me. Those tears froze.
Each dead head had a visor of ice.
And I slept on like a bent finger.
The first thing I was was sheer air
And the locked drops rising in dew
Limpid as spirits. Many stones lay
Dense and expressionless round about.
I didn’t know what to make of it.
I shone, mica-scaled, and unfolded
To pour myself out like a fluid
Among bird feet and the stems of plants.
I wasn’t fooled. I knew you at once.
Tree and stone glittered, without shadows.
My finger-length grew lucent as glass.
I started to bud like a March twig:
An arm and a leg, and arm, a leg.
From stone to cloud, so I ascended.
Now I resemble a sort of god
Floating through the air in my soul-shift
Pure as a pane of ice. It’s a gift.
~
Cristina Peri Rossi
La pasión
**
Salimos del amor
como de una catástrofe aérea
Habíamos perdido la ropa
los papeles
a mí me faltaba un diente
y a ti la noción del tiempo
¿Era un año largo como un siglo
o un siglo corto como un día?
Por los muebles
por la casa
despojos rotos:
vasos fotos libros deshojados
Éramos los sobrevivientes
de un derrumbe
de un volcán
de las aguas arrebatadas
y nos despedimos con la vaga sensación
de haber sobrevivido
aunque no sabíamos para qué.
~
Carolina Coronado
¡Oh, cuál, te adoro!
**
¡Oh, cuál te adoro! con la luz del día
tu nombre invoco apasionada y triste,
y cuando el cielo en sombras se reviste
aun te llama exaltada el alma mía.
Tú eres el tiempo que mis horas guía,
tú eres la idea que a mi mente asiste,
porque en ti se concentra cuanto existe,
mi pasión, mi esperanza, mi poesía.
No hay canto que igualar pueda a tu acento
cuando tu amor me cuentas y deliras
revelando la fe de tu contento;
Tiemblo a tu voz y tiemblo si me miras,
y quisiera exhalar mi último aliento
abrasada en el aire que respiras.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario