Piedras
*
Los días vienen y van, sin esfuerzo, sin sorpresas.
Las piedras absorben la luz y la memoria.
Alguien hace de una piedra una almohada.
Otro pone una piedra sobre sus ropas antes de
zambullirse
para evitar que se las lleve el viento. Otro usa
una piedra como banquillo
o para señalar algo en su tierra, en el cementerio,
en un muro,
o en el bosque.
Tarde, después del ocaso, cuando vuelves a casa,
cualquier guijarro de la playa que pones sobre la mesa
se convierte en estatua —una pequeña diosa de la
victoria o
perro de Artemisa, y éste, sobre el que un joven se
paró, con
pies húmedos al mediodía, es un Patroclo de
pestañas cerradas
y oscuras.
~
Audible e inaudible
*
Un movimiento abrupto, inesperado; su mano
apretando la herida para detener la sangre,
aunque no escuchamos un balazo
ni otro proyectil. Después de un rato
bajó la mano y sonrió,
pero de nuevo movió su palma lentamente
hacia el mismo punto; tomó su cartera,
cortésmente le pagó al mesero y salió.
Entonces la pequeña taza de café se estrelló.
Al menos esto sí lo escuchamos claramente.
~
Verano
*
Caminó por la playa de un extremo a otro, brillante
en la gloria del sol y de su juventud. De vez en
cuando se metía al mar
haciendo brillar su piel —dorada, como la arcilla.
Le seguían murmullos de admiración,
de hombres y mujeres. Unos pasos atrás lo seguía
una joven de la villa, le cargaba sus ropas
devotamente,
siempre conservando una distancia —-era incapaz de
levantar sus ojos para mirarlo—
un poco a disgusto
y contenta en su piadosa concentración. Un día se
pelearon
y le prohibió que volviera a llevarle sus ropas. Ella
las arrojó a la arena —quedándose únicamente con
sus sandalias;
las puso bajo el brazo y desapareció corriendo,
dejando detrás, en el calor del sol, una pequeña,
delicada
nube de sus pies descalzos.
~
Atenas 1970
*
En estas calles
La gente camina; la gente
se apresura, tiene prisa
por salir, por irse (¿de qué?),
por llegar (¿dónde?) —Yo no lo sé — no son rostros
—aspiradoras, botes, cajas—
Tienen prisa.
En estas calles, otro tiempo,
ellos han pasado con amplias banderas,
tenían una voz (lo recuerdo, yo la oí),
una voz audible.
Ahora,
caminan, corren, tienen prisa,
una prisa animada—
el tren llega, lo abordan, choca;
luz verde, roja;
el hombre de la puerta atrás del cristal partido;
la prostituta, el soldado, el verdugo;
el muro es gris
más alto que el tiempo.
Ni siquiera las estatuas pueden ver.
Yannis Ritsos (Monemvasia, 1909-Atenas, 1990)
Versiones de Jaime Nualart
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