Tiempo transfigurado
*
A Antonio Ramos Rosa
La casa donde mi padre va a nacer
no está concluida,
le falta una pared que no han hecho mis manos.
Sus pasos que ahora me buscan por la tierra
vienen hacia esta calle.
No logro oírlos, todavía no me alcanzan.
Detrás de aquella puerta se oyen ecos
y voces que a leguas reconozco,
pero son dichas por los retratos.
El rostro que no se ve en ningún espejo
porque tarda en nacer o ya no existe,
puede ser de cualquiera de nosotros,
—a todos se parece.
En esa tumba no están mis huesos
sino los del bisnieto Zacarías,
que usaba bastón y seudónimo.
Mis restos ya se perdieron.
Este poema fue escrito en otro siglo,
por mí, por otro, no recuerdo,
alguna noche junto a un cabo de vela.
El tiempo dio cuenta de la llama
y entre mis manos quedó a oscuras
sin haberlo leído.
Cuando vuelva a alumbrar ya estaré ausente.
~
La Tierra giró para acercarnos
*
La tierra giró para acercarnos,
giró sobre sí misma y en nosotros,
hasta juntarnos por fin en este sueño,
como fue escrito en el Simposio.
Pasaron noches, nieves y solsticios;
pasó el tiempo en minutos y milenios.
Una carreta que iba para Nínive
llegó a Nebraska.
Un gallo cantó lejos del mundo,
en la previda a menos mil de nuestros padres.
La tierra giró musicalmente
llevándonos a bordo;
no cesó de girar un solo instante,
como si tanto amor, tanto milagro
sólo fuera un adagio hace mucho ya escrito
entre las partituras del Simposio.
~
Para mi 80º aniversario
*
El año ochenta de mi vida está tan lejos
como la hora en que nací.
A la distancia se borran sus relojes,
pero esta noche abro la casa a mis amigos,
quiero que vengan todos
para que a mi lado lo celebren.
Sólo mis biógrafos pueden ser exactos
con lupas tenebrosas.
Y aunque su astucia mañana me corrija,
doblo mi edad sobre su horóscopo
y me anticipo al sol futuro.
Es lo mejor: los dioses son avaros,
no sé cuánto me quede.
En esta noche de pronto me envejezco,
tal vez sobre mis sienes no ha nevado,
soy de un país sin nieve.
La vida entre mis huesos rodó tanto
que no pesa,
la edad me hizo liviano,
me fui poblando de vacío
sin llegar a ser sabio,
—son pocos años mis ochenta.
Sólo las lupas de mis biógrafos
restituirán las cifras de los días
hasta fijar la cantidad de sombra
en sus cuadrantes de ceniza.
El año ochenta ya es un límite impreciso
en que me veo y no me veo,
se halla tan lejos de esta hora,
es tan incierto,
que aunque ningún amigo falte
tal vez yo entonces sea el ausente.
Pero alguien (puedo jurar que estoy mirándolo)
me hará memoria alzando alguna copa
a pesar del silencio, la soledad, la muerte.
Y en ese instante seré él,
y su creencia acerca de la vida
es mi creencia;
aunque no haya nacido todavía
y lo separen de mi casa
leguas de mar y polvaredas de camino,
sé que no faltará a mi aniversario,
lo he invitado a mi fiesta.
***
Eugenio Montejo (Caracas, 1938-Valencia, 2008)
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