sábado, 30 de octubre de 2021

camilo castelo branco / dos poemas













¡Es pronto!

*

No puedo creer extinta la gran vida,
que ya mi corazón vivió. . . ¡ay! ¡no!
¡Es pronto, es pronto! aún a veces siento,
en las tibias cenizas de un volcán extinto,
quemar chipotea ardiente de pasión.

Relámpago fugaz me fulge en el alma;
en la sangre siento eléctrico vigor;
más linda veo la tierra, y el cielo más lindo,
me desvarío en visiones de un mundo infinito;
resiento el palpitar del antiguo amor.

Quimera loca de infeliz que espera,
perdido nauta, ¡la salvación por fin!
Descendió perpetua noche en mi vida;
mí día ya se va; el alba querida
jamás tiene que relucir, ¡jamás, para mí!

¡Es triste! . . . Mal sabéis que sangre es esa,
que va en el llanto de quien dice: «¡soy sólo!»
Terrible debe de ser el malestar
de aquel que tanteó en el pecho muerto,
en vez del corazón, ¡urna de polvo! . . .

No más se vibran en el alma los grandes himnos
plañidos por la mano del ignoto Dios;
no más se ensalza el canto del estro osado;
que el genio cae, y se arroja envilecido,
ni osa más clavar ojos en los cielos.

¿La gloria? no más luz a sus ojos.
¿Vanidad? ni del genio la tiene, siquiera.
¡La gloria! ¡oh! ¡Cuánto es bella, cuánto es hija
del corazón, y reflejada brilla
en el rostro puro y virgen de la mujer!

Sin amor, sin pasión, ¿qué valle o genio?
Es don maldito que exaspera el dolor;
es lente que engrandece aquel abismo
donde mora el terror, donde el cinismo
repele al ángel bueno del santo amor.

Si yo amase . . . tal vez sintiese anhelos
que me irguiesen del lodo de este suelo
a los éxtasis de creyente donde ya pude
llevar los sonidos del místico alud,
que enmudeció, exhausto el corazón.

Tal vez amase la vida, y amase a los hombres,
y creyese en la virtud, y ardiese en fe,
y diese la mano a los desvalidos de ella,
a aquellos que, en las agonías de la procela,
no pueden creer que Dios refugio es.

¿No tengo, pues, nada más sobre la tierra?
¿De ti no puede venir, oh puro amor,
la voz de la redención? Pues bien: la muerte
es premio, es galardón . . . Hombre, sé fuerte;
¡arrastra a la sepultura tu dolor!

Pero arrastrarla cumple sin que los labios.
revelen de qué dolor esclavo eres...
La máxima valentía en las torturas
es callarlas. Sufrir, fingir venturas,
es ser mayor que el dolor, pisotearlo a los pies.

~

Nostalgia

*

Nostalgia que me dueles, no huyas, clava
tu pungente espina sin piedad;
graba en mi corazón, oh diosa, graba
los bellos cuadros de la florida edad.
Yo amo el padecer. De esta alma impedida;
¡asómbrala de tristezas, oh nostalgia!
Cállame los himnos del falaz futuro;
¡tráeme el pasado, y aquel amor tan puro!

Aquel amor. . . No pueden ya decirlo
labios hechos a mentir amores;
recuerda el corazón el cuadro bello,
pero no pueden pintarlo falsos colores.
La frase es falsa, es fría, es vano desvelo
querer de árido pecho extraer verdores.
No siento, no, por más que el seno abra,
ungirme la fe la juvenil palabra.

Conmigo estás, mujer, siempre conmigo;
en sueños, eres, como fuiste, un ángel, un numen;
brilla la sonrisa en tu rostro amigo,
hieren tus ojos de la pasión la lumbre.
No halla en nuestro pecho infausto abrigo
el Lucifer maldito del celo.
En sueños, eres, como fuiste, el don extremo,
que dispensa, en la tierra, el Ser-Supremo.

¡Y pude perderte, tesoro inmenso,
tras tamaña lucha de incerteza!
¡Y pude enfriar el fuego intenso
fundiendo en él la última riqueza,
que en este mundo tenía! . . . ¡Ay! cuándo pienso
que, en este amor, sentí más que avaricia,
como Job, en la penuria transfigurado,
sospecho que el Señor me ha castigado.

Acuérdate. Estaba el sol en occidente;
Te besaban sus rayos moribundos;
éramos dos en una sola alma ardiente,
volando de este mundo a nuevos mundos.
El labio estaba mudo; pero vehemente
oraba el corazón; ambos jocundos,
anhelantes de amor, en ese transporte
tal vez a Dios pidiésemos la muerte.

Pedimos, sí: tal fue nuestra ventura,
que, ya allí, nos atormentaba el miedo
del breve instante que la bonanza dura
en este de llantos mísero destierro.
Un nefasto presagio nos augura
A nuestra dulce creencia la muerte pronto:
En los extremos del dolor o de la alegría
Se pide la lápida como yo la pedía.

¿Por qué te amé yo tanto, si era crimen
que mi amor, egoísta y delirante,
pisase la impía ley que te reprime
pulsar en el pecho el corazón amante?
Si la mano del hombre en esa frente imprime
de sierva humilde el estigma denigrante,
¿¡por qué fui yo, en loco amor encendido,
A hacerte de los grilletes sentir el peso!?

Querida, tu vivir era un letargo,
ninguna aspiración te atormentaba;
acostumbrada al yugo, al duro cargo
tu pecho ni siquiera desahogaba.
¡Fui yo quien te señalé un mundo amplio
de nuevas sensaciones; tu pecho ansiaba
oyéndome contar entre caricias,
del libre y ardiente amor tantas delicias!

No te mentía, no. Lo sentiste, hija,
ese amor infinito e inmaculado,
estrella maga que incesante brilla
del alma pura al casto amor sagrado;
afecto noble que jamás comparte
el corazón de vicios ulcerado.
¿No sientes, ni recuerdas, ya siquiera?
¿Quién de este amor te despeñó, mujer?

¡Yo no! si muchos crímenes me deslucen,
si puede desviarme su encanto,
lo menos una sola no me recusen,
una sola virtud: ¡amarte tanto!
Aunque injurias contra mí se crucen,
escupiendo insultos en este amor tan santo,
di tú quién fui, quién soy, y si es verdad
el oprobrio envilecido de la sociedad.

Yo te dije: «Este amor no te condena
ante Dios, ante la consciencia;
puedes el mundo encarar serena
cual virgen soberana de inocencia;
el remordimiento cruel no te envenena
el sentimiento de esta eterna ausencia;
si, por ventura, por ti fuera mirado,
no volverás el rostro avergonzado.»

¿No es verdad, pues, hermana querida,
que no hubo mujer más adorada?
Escucha al corazón: ¿viste en la vida,
consagrarse afecto más recatado?
¿Reconoces que jamás fuiste traicionada,
ni puedes ser con otra comparada?
¿Sabes qué es amor profundo o eterno
que fue mi cielo, y hoy es mi infierno?

***
Camilo Castelo Branco (Mártires, 1825-Vila Nova de Famalicão, 1890)
Versiones de Raquel Madrigal Martínez

/

É cedo!

*

Não posso crer extincta a grande vida,
que já meu coração viveu. . . ai! não!
É cedo, é cedo! ainda ás vezes sinto,
nas mornas cinzas d'um volcão extincto,
queimar scintilla ardente de paixão.

Relâmpago fugaz me fulge n'alma;
no sangue sinto electrico vigor;
mais linda vejo a terra, e o céo mais lindo,
desvairo-me em visões d'um mundo infindo;
ressinto o palpitar do antigo amor.

Chimera louca de infeliz que espera,
perdido nauta, a salvação por fim!
Desceu perpetua noite em minha vida;
o meu dia lá vai; a alva querida
já mais tem de raiar, já mais, p'ra mim!

E triste! . . . Mal sabeis que sangue é esse,
que vem no pranto de quem diz: «sou só!»
Terrivel deve ser o desconforto
d'aquelle que apalpou no peito morto,
em vez do coração, urna de pó! . . .

Não mais se vibram n'alma os grandes hymno»
tangidos pela mão do ignoto Deus;
não mais se exalça o canto do estro ousado;
que o génio cae, e roja-se aviltado,
nem ousa mais fitar olhos nos céus.

A gloria? não mais luz aos sonhos d'elle.
Vaidade? nem do génio a tem, se quer.
A gloria! oh! quanto é bella, quando é filha
do coração, e reflectida brilha
na fronte pura e virgem da mulher!

Sem amor, sem paixão, que valle o génio?
E dom maldito que exaspera a dor;
é lente que engrandece aquelle abysmo
onde mora o terror, d'onde o cynismo
repelle o anjo bom do sancto amor.

Se eu amasse . . . talvez sentisse anhelos
que me erguessem do lodo d'este chão
aos extasis de crente onde já pude
levar os sons do mystico alaúde,
que immudeceu, exhausto o coração.

Talvez amasse a vida, e amasse os homens,
' e cresse na virtude, e ardesse em fé,
e desse a mão aos desvalidos d'ella,
áquelles que, nas vascas da procella,
não podem crer que Deus refugio é.

Não tenho, pois, mais nada sobre a terra?
de ti não pode vir, ó puro amor,
a voz da redempção? Pois bem: a morte
é premio, é galardão . . . Homem, sê forte;
arrasta á sepultura a tua dôr!

Mas arrastal-a cumpre sem que os lábios
revelem de qual dor escravo és...
A máxima coragem nas turturas
é calal-as. Soffrer, fingir venturas,
é ser maior que a dor, calcal-a aos pés.

~

Saudade

*

Saudade que me does, não fujas, crava
o teu pungente espinho sem piedade;
grava em meu coração, ó deusa, grava
os bellos quadros da florida idade.
Eu amo o padecer. D'esta alma trava;
assombra-a de tristezas, ó saudade!
Calla-me os hymnos do fallaz futuro;
traz-me o passado, e aquelle amor tão puro!

Aquelle amor. . . Não podem já dizel-o
lábios affeitos a mentir amores;
recorda o coração o quadro bello,
mas não podem pintal-o falsas côres.
A phrase é falsa, é fria, é vão desvelo
querer de árido peito haurir verdores.
Não sinto, não, por mais que o seio abra,
ungir-me a fé a juvenil palavra.

Comigo estás, mulher, sempre comigo;
em sonhos, és, qual foste, um anjo, um nume;
brilha o sorriso no teu rosto amigo,
ferem teus olhos da paixão o lume.
Não acha em nosso peito infausto abrigo
o Lúcifer maldito do ciúme.
Em sonhos, és, qual foste, o dom extremo,
que dispensa, na terra, o Ser-Supremo.

E pude-te perder, thesouro immenso,
após tamanha lucta de incerteza!
E pude arrefecer o fogo intenso
fundindo n'elle a ultima riqueza,
que n'este mundo tinha! . . . Ai! quando penso
que, n'este amor, senti mais que avareza,
como Job, na penúria demudado,
suspeito que o Senhor me ha castigado.

Recorda-te. Era o sol no occidente;
beijavam-te os seus raios moribundos;
éramos dois n'uma só alma ardente,
voando d'este mundo a novos mundos.
O lábio estava mudo; mas vehemente
orava o coração; ambos jucundos,
anhelantes d'amor, n'esse transporte
talvez a Deus pedíssemos a morte.

Pedimos, sim: tal foi nossa ventura,
que, logo alli, nos exerucia o medo
do breve instante que a bonança dura
n'este de prantos misero degredo.
Um nefasto presagio nos augura
á nossa doce crença a morte cedo:
nos extremos da dor ou da alegria
pede-se a campa como a eu pedia.

Porque te amei eu tanto, se era crime
que o meu amor, egoista e delirante,
calcasse a impia lei quo te reprime
pulsar no peito o coração amante?
Se a mão do homem n'essa fronte imprime
de serva humilde o stigma aviltante,
porque fui eu, em louco amor accêso,
fazer-te dos grilhões sentir o peso!?

Querida, o teu viver era um lethargo,
nenhuma aspiração te atormentara;
affeita já do jugo ao duro cargo
teo peito nem sequer desafogava.
Fui eu que te apontei um mundo largo
de novas sensações; teu peito anciava
ouvindo-me contar entre caricias,
do livre e ardente amor tantas delicias!

Não te mentia, não. Sentiste-o, filha,
esse amor infinito e immaculado,
estrella maga que incessante brilha
da alma pura ao casto amor sagrado;
affecto nobre que já mais partilha
o coração de vicios ulcerado.
Não sentes, nem recordas, já sequer?
Quem d'este amor te despenhou, mulher?

Eu não! se muitos crimes me desluzem,
se pôde trasviar-me o seu encanto,
ao menos uma só não me recusem,
uma só virtude: amar-te tanto!
Embora injurias contra mim se cruzem,
cuspindo insultos n'este amor tão santo,
diz tu quem fui, quem sou, e se é verdade
o opprobrio aviltador da sociedade.

Eu disse-te: «Este amor não te condemna
perante Deus, perante a consciência;
podes o mundo incarar serena
qual virgem soberana de innocencia;
o remorso cruel não te invenena
o sentimento d'esta eterna auzencia;
se, por ventura, de ti for olhado,
não volverás o rosto envergonhado.»

Não é verdade, pois, irmã querida,
que não houve mulher mais adorada?
Escuta o coração: viste na vida,
consagrar-se affeição mais recatada?
Conheces que já mais foste trahida,
nem podes ser com outra confrontada?
Sabes o que é amor profundo o eterno
que foi meu ceu, e me é hoje inferno?

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