I
Cada día es una sinfonía.
Puro Chile es tu cielo endiablado.
Y acaba de amanecer.
El cielo espejea el carmín.
De las grandes alamedas.
Por donde desfiló el militar.
Que nunca perdió una guerra.
Contra enemigos desarmados.
El cielo espejea el carmín.
Sobre los soldaditos de juguete.
Que erraron su propósito.
Su misión no fue pintar.
Puedes ver el carmín en sus manos.
Fructidor, primer año del Golpe.
Los soldaditos de juguete van a la mezquita.
Se ordena la ablución. Atienden el llamado.
Manos se lavan, pies se enjuagan.
Y la pintura se va por el desagüe.
Aquí nunca pasó nada, dijo el mando medio.
Aquí se salvó una patria, dijo el general.
Y los espectros se disponen a retornar.
Este es su viaje de regreso.
Un poema basta como Ítaca.
Se levantan del desagüe.
Marchan a toda velocidad.
Son muchedumbres entre cal.
El lenguaje es su vehículo.
Cuando llega a manos de la ciega.
Ella levanta el peso de los nombres.
Y los restos comienzan ser leídos.
Ante la magistratura de un país suicidado.
II
2.1. Adolfo Benito Augusto Toribio.
Nombres propios de glorias luctuosas.
Soberanos en su asunción.
¿Quién te contó otra historia, poeta?
—Vi el carmín en todos esos documentos.
El arte se encargó de recrear las pérdidas.
Pero, ¿encontraste algún cuerpo?
¿Estuviste de reportero en la revolución?
Un país cambió para siempre.
Y no murió de cáncer marxista.
Salió de la pobreza, apareció en el mapa.
Y no murió de cáncer marxista.
—Vi más rojo que en la bandera soviética.
—Vi un rojo más rojo que en la bandera del Reich.
—Vi el rojo mas rojo en las grandes alamedas.
—Vi el rojo en los documentales en blanco y negro.
—Vi el rojo más rojo en los ojos azules de Augusto.
—Nadie me contó la historia. La supe por los huesos.
Los arqueólogos del futuro seguirán exhumando.
A los que fueron uno con el rojo.
Y con la desaparición de sus restos.
2.2. Adolfo Benito Augusto Toribio.
Líder Guía General Almirante.
Carne de funcionario al gatillo.
Carne de funcionario al cuchillo.
Carne de funcionario al poder.
Carne. Carne. Carne.
Meat. Flesh. Meat.
Fun-cio-na el po-der.
Für viele Jahre, viele Jahre.
Incrustado en el fabuloso arte.
El arte de la desaparición.
2.3. Adolfo Benito Augusto Toribio
Puro Chile es tu cielo endiablado.
Adolfo Benito Augusto Toribio.
La cadena vertical del mando.
La podredumbre de la historia.
Ni la institución ni el individuo.
La idea por sobre todo.
El exterminio programado.
Adolfo Benito Augusto Toribio.
Asumen el mando de todas las unidades.
Mueren por su ley.
Y resucitan en otra boca.
La que juraron hacer desaparecer.
Adiós.
Adolfo Benito Augusto Toribio.
III
(Balada del soldado desconocido)
Antes de reescribir una fecha otra vez
Tomé un seminario doctoral sobre Olvido
Después de ingresar, vi mi nombre, y dije
Definitivamente esto es para mí y recordé
Algunos apuntes de mi paso por el Ejército
«Toda guerra debe ser metódica».
Napoleón era mi duce, antes del Pronunciamiento.
Sí, muchas cosas, muchas cosas han cambiado.
La casa de mi familia creció, le salió un segundo piso.
Era de un cantautor que probó el veneno de mi credo.
Fui el mejor del regimiento. Fui condecorado por la Junta.
Me esculpieron y desfilé delante de los altos mandos
En las inmediaciones del Parque O’Higgins.
Gané honores y los gasté, aprendí a colgar el fusil, lo olvidé
dicté cátedra de los Derechos Humanos y me volví a insertar
En la contingencia nacional. Tuve un puesto en el Senado.
Esta vez era yo mi propio general, mi modelo a seguir.
La casa de mi familia entonces era la más grande.
En la comuna más pituca de un país suicidado.
Gocé de cuentas en el extranjero y mis alegrías fueron gigantes
Mi descendencia tuvo la mejor educación, mis nietas bellas
El orgullo de cada fin de semana, de cada cumpleaños.
A veces llegaban cuando estaba en el despacho.
La última vez que vinieron, preguntaron por la boina en la pared.
Su yaya les dijo que fue un héroe de este país, un ejemplo de valentía.
Las niñas felices lo abrazaron hasta hacerse pequeñas
como Marita preparaba el almuerzo en las jornadas maratónicas
de calle Londres y París, que tenía a bien supervisar.
La última mañana en casa, mi rostro salió en cadena nacional.
El final llegó rápido y con mucha angustia. Terminé mi café
Y caí desplomado. La escena que me quedó es de un hospital
Donde una muchedumbre no me vitoreó, sino abucheó.
Por primera vez sentí que yo era lo que no quería ver.
Y me decían cómplice, torturador y asesino.
Nada pues, solo serví a mi país. No hubo alternativa.
Jornadas extenuantes con los silenciosos batracios de la Internacional.
Escogidos para el flirteo de su piel con la corriente.
Enfrenté a los jueces y decidí delatar.
Nadie entendió por qué hice lo que hice.
Nunca fui el mismo. Todo lo que fui ha sido revocado.
Lo que me aprestaba a recordar me cazó. Fracasé al olvidar.
Mi ex mujer siempre lo dijo: «los molinos de Dios muelen lento, pero muy fino».
Solo espero que nadie que me juró lealtad no se arrepienta de mi final.
Esta mañana voy a morir sin gloria ni victoria.
Serán las exequias de ese ejército que me abandonó.
Mi alma a otra nueva guerra partirá.
Nicolás López-Pérez (Rancagua, 1990). Yo no sé lo que no es un poema político. Inédito.
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