“Dejen de confiar en el hombre
que solo tiene un soplo de vida
en la nariz”.
Isaías 2: 22
Desde ahora les anuncio:
esto no será bello de ver ni bueno.
Llegó el tiempo de cobrar justicia.
Ahora que los vientos nos arrastran desclavan los techos
hacen volar techumbres.
(Perdió su dulzura de madre la isla entera
nos escamotea el agua / los peces
las semillas mueren en surcos terrosos)
Llegó el tiempo del juicio.
Nadie escapará de la furia desatada.
Colgados en la Plaza Pública
los primeros: aquellos
de manos ávidas para recoger todo lo bueno
sin dar nada a cambio;
que arrastraron el amor de los padres.
Primero ellos,
que escupieron la escudilla de sus mayores
y establecieron su mundito de utilería
olvidando la responsabilidad de sus actos.
Y se entregaron al hedonismo,
a la tiranía de jóvenes que todo lo juzgan
y no han mostrado ninguna obra de respeto.
Después, los padres que abandonaron
por correr tras el placer,
que no quisieron a sus hijos.
Los profesores que reclaman el sueldo
haciendo lo mínimo
que se burlan de los niños.
Todos a escupir al que roba su sueldo miserable al jubilado.
Fuera la cabeza del especulador
que llega a Presidente de la República
y desde allí favorece a los amigos y parientes.
Ríos de sangre que laven las calles de la ciudad corrupta.
No hay ternura en mi corazón para los ricos tan ricos
que siempre quieren más.
El filoso cuchillo de la guillotina para los sinvergüenzas
que hacen leyes en su propio beneficio.
Que se arrodille el soberbio
creador del sistema de pensiones,
sea vapuleado por cada uno de los veteranos.
Que se arrodille y ruegue con las manos juntas
el periodista
que difunde las mentiras del poder,
máxima infamita.
Apaleo a los que lucraron con la salud y la educación.
Lapidación, mientras les dure la vida,
a quienes ríen mientras mienten en los medios masivos.
Penas de vergüenza general en el frontis de los edificios públicos
desnudos los cuerpos y cargando lienzos con su prontuario
“tuve piscina cuando a los demás faltó agua”
“desprecié al que trabajó en mi casa”
“fui prepotente con personal de servicio”
“miré desde mi ventana y no hice nada”
“lo puse en mi muro para tener likes”
Sean cegados todos los que miraban videos de gatos
mientras conducían
o atendían gente enferma
o postergaban el trámite de alguien que esperó meses y días y horas.
Pierdan los dedos culpables los que apretaron teclas de su celular
para herir
para vapulear.
Los que esparcieron rumores
que festinaron con la desgracia ajena
y pegaron en sus muros los cuerpos sufrientes
para reír y multiplicar el odio.
Doblados por el peso de su mala disposición
sean hundidos en pozos de excrementos
los que siempre pensaron mal y actuaron en consecuencia.
Mientras el cielo enrojece y se seca el agua
de las fuentes públicas.
Mientras se prepara el viento que arrancará
las bien plantadas casas de diseño.
Y las temperaturas terminen de quemar
lo que queda de vegetación.
Esperando que el oleaje se eleve
sabiendo que explotará su espuma tan blanca
y golpeará cada calle, cada hospital, cada parque de juegos.
Antes
habremos de ajustar cuentas con aquellos
que menospreciaron la fuerza del amor
y se entregaron a la vulgaridad del deseo
aquellos que ironizaron con las buenas intenciones
y vejaron los mejores sentimientos.
No tenga descendencia, desaparezca toda su ralea
de los que se dejaron conducir sin hacer ninguna pregunta.
Condena eterna al que confundió los principios
que a duras penas se habían instalado en los cimientos
y arrojó a los ciudadanos
preocupados por la sobrevivencia
a no pensar.
Trabajos forzados
a quienes se enriquecieron con el esfuerzo de otros.
Antes, un poco antes de la catarsis
veremos el pánico en los ojos de todos esos
que nos miraron con arrogancia
que se creyeron superiores y decidieron por nosotros,
aquellos que confundieron las palabras
y las vaciaron de sentido
los que nos empujaron a expresarnos con puros restos
pedazos de sílabas.
Muerte vergonzosa para todo el que creyó
que podía manipular la verdad y la belleza.
Una pira enorme para los que colgaron el labio
y se negaron a la curiosidad
para todos los que hirieron a niños y niñas
y cultivaron en ellos una tristeza sideral
una perversidad
una tendencia a la sombra
como este cielo negro que está a punto de abatirse
sobre nosotros.
Así fueron pasando uno a uno; a ratos en grupos
los malditos de este tiempo.
Ya ni asustaban los ojos desorbitados
ni provocaban conmiseración las súplicas
al despojarse de su pecado mortal.
Sabía que estaba por llegar mi turno.
Dirán, por ejemplo.
guardó rencor en su corazón y fue iracunda
El camino hacia la virtud se interrumpió
una y otra vez.
¿Qué hacemos con los que no supieron escuchar a los suyos?
El abismo plagado de voces,
un ruido estremecedor para siempre.
Los que se vanagloriaron de no necesitar a nadie
los que despreciaron la fragilidad
¿qué es lo que merecen?
Veo cómo el cielo se enturbia con la sombra
de cuerpos sobre su propia sangre.
Y no se calma con esta visión
el hambre antigua de justicia.
Nadie llorará estos muertos.
Nadie los enterrará ni llevará flores
o irá a sentarse para acompañarlo en el invierno
ni les contará historias de sus descendientes.
Carnes inútiles
Carnes definitivamente terminadas.
Rosabetty Muñoz (Ancud, 1960)
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