martes, 14 de noviembre de 2023

armando romero / dos poemas













Brisa

*

El sólo movimiento de una hoja en el limonero puso en actividad
toda la casa
A ras de suelo un leve humo disipó sus sombras y dejó al descubierto
el dulce ladrillo de los antepasados
El antiguo fantasmero de caoba fue puras risas entrecortadas y pasos blandos
como guantes
Las vigas en el techo y el soporte de las arañas temblaron como una trapecista
en celo de tendones
Apagada estaba ya la vela en el altar contra el rincón y no se movía¬-
Al borde y al centro de una pantalla de adobe habían ahora puertas
y ventanas en vaivenes de secos golpes y monótonos
Paso tuvo el sol que quedaba restando y sumando por los postigos
y los portillos
En la fragilidad de sus lazos y la corredera del hilambre la hamaca dijo sí
o dijo no
Corrió veloz la mariposa única hasta el escaño deshuesado y sólido
que esperaba en el corredor
Y desde allí la ahumada cocina hizo leve muestreo de rescoldos y cenizas
Viejas ollas en depósito de sentencias y perfumes
Desierto de áridos granos y legumbres florecidas
Leña ya en el musgo y el renacimiento de las parásitas
Tardo hueco del fogón y su encanto
Platos y tazas desportillados por un constante repique de los usos
Pocillos en la pared como una interrogación colgando
Por el patio donde se desvanecía el acento trinitario y el punto aparte
de las gallinas
caminó como un murmullo que no era sino roce y frotación de pieles
desnudas por la hierba
El cielo se sostenía en un meridiano preciso que era una nube gris
y muchas blancas más azul
Fue sólo un múltiple movimiento de pies como las hojas cortadas
del plátano
Un sólo movimiento en esa tarde
Pero al detenerse el limonero
Todo en aquel sitio continuó como antes

~

Strip Tease

*

A veces pienso que la vida lo va desnudando a uno. Yo, por lo menos, me he quedado sin ese zapato que caminó por la avenida séptima de Bogotá una noche salida del interior de un tiempo adelgazado por las esperas; la chaqueta de cuero, de origen dudoso, se despedazó contra el respaldar del bar donde el bohemio infiel empalidecía de aguardiente todas las noches; una camisa que no había pintado Rolf, el alemán, acabó como trapo sucio en un apartamento de Valle Abajo; mis pantalones de vaquero murieron congelados en los páramos de Mérida todavía con la bragueta en perfectas condiciones; un roto de bala en el pecho tenía la camiseta a rayas cuando la perdí de vista en Puerto La Cruz; los pantaloncillos terminaron haciendo cama para Agapi, la gata blanca de Sebucán. Es extraña esta vida que nos desnuda y nos viste de otro, tiempo tras tiempo.

***
Armando Romero (Calí, 1944)

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