Sólo quien ama conoce. ¡Pobre del que no ama.
Como a miradas no consagradas las hostias santas,
comunes y desnudas son para él las mil vidas.
Sólo a quien ama el Diverso enciende sus esplendores
y le abre la casa de los dos misterios:
el misterio doloroso y el misterio gozoso.
Yo te amo. Dichoso el instante
en que me enamoré de ti.
¿Cuál es tu nombre? Parecido al firmamento
él cambia con la hora. ¿Eres tú Julieta? ¿o eres Teodora?
¿te llamas Arturo? o Niso te llamas? El nombre
a ti te sirve sólo para jugar, como una máscara.
Quisiera llamarte: Fiel; pero no se te parece.
Tu gracia convierte
en jactancia el escándalo que te ciñe.
Tú eres la abeja y eres la rosa.
Tú eres la suerte que colorea las alas
y riza los cabellos.
Tu reverencia es graciosa como el arcoíris.
Son tus días un césped reluciente
donde te encuentras con los ángeles fraternales:
el santo, adulto Quirón,
el inocente Sileno, y los niños con los pies de cabra,
y las niñas ‒ delfín de frías armaduras.
Por la noche, a tu pobre habitación regresas
y miras tu destino urdido de figuras,
el oscuro compañero durmiente
con su cuerpo tatuado.
Tú eras el paje favorito en la corte de Oriente,
tú eras el astro mellizo hijo de Leda,
eras el más hermoso marinero en el barco fenicio,
eras Alejandro glorioso en su tienda real.
Tú eras el encarcelado de quien se hacen siervos los esbirros.
Eras el compañero valiente, la gracia del campo,
sobre el que llora como una madre
el enemigo que le cierra los ojos.
Tú eres la dogaresa que suelta al sol sus cabellos
purpúreos, en la alta terraza, entre catedrales y estandartes.
Eras la primera bailarina del lago de los cisnes,
eras Briseida, la esclava con el rostro de rosas.
Tú eras la santa que cantaba, escondida en el coro,
con una voz dulce de contralto.
Eras la princesa china con el pie infantil:
el Hijo del Cielo la vio, y se enamoró.
Como un diamante es tu palacio
que en cada habitación tiene un tesoro
y todas las ventanas encendidas.
Tu morada es una colmena encantada:
narcisos lejanos te envían sus mieles.
Para tus fiestas, desde lejanas épocas
llegan luces, como al firmamento.
Pero tú al exilio vas, solo y descontento.
Mi muchacho no tiene casa
ni país.
La hermosa trama, adorada de mi corazón,
para ti es una jaula amarga.
Y no vendrá nunca a salvarte la esposa
reina del labirinto.
Para el sabor extraño del bien y del mal
tu boca es demasiado arisca.
Tú eres el cuento extremo. ¡Oh flor de jacinto
cien corimbos de una única solitaria flor!
La muchedumbre de oro vestida de tu hermoso juego de espejos
para ti es desierto e impostura.
¿Pero adónde vas? ¿qué buscas? En vano gata-niña,
el paso de Edipo en tu camino esperas.
Oh fabulosa pregunta, a tu delirio
no hay respuesta humana.
Descansa un rato cerca de quien te ama,
ángel mío.
Cuando estás cerca de mí, me pareces sólo un niño.
Mis brazos encerrados bastan para hacerte un nido
y para dormir una camita te basta.
Pero cuando estás lejos, para mí te vuelves enorme.
Tu cuerpo es tan grande como Asia, tu respiración
es tan grande como las mareas.
Dispersas mis negros fútiles días
como el huracán a la arena negra.
Corro gritando tus distintos nombres
por el sordo golfo de la muerte.
Descansa un rato cerca de quien te ama.
Deja que te mire. Mi habitación recorres arrogante
como un galán que pasa
por un estrago de corazones.
En el espejo miras tus largas pestañas
ríes como un jinete volando hacia la meta.
¡Oh hijo mío dilecto, rosa nocturna!
Pobre como el gato de los callejones napolitanos
como el pordiosero y el pobre carterista.
y en elegancia superas a duques y a soberanos
resplandeces como gema de mina
cambias de diadema cada noche
te vistes de oro como los otoños.
Pasa la cazadora lunar con sus blancos alanos…
Duermes.
La noche que a la infancia nos devuelve
y como fiera defiende a sus dilectos
de las ofensas del día, extiende sobre nosotros
su toldo historiado.
En la fúnebre morada, también de ti me olvido.
Tu corazón que late es todo el tiempo.
Tú eres la noche negra.
Tu cuerpo materno es mi descanso.
Elsa Morante (Roma, 1912-1985)
Versión de Emilio Coco
/
Solo chi ama conosce
*
Solo chi ama conosce. Povero chi non ama!
Come a sguardi inconsacrati le ostie sante,
comuni e spoglie sono per lui le mille vite.
Solo a chi ama il Diverso accende i suoi splendori
e gli si apre la casa dei due misteri:
il mistero doloroso e il mistero gaudioso.
o t’amo. Beato l’istante
che mi sono innamorata di te.
Qual è il tuo nome? Simile al firmamento
esso muta con l’ora. Sei tu Giulietta? o sei Teodora?
ti chiami Artù? o Niso ti chiami? Il nome
a te serve solo per giocare, come una bautta.
Vorrei chiamarti: Fedele; ma non ti somiglia.
La tua grazia tramuta
in un vanto lo scandalo che ti cinge.
Tu sei l’ape e sei la rosa.
Tu sei la sorte che fa i colori alle ali
e i riccioli ai capelli.
La tua riverenza è graziosa come l’arcobaleno.
Sono i tuoi giorni un prato lucente
dove t’incontri con gli angeli fraterni:
il santo, adulto Chirone,
l’innocente Sileno, e i fanciulli dai piedi di capra,
e le fanciulle – delfino dalle fredde armature.
La sera, alla tua povera cameretta ritorni
e miri il tuo destino tramato di figure,
l’oscuro compagno dormiente
dal corpo tatuato.
Tu eri il paggio favorito alla corte d’Oriente,
tu eri l’astro gemello figlio di Leda,
eri il più bel marinaio sulla nave fenicia,
eri Alessandro il glorioso nella sua tenda regale.
Tu eri l’incarcerato a cui si fan servi gli sbirri.
Eri il compagno prode, la grazia del campo,
su cui piange come una madre
il nemico che gli chiude gli occhi.
Tu eri la dogaressa che scioglie al sole i capelli
purpurei, sull’alto terrazzo, tra duomi e stendardi.
Eri la prima ballerina del lago dei cigni,
eri Briseide, la schiava dal volto di rose.
Tu eri la santa che cantava, nascosta nel coro,
con una dolce voce di contralto.
Eri la principessa cinese dal piede infantile:
il Figlio del Cielo la vide, e si innamorò.
Come un diamante è il tuo palazzo
che in ogni stanza ha un tesoro
e tutte le finestre accese.
La tua dimora è un’arnia fatata:
narcisi lontani ti mandano i loro mieli.
Per le tue feste, da lontani evi
giungono luci, come al firmamento.
Ma tu in esilio vai, solo e scontento.
Il mio ragazzo non ha casa
né paese.
La bella trama, adorata dal mio cuore,
a te è una gabbia amara.
E in tua salvezza non verrà mai la sposa
regina del labirinto.
Per il sapore strano del bene e del male
la tua bocca è troppo scontrosa.
Tu sei la fiaba estrema. O fiore di giacinto
cento corimbi d’un unico solitario fiore!
La folla aureovestita del tuo bel gioco di specchi
a te è deserto e impostura.
Ma dove vai? che mai cerchi? invano, gatta-fanciulla,
il passaggio d’Edipo sul tuo cammino aspetti.
O favolosa domanda, al tuo delirio
non v’è risposta umana.
Riposa un poco vicino a chi t’ama,
angelo mio.
Quando mi sei vicino, non più che un fanciullo m’appari.
Le mie braccia rinchiuse bastano a farti nido
e per dormire un lettuccio ti basta.
Ma quando sei lontano, immane per me diventi.
Il tuo corpo è grande come l’Asia, il tuo respiro
è grande come le maree.
Sperdi i miei neri futili giorni
come l’uragano la sabbia nera.
Corro gridando i tuoi diversi nomi
lungo il sordo golfo della morte.
Riposa un poco vicino a chi t’ama.
Lascia ch’io ti riguardi. La mia stanza percorri spavaldo
come un galante che passa
in una strage di cuori.
Allo specchio ti miri i lunghi cigli,
ridi come un fantino volato al traguardo.
O figlio mio diletto, rosa notturna!
Povero come il gatto dei vicoli napoletani
come il mendico e il povero borsaiolo,
e in eleganza sorpassi duchi e sovrani
risplendi come gemma di miniera
cambi diadema ogni sera
ti vesti d’oro come gli autunni.
Passa la cacciatrice lunare con i suoi bianchi alani…
Dormi.
La notte che all’infanzia ci riporta
e come belva difende i suoi diletti
dalle offese del giorno, distende su noi
la sua tenda istoriata.
Nella funerea dimora, anche di te mi scordo.
Il tuo cuore che batte è tutto il tempo.
Tu sei la notte nera.
Il tuo corpo materno è il mio riposo.
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