sábado, 18 de noviembre de 2023

janine pommy vega / del otro lado de la mesa











Estoy leyendo tus poemas
y aparece un enorme edificio desvencijado, la luz de cien velas
se derrama sobre la nieve. Dentro, en la larga mesa bolcheviques corpulentos
como grifos, llevan adelante sus discusiones con jóvenes dostoievskianos
y socialistas de una veintena de países.
La piel negra y azul del cantante tuareg resplandece con las constelaciones saharianas mientras canta la lengua del viento,
la que le enseñó su madre, la prohibida en la escuela.
Los poetas a tientas levantan sus copas de grappa y cantan juntos.
En el otro extremo, los intelectuales reflexionan sobre los detalles, las referencias ocultas y los temas profundos, alguien se chupa los dedos.
La mujer sudamericana con la voz de un tren ululando
a través de las pequeñas ciudades de los desaparecidos se inclina hacia
el sij y sus sílabas de Guru Nanak.
La chamana siberiana crea en su canto una máscara de cuerda anudada a través de la cual observamos la procesión de animales sobre
la vastedad septentrional. Una danza de cortejo de manzanas comienza al amanecer.
Tres jóvenes con una banda sonora chillona gritan simultáneamente
historias personales de los horrores de la guerra.
Hay algo en el corazón cavernoso
donde se reúnen todas las canciones,
Bella Ciao, la Internacional, el riff de jazz y la canción de cuna
el drama de las manos sobre una mesa entre los sordos y el canto.
La llave está en el diamante de la puerta,
Abrid que soy yo.
En el poema que sostiene la puerta entreabierta,
Ahh, estábamos esperando.

***
Janine Pommy Vega (Jersey City, 1942-Woodstock, 2010)
Versión de Nicolás López-Pérez

/

Across the table

*

I’m reading your poems
and a huge ramshackle building appears, the light from a hundred candles
spills out on the snow. Inside at the long table Bolsheviks built
like fireplugs hammer out their arguments with Dostoevsky youths
and socialists from a score of countries.
The blue black skin of the Tuareg singer gleams with Saharan
constellations as he sings the language of the wind,
the one his mother taught him, the one forbidden in school.
Poets groped together lift their glasses of grappa and sing along.
At the far end, intellectuals cozy up over the finer points, the hidden
references and underlying themes, somebody licks his fingers.
The South American woman with the voice of a train wailing
through small towns of the disappeared leans in toward
the Sikh and his syllables of Guru Nanak.
The Siberian shamaness creates in her song a mask of knotted
string through which we watch the procession of animals over
the northern vastland. A courtship dance of apples begins at dawn.
Three youths with a shrieking soundtrack shout simultaneous
personal histories of the horrors of war.
There’s something about the cavernous heart
where all songs gather,
Bella Ciao, the Internationale, the jazz riff and the lullaby
the drama of hands over a table among the deaf and the singing.
The key is in the diamond in the door,
Open up it’s me.
In the poem that holds the door ajar,
Ahh, we’ve been waiting.

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