La conocí golpeándose contra el silencio del poder en esa plaza a donde el pueblo acude cada vez que necesita recordar que el monumento fue erigido a su independencia y no a su servidumbre.
Y cada semana estaba usted allí, sacudiendo la apatía del sistema hasta cuando concluyó el plazo que les concedió el señor Ministro de Gobierno para que ustedes preguntaran por sus hijos y su paradero en el agua, hasta cuando nuestros gritos contra la tortura como pus o caspa del sistema molestaron al señor Presidente en su trabajo, incluso cuando dijo que eso "no iba a devolverles la vida" sin entender que ustedes y nosotros estábamos pidiendo que nos devolvieran su muerte (el otro zapato, un botón de la camisa, los huesos de ambos).
Y cuando yo tenía la impresión de que ya nada servía de nada, ni las peticiones con firmas, ni las marchas de protesta, ni las consignas pintadas en las paredes (acaban de derribar la que frente a mi casa decía "pero Yambo no desaparece").
Y nada hacía maldiciendo carajeando contra la impotencia frente al imperio policíaco, usted seguía haciendo algo algo cualquier cosa cada miércoles cada día a cada hora, y cuando ya no podíamos acercarnos a la plaza cercada a varias cuadras a la redonda ocupada -como por un ejército extranjero que hubiera venido a derrotarnos en nuestra guerra nuestra- por la misma policía que los mató a los dos y los siguió matando, usted avanzaba reclamaba pedía exigía bajo las ventanas mismas del palacio y cuando nos mordíamos el alma porque el gran culpable instalaba su trono en una Alcaldía y aún se atrevía a pontificar sobre el derecho a violar el derecho pero nada decía del crimen cobarde el asesinato aleve callando encubridor y cómplice y el gran ejecutor que tenía un jeep a la puerta abierta de su cárcel huyó del país.
Y ni el ministro de gobierno y policía ni la policía hicieron nada para que
regresara el general de policía, usted enarbolaba -bandera de mil colores bajo el sol- su esperanza de mujer, humana en la justicia de los humanos (¿eran humanos?).
Usted enarbolaba -bandera sin color bajo la lluvia- su dolor de huérfana al revés
dos veces (demasiada orfandad en una sola madre) llenando con él los intersticios de vacío entre las piedras o entre el aire y las nubes, o entre nosotros mismos y el destino sin saber muy bien lo que significa (y al perder la vida usted recuperó para nosotros el derecho elemental de cada ciudadano a volver a las puertas del palacio a recordar a voces a su inquilino que el asesino sigue libre y los muchachos muertos).
Usted se me acercó una mañana cuando todos los escogidos por la música cantaban por los hermanos en una afirmación de la vida o sea de la justicia exigiendo el castigo y puesto que los jóvenes decían "todos somos Restrepo" santiago y andrés eran hijos de todos nosotros,
usted y Pedro eran en ese momento nosotros y usted me dejó dos lágrimas en mi camisa como si me hubieran matado a mis dos hijas.
Como recordándome con su humedad que sí puedo podemos hacer algo que sí cabe esperar después de la desesperanza, por ejemplo recordar a los desaparecidos que un día no volvieron a su casa, ni a la vida, o ponerles como una chaqueta en los hombros su cadáver que andan, buscando entre otros muertos, que sí vale la pena escribir mil consignas, contraseñas maldiciones, firmar mil denuncias, condenas, cartas, manifiestos, gritar hasta enronquecernos el corazón, contra la desventurada teniente de policía que cobraba por haberlos visto, cobraba para verlos, de nuevo cobraba para mentirlos vivos. Contra el general de policía que anunció iba a ensuciar unas hojas de papel, escribiendo en su defensa un libro con las patas dentro de las botas, contra los que torturaron a ese muchacho hasta matarlo y mataron al que había visto la tortura y así doblaron la muerte. Contra el imbécil coronel de policía que dijo "por la desaparición o muerte de dos mocosos no se debió armar tanto relajo y estar ahora con la misma cantaleta".
Y aunque todos ellos estén dentro o fuera de una cárcel de cinco estrellas,
sí valió la pena luz helena por esos adolescentes puros,
sí valió la pena luz helena insistir para que esos reos poco comunes puesto
que salvajes pasen a una cárcel común. Particularmente ése que dijo hablando de los mocosos "ellos no fueron personas relevantes como un presidente norteamericano o un cantante mexicano para dar tanto revuelo al asunto".
Ignorando el ignorante que la vida de un muchacho, de un niño, de un adulto transeúntes por el país o calle de las lágrimas, cortada por la brutalidad del poder y su justicia, es para nosotros más importante que la de cualquier presidente o candidato muerto en el cumplimiento de su ambición o de su destino.
Lo que valió la pena sobre todo Luz Helena, es habernos dado a todos la conciencia de que los derechos humanos son sagrados, no una sigla, ni una composición literaria, ni un discurso oficial de sobremesa, sino algo en cuya defensa se muere y vale la pena morir porque es por los demás por los otros nosotros.
Como murió Consuelo Benavides.
Como murieron Santiago y Andrés sin imaginar para qué iba a servir su muerte.
Luz Helena, como murió usted tantas veces Luz Helena.
Y ¿sabe? es como si ahora su llanto hubiera vuelto a mojarme la camisa, recordándome lo poco que hice y hago y sigo sin hacer, por todos los que fueron y de golpe dejaron de ser a golpes, y por los que son como usted es y sigue siendo Luz Helena.
1994
(A Luz Elena Arizmendi, madre de Carlos Santiago y Pedro Andrés Restrepo)
Jorge Enrique Adoum (Ambato, 1926-Quito, 2009)
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