sábado, 28 de enero de 2023

cecilia meireles / cinco poemas











Motivo

*

Yo canto porque el instante existe
y mi vida está completa.
No soy alegre ni soy triste:
soy poeta.

Hermano de las cosas huidizas,
no siento gozo ni tormento.
Atravieso noches y días
en el viento.

Si desmorono o si edifico,
si permanezco o me deshago,
— no sé, no sé. No sé si me quedo
o paso.

Sé que canto. Y la canción es todo.
Tiene sangre eterna el ala ritmada.
Y un día sé que estaré mudo:
— nada más.

~

Encargo

*

Deseo una fotografía
como esta — ¿la ve el señor? — como esta:
en la que para siempre me ría
como un vestido de eterna fiesta.

Como tengo la frente sombría,
derrame luz en mi frente.
Deje esta arruga, que me da
un cierto aire de sabiduría.

No ponga fondo de bosques
ni de arbitraria fantasía...
No... En este espacio aún queda,
ponga una silla vacía.

~

Como se Muere de Vejez

*

Como se muere de vejez
o de accidente o de enfermedad,
muero, Señor, de indiferencia.

De la indiferencia de este mundo
donde lo que se siente y se piensa
no tiene eco, en la ausencia inmensa.

En la ausencia, arena movediza
donde se escribe igual sentencia
para el que es vencido y el que venza.

Sálvame, Señor, del horizonte
sin estímulo o recompensa
donde el amor equivale a la ofensa.

Con boca amarga y con alma triste
siento mi propia presencia
en un cielo de locura suspendida.

(Ya no se muere de vejez
ni de accidente ni de enfermedad,
sino, Señor, sólo de indiferencia.)

~

Canción Póstuma

*

Hice una canción para dártela;
aunque tú ya te estabas muriendo.
La Muerte es un poderoso viento.
Y es un suspiro tan tímido, el Arte...

Es un suspiro tímido y breve
como el de la respiración diaria.
Llanto de paloma. Y la Muerte es un águila
cuyo grito nadie describe.

Vine a cantarte la canción del mundo,
Pero tienes los oídos cerrados
para mis labios inexactos,
— atento a un canto más profundo.

Y estoy como alguien que llegase
al centro del mar, comparando
aquel universo de llanto
con la lágrima de su cara.

Y ahora cierro grandes puertas
sobre la canción que llegó tarde.
Y sufro sin saber de qué Arte
se ocupan las personas muertas.

Por eso es tan desesperada
la pequeña, humana cantiga.
Tal vez dure más que la vida.
Pero a la Morte no le dice nada más.

~

Los Hombres Gloriosos

*

Me senté sin preguntas a la orilla de la tierra,
y oí que lo me narraban casualmente los que pasaban.
Tengo la garganta amarga y los ojos doloridos:
dejadme olvidar el tiempo,
inclinar en las manos la frente desencantada,
y de mí misma desaparecer,
— que el clamor de los hombres gloriosos
Me cortó el corazón de lado a lado.

Pues era un clamor de espadas bravías,
de espadas enloquecidas y sin relámpagos,
ah, sin relámpagos...
pegajosas de lodo y sangre densa.

¡Cómo quedaron mis días, y las flores claras que pensaba!
Nubes suaves, construyendo mundos,
¡cómo se borraron de repente!

¡Ah, el clamor de los hombres gloriosos
atravesando ebriamente los mapas!

Antes el murmullo del dolor, ese murmullo triste y sencillo
de lágrima interminable, con su centella ardiente y eterna.

Señor de la Vida, ¡llévame lejos!
¡Quiero retroceder al más allá de mí misma!
Convertirme en animal tranquilo,
en planta incomunicable,
en piedra sin respiración.

¡Quiébrame en el giro de los vientos y de las aguas!
¡Redúceme al polvo que fui!
¡Reduce a polvo mi memoria!

Reduce a polvo
la memoria de los hombres, escuchada y vivida...

***
Cecilia Meireles (Río de Janeiro, 1901-1964)
Versiones de Raquel Madrigal Martínez

/

Motivo

*

Eu canto porque o instante existe
e a minha vida está completa.
Não sou alegre nem sou triste:
sou poeta.

Irmão das coisas fugidias,
não sinto gozo nem tormento.
Atravesso noites e dias
no vento.

Se desmorono ou se edifico,
se permaneço ou me desfaço,
— não sei, não sei. Não sei se fico
ou passo.

Sei que canto. E a canção é tudo.
Tem sangue eterno a asa ritmada.
E um dia sei que estarei mudo:
— mais nada.

~

Encomenda

*

Desejo uma fotografia
como esta — o senhor vê? — como esta:
em que para sempre me ria
como um vestido de eterna festa.

Como tenho a testa sombria,
derrame luz na minha testa.
Deixe esta ruga, que me empresta
um certo ar de sabedoria.

Não meta fundos de floresta
nem de arbitrária fantasia...
Não... Neste espaço que ainda resta,
ponha uma cadeira vazia.

~

Canção Póstuma

*

Fiz uma canção para dar-te;
porém tu já estavas morrendo.
A Morte é um poderoso vento.
E é um suspiro tão tímido, a Arte...

É um suspiro tímido e breve
como o da respiração diária.
Choro de pomba. E a Morte é uma águia
cujo grito ninguém descreve.

Vim cantar-te a canção do mundo,
mas estás de ouvidos fechados
para os meus lábios inexatos,
— atento a um canto mais profundo.

E estou como alguém que chegasse
ao centro do mar, comparando
aquele universo de pranto
com a lágrima da sua face.

E agora fecho grandes portas
sobre a canção que chegou tarde.
E sofro sem saber de que Arte
se ocupam as pessoas mortas.

Por isso é tão desesperada
a pequena, humana cantiga.
Talvez dure mais do que a vida.
Mas à Morte não diz mais nada.

~

Como se Morre de Velhice

*

Como se morre de velhice
ou de acidente ou de doença,
morro, Senhor, de indiferença.

Da indiferença deste mundo
onde o que se sente e se pensa
não tem eco, na ausência imensa.

Na ausência, areia movediça
onde se escreve igual sentença
para o que é vencido e o que vença.

Salva-me, Senhor, do horizonte
sem estímulo ou recompensa
onde o amor equivale à ofensa.

De boca amarga e de alma triste
sinto a minha própria presença
num céu de loucura suspensa.

(Já não se morre de velhice
nem de acidente nem de doença,
mas, Senhor, só de indiferença.)

~

Os Homens Gloriosos

*

Sentei-me sem perguntas à beira da terra,
e ouvi narrarem-se casualmente os que passavam.
Tenho a garganta amarga e os olhos doloridos:
deixai-me esquecer o tempo,
inclinar nas mãos a testa desencantada,
e de mim mesma desaparecer,
— que o clamor dos homens gloriosos
cortou-me o coração de lado a lado.

Pois era um clamor de espadas bravias,
de espadas enlouquecidas e sem relâmpagos,
ah, sem relâmpagos...
pegajosas de lodo e sangue denso.

Como ficaram meus dias, e as flores claras que pensava!
Nuvens brandas, construindo mundos,
como se apagaram de repente!

Ah, o clamor dos homens gloriosos
atravessando ebriamente os mapas!

Antes o murmúrio da dor, esse murmúrio triste e simples
de lágrima interminável, com sua centelha ardente e eterna.

Senhor da Vida, leva-me para longe!
Quero retroceder aos aléns de mim mesma!
Converter-me em animal tranquilo,
em planta incomunicável,
em pedra sem respiração.

Quebra-me no giro dos ventos e das águas!
Reduze-me ao pó que fui!
Reduze a pó minha memória!

Reduze a pó
a memória dos homens, escutada e vivida...

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