lunes, 28 de marzo de 2022

philip larkin / alborada









Trabajo todo el día y por la noche me embriago.
Despierto a las cuatro en la oscuridad silenciosa y miro.
Con el tiempo, los bordes de la cortina se iluminarán.
Hasta entonces veo lo que siempre ha estado ahí:
La muerte incesante, más cerca un día entero,
Hace todos los pensamientos imposibles, pero cómo
Y dónde y cuándo habré de morir.
Una pregunta árida: mientras tanto el temor
De morir y de estar muerto,
Se dispara otra vez para retener y horrorizar.

La mente queda en blanco ante el resplandor. Sin arrepentirse
—El bien no hecho, el amor no entregado, el tiempo
Arrancado sin usar— ni en desdicha, porque
Una sola vida puede tomar tanto en encumbrarse
Limpia de sus comienzos equivocados y puede que nunca;
Aunque en el vacío total y para siempre,
La segura extinción a la que viajamos
Y en la que nos perdemos siempre. No para estar aquí,
No para estar en algún lugar,
Y en breve: nada más terrible, nada más cierto.

Esta es una forma especial de tener miedo
Ningún truco la disipa. La religión lo ha intentado.
Ese tejido vasto, musical, comido por las polillas.
Creado para pretender que nunca moriremos,
Y de ideas engañosas que dicen ningún ser racional
Puede temer a una cosa que no siente, que no ve
Esto es lo que tememos —ni vista ni sonido
Ni tacto ni gusto ni olfato, nada en que pensar,
Nada que amar o vincularse,
La anestesia de la que nadie sale.

Y eso se queda solo en el borde de la visión,
Una mancha pequeña y sin foco, un escalofrío persistente
Que ralentiza cada impulso hasta la indecisión.
La mayor parte de las cosas podrían nunca ocurrir: esta lo hará.
Y su ocurrencia se desborda
Al miedo a la caldera cuando nos pillan sin
Gente ni trago. El coraje no es un bien:
Significa no asustar a los otros. Ser valiente
No deja a nadie fuera de la tumba.
La muerte es más un alarido que una resistencia.

Lentamente la luz se fortalece y la habitación toma forma.
Se mantiene clara como un ropero, lo que sabemos
Lo que siempre supimos, sabemos que no podemos escapar,
Y no podemos aceptarlo. Un lado tendrá que marcharse.
Mientras los teléfonos acechan, se preparan para sonar
En oficinas cerradas, y todo el mundo
Apático, intrincado y arrendado empieza a despertarse.
El cielo es blanco como la arcilla, sin sol.
El trabajo tiene que hacerse.
Los carteros como los médicos van de casa en casa.


N. del T. El poema ha sido traducido en otras oportunidades bajo el título de "Albada", lo que resulta impreciso, toda vez que Larkin busca referirse al subgénero de las canciones matutinas que tienen su desarrollo primigenio en la trova occitana. El poeta entiende aubade como una canción/poema que agradece el amanecer, en oposición a la serenata (serenade) que es a la tarde. La albada, en tanto, pertenece a las canciones de boda en las tradiciones castellanas y valencianas. Por otra parte, la aubade en la trova occitana tiene una connotación romántica, pues son canciones/poemas de amantes que deben separarse al alba, después de pasar la noche. En la trova alemana se encuentra el subgénero de las Tagelied que se componen con el mismo propósito. Alborada es un término que se ajusta más al sentido buscado por Larkin.

***
Philip Larkin (Ratford, 1922-Kingston upon Hill, 1985)
Versión de Nicolás López-Pérez

/

Aubade

*

I work all day, and get half-drunk at night.   
Waking at four to soundless dark, I stare.   
In time the curtain-edges will grow light.   
Till then I see what’s really always there:   
Unresting death, a whole day nearer now,   
Making all thought impossible but how   
And where and when I shall myself die.   
Arid interrogation: yet the dread
Of dying, and being dead,
Flashes afresh to hold and horrify.

The mind blanks at the glare. Not in remorse   
—The good not done, the love not given, time   
Torn off unused—nor wretchedly because   
An only life can take so long to climb
Clear of its wrong beginnings, and may never;   
But at the total emptiness for ever,
The sure extinction that we travel to
And shall be lost in always. Not to be here,   
Not to be anywhere,
And soon; nothing more terrible, nothing more true.

This is a special way of being afraid
No trick dispels. Religion used to try,
That vast moth-eaten musical brocade
Created to pretend we never die,
And specious stuff that says No rational being
Can fear a thing it will not feel, not seeing
That this is what we fear—no sight, no sound,   
No touch or taste or smell, nothing to think with,   
Nothing to love or link with,
The anaesthetic from which none come round.

And so it stays just on the edge of vision,   
A small unfocused blur, a standing chill   
That slows each impulse down to indecision.   
Most things may never happen: this one will,   
And realisation of it rages out
In furnace-fear when we are caught without   
People or drink. Courage is no good:
It means not scaring others. Being brave   
Lets no one off the grave.
Death is no different whined at than withstood.

Slowly light strengthens, and the room takes shape.   
It stands plain as a wardrobe, what we know,   
Have always known, know that we can’t escape,   
Yet can’t accept. One side will have to go.
Meanwhile telephones crouch, getting ready to ring   
In locked-up offices, and all the uncaring
Intricate rented world begins to rouse.
The sky is white as clay, with no sun.
Work has to be done.
Postmen like doctors go from house to house.

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