el cielo comienza en tus pies
tan solo un salto
y te vuelves estrella
el cielo se desborda en tus páramos
fisgonea tu silueta, grietas, pliegues
el cuenco de tus manos
la hipnosis y el vértigo de tu ombligo
en el gesto piadoso de tu pubis
(como las manos temblorosas de un niño frente al altar)
donde se contiene, resopla húmedo y descansa
te baña el universo
se cobija infinito el silencio
se esconde la noche entera
sigilosos tus pies, tu frente erguida
desgarra tu cuerpo quirúrgico
como la quilla vuelta de un naufragio
el hálito inmenso del firmamento
el cielo comienza en tus pies
y trepa sigiloso y madreselva
dibujándote a soplos
como el artesano al cristal candente
te envuelve como un guante
y ahoga en un abrazo vaporoso
el jadeo de tu piel
el cielo se mira en tus ojos
crepita en tus pestañas
aletean, mariposa, tus párpados
las antípodas agitan su reflejo
se desatan los monzones
y enmudece la tierra al contacto de tu voz
el cielo recorre tu boca, penetra en tu garganta
titila en tu pecho
como el fulgor de una luna en el agua
el cielo persigue tu estela, la huellas
de arcilla, guijarros, la hierba
y a cada paso
te vuelve a atrapar, te envuelve y te germina
como al pistilo
el abrazo fecundo de las abejas
y es que el cielo tiene una herida
rasgado como un lienzo
arponado el vientre
como el cerrojo de una llave diamantina
que eres tú
porque el cielo comienza, nace y muere
cada vez
allí donde tú terminas
en el eterno big bang de tu pulso
que arremolina la luz en tu seda
precipitándose al origen
como una flecha expulsada
desde el arco curvo del tiempo
al tiempo de tu primer latido
Pablo Mackenna (Santiago de Chile, 1969)
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