Me encantan todas.
Me encanta que un puñado, un bocado, te sobreviva, un morral te pueda conseguir un oficio, un freno de aquellos que bien elegido podría tumbarte y una sola palabra que podría iniciar una estampida y, por tanto, podría ser ilegalmente prohibida, inclusive por un tribunal liberal empeñado en defender una constitución que garantice una expresión sin impedimentos. Me encanta que el gaucho argentino tenga más de doscientas palabras para la coloración de los caballos y que el idioma sami de Escandinavia tenga más de mil palabras para los renos en función de la edad, el sexo y la apariencia; por ejemplo, un busat tiene bolas grandes o solo una bola grande. Más que las prístinas, me encantan las palabras inmundas por su talento descriptivo y su naturaleza transgresora. Me encantan las sucias más que las menudas, ya que respeto la expresión extravagante más que la reservada. Admiro la reserva, especialmente cuando me lleva a un nivel ascético. Me encantan los léxicos particulares de trabajos en especial. El sustrato de esas actividades. Las nomenclaturas dentro de las nomenclaturas. Soy de la escuela no acreditada que cree que los animales no existieron hasta que Adán les asignó nombres. Mi relación con la palabra es cualquier cosa menos científica. Es una cuestión de fe de mi parte, que la palabra dota sustancia material, al diferenciar la cosa nombrada de todo lo demás. Caballo, entonces, descifra lo que no es caballo.
C. D. Wright (Mountain Home, 1949-Barrington, 2016)
Versión de Nicolás López-Pérez
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IN A WORD, A WORLD
I love them all.
I love that a handful, a mouthful, gets you by, a satchelful can land you a job, a well-chosen clutch of them could get you laid, and that a solitary word can initiate a stampede, and therefore can be formally outlawed—even by a liberal court bent on defending a constitution guaranteeing unimpeded utterance. I love that the Argentine gaucho has over two hundred words for the coloration of horses and the Sami language of Scandinavia has over a thousand words for reindeer based on age, sex, appearance—e.g., a busat has big balls or only one big ball. More than the pristine, I love the filthy ones for their descriptive talent as well as transgressive nature. I love the dirty ones more than the minced, in that I respect extravagant expression more than reserved. I admire reserve, especially when taken to an ascetic nth. I love the particular lexicons of particular occupations. The substrate of those activities. The nomenclatures within nomenclatures. I am of the unaccredited school that believes animals did not exist until Adam assigned them names. My relationship to the word is anything but scientific; it is a matter of faith on my part, that the word endows material substance, by setting the thing named apart from all else. Horse, then, unhorses what is not horse.
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