mediateca de poesía personal-universal del ayer y del mañana desde MMXVII/
viernes, 3 de abril de 2020
david huerta / dos poemas
El viático en la sombra
Sixteen years! Sixteen banners united over the field…
*
Escucho en el reverso de la palabra fiebre
un rumor de inscripciones, la lenta bocanada
de una luz desasida, las Dieciséis Imágenes
de un trayecto puntual como la santa orilla
del fuego o de la tierra o la luz fecundada
en un sello magnético o el transparente óvalo
de un viento suspendido por la aguja del tiempo:
las olas inflamadas del alba en el Caribe,
el camino hacia el Arno, la vista de Estambul
antes de amanecer, la dormida Cisterna,
la lluvia en Venezuela, el ovillo de Roma
–monumental, caótica–, la íntima piscina
de votos renovados, Saint-Michael en el mar,
las calles de La Habana, el puente milenario
descubierto en Wiesbaden la primera jornada,
los caballos de bronce robados por los Dogos,
los acuarios, los parques, los templos, los zoológicos
y en la mañana unánime el fulgor de tu cara.
Acaso no en los viajes ni en las arduas ciudades
ni en los hondos paisajes ni en las voces queridas
ni en los ávidos libros ni en las conversaciones
está el tiempo cifrado del amor y su llama.
Está en la noche antigua y en la diáfana sílaba
nunca dicha o soñada, sobrenaturaleza:
escúchala, recógela. Es casi nada y todo
de su forma y sonido secreto se desprende.
Es el viático doble en la sombra del mundo
para la vida inerme: su arcilla, su memoria.
~
The Child is Father of the Man
*
No sé cómo buscarte dentro de mí,
niño que fui: si debo escarbar
encarnizadamente
en la memoria
o invocarte por medio de magias repentinas
en las que no creo.
Estás perdido pero no para ti mismo:
sólo para mí. Sin embargo soy tú,
o eso me dicen quienes parecen
saber más de mí que yo mismo; o que tú.
En el tiempo de la vida
tuviste un tiempo propio,
largo, dilatado
hasta el confín de juegos infinitos.
Sé que jugabas como ahora yo juego:
pero eso no es encontrarte. Soy tu repetición
—siquiera en el esplendor mínimo
del juego —y sus inocencias y sus culpas.
William Wordsworth afirma
que eres mi padre:
él juega un juego estrafalario
con los años, con las edades
y con la genética. Por las entrañas
y por la biología,
mi padre fue otro
—y ya está muerto. Tú estás vivo.
Y es cierto que vives
como una sombra palpitante
dentro de mí. Pero no conozco ese «dentro».
Cuando examino el interior de lo que soy
hallo solamente un amasijo de formas
indistintas, apenas discernible
por un esfuerzo del recuerdo.
Pero estás ahí, impalpable, invisible.
Acércate. Pienso a veces
que no quieres hacerlo
para que yo no te mate. O te me escapas
minuciosamente
por una voluntad incomprensible
de ocultamiento. Pues sospecho
que no me tienes miedo
—como no le tiene miedo la sombra
al cuerpo que la proyecta sobre la pared.
Es posible que siempre estés aquí
y seas la forma sagrada
de una ignorancia cósmica
que debería atormentarme.
Pero quizá, mejor aun,
tienes la hondura de una sabiduría
visionaria.
Sin embargo, sé que aborreces
tales grandes palabras, acaso
porque las desconocías
o porque ellas te desconocían.
Entre mil otras cosas, puedo entender
que eres precisamente eso:
el desconocimiento de las grandes palabras.
Que por el tiempo presente de tu ausencia
o de tu estilo de esconderte
eso me baste. Mientras tanto, en sueños,
murmuro tus cantos sin significado
y en la vigilia intento ponerlos
en líneas irregulares de juego serio,
ese otro confín.
***
David Huerta (Ciudad de México, 1949)
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