viernes, 8 de diciembre de 2017

natalia litvinova / cinco poemas



Tus ojos se han vuelto mi cenicero

*

Días y noches te he escrito, la primera frase era:
no existe Rusia, París no existe,
besarte es besar una pared en blanco.
Miro este cuerpo tan mío,
cuántos lo han amado,
inviernos prematuros festejaron en mi viente.
Al margen de esta hoja se escribe mi vida,
leo el testamento de Kafka
como única carta de amor.
Pronto en París caerá nieve,
en Rusia también, otra nieve
y los que me han amado
intentarán volver a mí por la fuerza.
Querido, tus ojos se han vuelto mi cenicero.
El testamento de Kafka es lo único que me queda
mientras regresan tranquilos
los que me quieren santa y desnuda.

~~~

Carta cobarde

*

Por dónde pasa la valentía, cuál es su curso
¿Cómo es el carácter del cuidado, cuáles son sus gestos?
¿Es como la música o como quien la toca?
¿Es valiente aquel que elige callar, el que lo dice todo?
Me pregunté por qué dejaste de escribirme.
Imaginé que desde tu silencio me pedías silencio.
Como a los niños, como a los perros,
como a los que se portan mal.

~~~

Prípiat

*

Te empujaría lejos, hacia un paisaje limpio,
hasta el recuerdo del gusano que mi abuela
partió en dos con una pala
y las mitades siguieron vivas,
hacia el lugar secreto donde unas hormigas
escondían sus huevos y otras se los comían,
o al establo de las gallinas y de los cerdo,s
cuando quise alimentar a uno,
intentó arrancarme la mano.
O mejor al bosque, donde hay flores, hongos,
radiación y casi no hay recuerdos.

~~~

La decadencia

*

Lo recuerdo muy bien. Corría el año 89.
No muy lejos cayó un muro. Cambiaron
las modas y las muecas.
Solo los monumentos tardaron en desaparecer.
Los que no podían escribir, escribieron.
Los que conseguían leche en el mercado negro,
tuvieron más hijos.
Todo se llenó de fe desesperada.

~~~

Gómel

*

Mi abuelo se afeitaba y temblaba
frente al televisor.
Mi padre se perdía en el campo
hasta transformarse en un punto en la nieve.
Regresaba con una sonrisa mística en el rostro.
En verano frutillas en sus manos
y frambuesas en primavera.
La sonrisa de mi padre traía frutos maravillosos.
El abuelo temblaba cada día más,
su cabeza recaía como mandolina
y se erguía como un piano.
Un día mi padre regresó con manzanas
y mi abuelo dio con la clave del silencio.

***
Natalia Litvinova (Gómel, 1986) Siguiente Vitalidad. Santiago de Chile: Libros Tadeys, 2015.

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