Merlín
*
Diremos hoy del amor cosas verdades
como la orilla al mar hasta volverse arena.
Los pasos sobre hojas mojadas que no crujen; torna el
pensamiento con saliva ajena, oh brujo céltico que
hallaste hace dos lunas
una joven lavándose temprano en la fuente. Esta tarde de
nuevo
has mordido sus piernas —desgano: así hasta tres veces.
Hay en el bosque corros de hongos —y quién los pone, dí
(o enloquecer como el sabio malabar
ante la sensitiva), y quién pone el salitre en la bóveda donde
la antorcha traza enigmas de hollín.
Mirabas a la ventana de vejiga tendida; esperabas la hora,
oh brujo enteramente medieval,
cómo odiaste la paja donde hundías codos y rodillas
pensando en hongos, en salitre
(así otros días cuando quieres que dure y repasas el elenco
de estirpes de Erín desentendiéndote un poco).
Traes briznas en los faldones y en ese cucurucho salpicado
de estrellas, lúnulas y saturnos prematuros que llevas
frío en los pies y prisa; sí, oh brujo atormentado por la
enuresis;
anhelas el infolio de astrología judiciaria que el aprendiz
desempolva con mano trémula, creyéndote en hechicerías
altas.
Tardarás en dormirte aunque es noche de viento y el
hombre del norte no pisará las costas
No, no eres lunático.
~
Principios
*
Lo que escribo tiene el derecho
—para los fines de la rima
y todo eso que sólo a mí interesa—
de decir que era verde el vestido
gris en realidad
o decir que era martes
cuando que fue viernes —si me acuerdo—,
o explicar que el barco enarbolaba calavera y tibias
porque lo estaban fumigando.
Tiene este derecho
y casi ningún otro.
~
Chasseneige
*
A Ulalume
Sé bien que eres un viento, pero a mí
me gusta imaginarte en la punta de una locomotora romántica
partiendo la nieve por una vía angosta,
aventándola en torbellinos a los lados
sobre los campos blancos del siglo diecinueve,
con un cargamento de puerco largo a remolque
—carne hacia hoteles de escupideras doradas,
güesos femeninos en forma de alcayata
para que crujan sobre algún sólido mostrador de roble pesadísimo
ante el regente con cuello almidonado y favoris.
Este paisaje nada vale desde adentro,
pasan ráfagas blancas que la locomotora envía,
todo está donde debe y, con las piernas en sendos folgos,
Franz Liszt y su amante mirando al frente con ojos vidriosos de frío
avanzan ateridos por campos nevados mientras un cuerno triste
aúlla muy lejos
el tema del concierto de las naciones.
Gerardo Deniz (Madrid, 1934-Ciudad de México, 2014) Sobre las ies. Antología personal. Ciudad de México/Madrid: FCE, 2008.
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