sábado, 23 de noviembre de 2024

carmen gallo / dos poemas











Reconstruir al animal
desde las promesas que ha sido
capaz de hacer. Y olvidar.
No por los huesos abandonados,
sino por las huellas que se alejan.
Del recorrido. Una forma simple.
La historia interna y la historia externa.
Quien corre ha perdido. Quien corre desaparece
aunque se lleva todo detrás. Quien se queda
aprende a esconderse. A no ser nada.
A fingir las hipótesis. Las cosas no le suceden
a los que desaparecen.

~

El sastre muerto dos calles más allá. Los funerales
en la iglesia demasiado grande para cualquiera.
La hija toma la palabra y dice: el milagro
el milagro de haberlo tenido con nosotros,
con los ojos abiertos y todo el resto. Salimos.
La plaza a contraluz es un autobus de turistas
chinos. Volvemos a casa, subimos las escalas,
y con nosotros vuelven las bancas de madera
bajo el enorme altar barroco
la conversación banal, el fuerte olor de las flores.
Seguido miro el columpio en el parque debajo de casa
el empujón que la mano da a la oscilación
de los cuerpos minúsculos, vulnerables. A veces
salgo al balcón, pido a las madres que se detengan,
a los niños de afirmarse fuerte
porque todo esto es absurdo y no vale la pena.
Creo que digo, pero no sucede. No es real.
Me quedo a mirar esos cuerpos que permanecen
en el movimiento del aire y la fuerza.
Algunos ríen o lloran, pero ninguno
tiene miedo de verdad.

***
Carmen Gallo (Nápoles, 1983)
Versiones de Nicolás López-Pérez

/

Ricostruire l’animale
dalle promesse che è stato
capace di fare. E dimenticare.
Non dalle ossa abbandonate,
ma dalle impronte che si allontanano.
Dalla corsa. Forma semplice.
La storia interna e la storia esterna.
Chi corre ha perso. Chi corre scompare
ma si porta dietro tutto. Chi resta
impara a nascondersi. A non essere niente.
Fingere le ipotesi. Le cose non accadono
a quelli che spariscono.

~

Il sarto morto due strade più in là. I funerali
nella chiesa troppo grande per chiunque.
La figlia prende la parola, dice, il miracolo
il miracolo di averlo avuto con noi,
con gli occhi aperti e tutto il resto. Usciamo.
La piazza controluce è un autobus di turisti
cinesi. Torniamo a casa, saliamo le scale,
e con noi tornano le panche di legno
sotto l’enorme altare barocco
la conversazione banale, l’odore dei fiori forte.
Spesso guardo l’altalena nel parco sotto casa
la spinta che la mano imprime all’oscillazione
di corpi minuscoli, vulnerabili. A volte
esco sul balcone chiedo alle madri di smettere,
ai bambini di tenersi forte
perché tutto questo è assurdo, e non ne vale la pena.
Credo di dire ma non accade. Non è reale.
Resto a fissare quei corpi capaci di restare
nel movimento dell’aria e della forza.
Alcuni ridono o piangono, ma nessuno
ha davvero paura.

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