domingo, 24 de noviembre de 2024

xuan bello / la inquietud que nos quema










Al principio estaba muy solo. Mi alma era
una isla rodeada por mujeres y yo quería
hablar con mi padre. A los catorce años
el mar es algo importante; suéñese ser
grumete o capitán, lo que se quiere,
las manos en el timón que tiembla,
es oír el canto de la sirena. Presentimiento
de Nausicaa acaso; pero sobre todo
la seguridad de tener un cómplice
ante la perplejidad. Te hablaría
de las interminables noches mirando la luna
de la literatura. Pero no buscaba, padre,
que a mi soledad le diesen la razón.
Te buscaba a ti, que estabas solo, y sólo quería
un gesto que nos hiciese iguales. Muerto
ya sabes lo que es mirarse en el espejo de la nada
y tus manos de viña crecen en el secreto
que nos consume. Padre, te lo voy a contar todo:
te quería y a huir aprendí por veredas
que aún no acierto.
Tenía catorce años cuando dejé
de hablarte. Tampoco tú a mí te dirigiste
con la reverencia que se debe a quien de si depende.
O tal vez sí, y no te entendí, y esta carta,
que le envío al silencio de tu ausencia,
sea una torpeza más de un niño consentido.

Padre: nunca hemos hablado.
Padre: te lo voy a contar todo.

Al principio, ¿recuerdas?, estaba muy solo:
el resquicio de la puerta donde el ojo acechaba,
la caricia brusca y la seguridad de que no había
donde agarrarse. Escuchaba a Janis Joplin
como si comulgara con un Dios que creía en mí.
Aprendí a pasar desapercibido escribiendo
y pronto comprobé que nada hay más efectivo
para ocultar un secreto que escribirlo en un libro.
Escribir, escribir: fingir que tengo
una vida más alta. Eso ha sido mi vida
en estos años últimos. Y sin embargo, Padre,
te tengo que confiar dos cosas:
la primera es que muchas veces la vida se parece
a lo que he escrito; la segunda, cosa extraña,
es que el pasado escrito, finalmente, florece en la memoria
y el rosal que no se marchita araña
con su tela de araña la realidad.
Padre,
padre mío: cómo me duele que te hayas muerto
sin decirte que era lunes y agosto y París encendida;
cómo me duele no haberte dicho,
en el rincón oscuro de la bodega,
cuánto me gustan las mujeres.
Padre, ten paciencia:
éste es el cuento que le cuento a tus huesos calcinados.
A no oírnos ya estamos acostumbrados
pero qué quieres que te diga:
no me basta con soñar contigo a veces
en la noche que aúlla como un lobo.
No me basta con tenerte cerca, aquí, por dentro.
Quiero estrecharte la mano; quiero que me abraces
y me lleves al mar, al mar que se reserva
al primogénito. Mar de viñas
los de tu tierra, mar quemado
los de tus ojos.
Llévame allí, Padre, y dime
lo que ahora sé y entonces ni intuía:

hermanos somos en la inquietud que nos quema.

***
Xuan Bello (Tineo, 1965)
Abajo original en asturiano

/

La inquietú que nos quema

*

Al principiu taba mui solu. Mio alma yera
una isla arredolada de muyeres y yo quería
falar con mio padre. A los catorce años
el mar ye daque importante; qué más dará
se suañes ser grumete o capitán: lo que se quier,
les manes nel timón que cimbla na tembleca,
ye sentir el cantar de la serena. Xingladura
de Nausicaa acaso; pero más que nada
la seguranza de tener un cómpliz
énte la perplexidá. Diba falate en pudiendo
de les interminables nueches mirando la lluna
de la lliteratura. Pero nun buscaba, padre,
qu’a la mio soledá-y dieran la razón.
Buscábate a ti, que tabes solu, y namás quería
un xestu que nos fixera iguales. Muertu
yá sabes lo que ye mirase nel espeyu de la nada
y les tos manes de viña medren nel secretu
que nos ambura. Padre, voi contátelo too:
queríate y a afuxir deprendí per atayos
qu’inda nun acierto de tan emprunos y ermos.
Tenía catorce años cuando dexé de falate.
Tampoco tu a mi te dirixisti
cola reverencia que se debe a quien de si depende.
O seique sí y nun t’entendí y esta carta,
que-y únvio al silenciu de la to ausencia,
sía una toscada más d’un nenu consentíu.

Padre: nunca falemos.
Padre: voi contátelo too.

Al principiu, ¿alcuérdeste?, taba mui solu:
la resquebra de la puerta onde’l güeyu escucaba,
la caricia brusca y la seguranza de que nun había
onde se garrar. Escuchaba a Janis Joplin
como se comulgara con un Dios que creía en mi.
Deprendí a pasar desapercibíu escribiendo
y llueu comprobé que nada nun hai más efectivo
pa esconder un secretu qu’escribilu nun llibru.
Escribir, escribir: finxir que tengo
una vida más alta. Y, así qu’así, Padre,
tengo de confesate dos coses:
la primera ye que munches veces la vida asoméyase
a lo qu’escribí; la segunda, cosa raro,
ye que’l pasáu escritu, finalmente, espalma na alcordanza
y el rosal qu’arremostia sele rabuña inda
col so rabu ensin zusme la realidá.

Padre,
padre míu: cómo me manca que morrieras
ensin dicite que yera llunes y agostu y París enceso;
cómo me manca nun tenete dicho,
nel requexu escuru de la bodega,
cuánto me presten les muyeres.

Padre, ten pacencia comigo:
ésti ye’l cuentu que-y cuento a los tos güesos calcinaos.
A nun oyenos cuantayá que nos avecemos
pero qué quieres que te diga:
nun m’abasta con suañar contigo a les veces
na nueche que berra como un llobu con fame.
Nun m’abasta con tenete cerca, equí, per dientro.
Quiero estrechate la mano; quiero que m’abraces
y me lleves al mar, al mar que se-y acuta
al primoxénitu. Mar de viñes
lo de to tierra, mar quemao
lo de los tos güeyos.
Llévame aende, padre, y dime
lo qu’agora sé y entós nin intuía:
hermanos somos na inquietú que nos quema.

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