El primer principio está en la boca
también la primera oscuridad
que es de donde huyen las palabras
abriéndose paso entre los dientes
para salir a las calles
arrebatadas y deseosas
de que llegue pronto la noche
porque allí las cosas se duermen
y lo único que brilla junto a la sangre
son ellas.
El mundo está lleno de demoliciones
y de rostros que se caen de la cara
como si lo que unía el adentro y el afuera
lo alto y lo bajo
la ilusión y la muerte
ya no existiera más allá
que el sentido que también
se ha desplomado.
Uno camina oliendo el universo
mirando el Big Bang
pisando los átomos de la corteza terrestre
y a lo lejos el mar
ese hermoso contorno
que se pudre como el cuerpo semidesnudo
amarrado a sí mismo
por intestinos y venas
que lo único que querían es ver el sol
tomar aire fresco
pedir un último deseo.
Es la guerra la que da esta sensación
de que todo marcha
hacia otras marchas que no veremos
que desbordan el porvenir
que intuyen el sacrificio y la verdad
a media voz y a media luz
escarbando en los restos de la civilización
en la gran juguetería
que finalmente es la sociedad
donde siempre es verano
para quienes quieren tomar la última foto
de ese último atardecer.
Las palabras
ah sí las palabras
volvieron amargas y huérfanas
y se arrojaron al acantilado
que separa la cabeza del corazón
no son buenos días les digo
no son buenas noches me responden
antes de quitarse la ropa de trabajo
y acostarse tristes como yo
en este poema
debajo del fin del mundo.
Héctor Hernández Montecinos (Santiago de Chile, 1979)
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