Toda la noche me entretuve en recoger
las moras una a una ya todas
en sazón. A la luz
de la luna. Recorriendo
el camino
que se hundía en el monte.
Oí primero puro al ruiseñor.
Oí después hozar
al jabalí. Toda la noche un viento acompañaba
dulce
la
recolección. Después ya muy cansado cuando
amanecía
comí junto al arroyo.
Moras.
Después busqué el rumor de la cascada.
Y me lancé a la poza cuando el sol
nacía. Solitario y desnudo. No supe
si caía
era
vivificante el agua
eran
el verdor y la sombra
lo húmedo y el limo
el lomo
de los peces profundos. Debía
regresar
–ya casi daba el sol
sobre las cosas–.
Pero solo pensaba en lo poco
que pesa
un cuerpo entre lo ingrávido. Y creo
que no quise
despertar de esa noche
–te digo
si preguntas
lejano y extranjero
de pie frente a mi tumba–.
Ada Salas (Cáceres, 1965)
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