domingo, 20 de diciembre de 2020

enrique giordano / el mendigo








Mi vida es muy sencilla:
Trabajo en un café

Cada noche en un café distinto

Cuando llega la oscuridad
y se van encendiendo las lámparas me siento en el rincón más oscuro
en una mesa pequeña donde nadie pueda verme

(pretensión ociosa:
A nosotros nadie nos ve: 
Heredamos el paciente prodigio de pasar totalmente desapercibidos)

¿Qué hago?

Como ya les dije, lo que hago es muy sencillo

                                                          Escucho

Y puedo asegurarles que yo sé escuchar

Esto al menos nadie me lo podrá negar

Lo escucho todo, hasta los silencios

        Retengo todas las palabras que se dijeron
La que nunca pudieron decirse

Y aquellas que se dicen de todas las maneras posibles que una palabra se puede decir

Desgraciadamente tengo mala memoria

 y nunca recuerdo lo que quisieron decir

Quizás porque ya he renunciado a entender

            O simplemente
Porque me lo sé ya todo de memoria
No me las doy de omnipotente ni de ubicuo

            Mi percepción va más
que el rebote del último sonido
entre los vasos y las porcelanas

Mi trabajo es muy simple

                         Pero hay que saber esperar
Y esto sí confieso que me resulta extenuante

Aunque ya no me importa

                          Simplemente me quedo allí
hasta que la última mesa haya quedado vacía

                                                   el último mantel recogido
y las lámparas apagadas para siempre

Entonces me levanto

                          Y comienzo a barrer todas las palabras
que han caído desparramadas por el suelo

Algunas son fuertes y se resisten

                          otras se desarman en letras sueltas

Y hay veces cuando el azar provoca las combinaciones más insospechadas

Pero ya sé que en el fondo dicen nada
tengo mi conciencia tranquila
cuando al piso lo he dejado limpio como una página en blanco

Pero tampoco crean que soy perfecto

                         En realidad no lo soy

¿Cómo lo podríamos ser
si vivimos sólo del aire y la sangre de nuestros semejantes?
Como irremediablemente nadie me mira
cada noche escojo una de aquellas palabras

                                             La recojo con ternura

Con el cuidado de quien siempre supo
que cada simple combinación de letras y palabras

           alguna vez

                                -digo: alguna vez-

               prometieron algo

A cada palabra que recojo
la cubro con la palma de mis manos entreabiertas
para que no se enfríe y deje de vivir

A veces despierto feliz
sintiéndola a mi lado

O despierto llorando porque ya no está allí

Pero otras,
las más

ya se han deshecho con la humedad de mi piel
y dejan como llagas viscosas en mi cuerpo

Heridas que tardarán en cerrarse
por lo menos todavía

Hasta que a la noche siguiente

vuelva a sentarme en la mesa más oscura
de cualquier otro café

              Y haga lo único que sé hacer:
                                  Escuchar
                                                Escuchar en silencio
                                                                        Y esperar.

*** 
Enrique Giordano (Concepción, 1946)

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