sábado, 26 de septiembre de 2020

rodrigo verdugo / dos poemas













Después de ese día

*

Cambiaron la ubicación de las cosas
sabían demasiado de una música de tierra
para el viaje enemigo
el aura del mar levantándose, dejando atrás nuestros terribles ejes
nuestra forma de mirarnos a los ojos, de mirar a las piedras.
Sabían demasiado bien como unirse, por eso recibieron el revés de las cosas
y se empezó gota por gota, nombre por nombre
mientras el mito se deshojaba a nuestros pies.
Sabían demasiado bien
y no esperaron retratar a sus muertos
les bastó que el revés del mundo se levantara contra los árboles y las aguas
contra las cosas y las vidas,
contra cualquier herida que no tuviese un arrojo de estrella.
Lo sabían demasiado bien apareando a las sílfides contaminadas,
saldando algo con ellas
poniendo plumas quemadas dentro de las almohadas, reanudando las capturas
para que así llegaran y se ubicaran gota por gota, nombre por nombre
como antes cuando las cosas no limitaban con los hombres
sino que el tiempo limitaba con la piedra, limitaba con la luz
y piedra y sangre por igual buscaban legitimar el rayo
mientras la belleza ahuecaba los mares
y al final dios estaba esperándonos con un ramo de accidentes en las manos.

~

Séptimo anuncio

*

“Prolijos crímenes de momias especiales”
                                                    Jaime Rayo

Aun continúan allí
Tal vez porque se han dejado imantados entre el fuego y las estrellas
Porque saben que el fuego fue desheredado de una hondura a otra
No puedo ignorarlos aunque apenas sean un vuelco más sobre las aguas
El cuerpo que se les dio fue impenetrable hasta para la misma pureza
Sus besos le han arrancado su ancestro a la tormenta impregnada
Y tienen cuellos y articulaciones al descender de esa escisión ventisquera
Que se encarama en los fluidos flechados.
Tengo un vago recuerdo de ellos, tal vez porque me evitaban
Veían mi mano como destinada al sacrilegio volátil
Veían las pústulas y las violetas como únicos estandartes
Se hacían una argamasa con fauces, con meteoros zafados
Para poder poner un pie sobre estas tierras descritas como perdidas
Desde entonces los seguía a todas partes
Llevaban fardos de cigüeñas muertas de roca en roca
Sabían mejor que nosotros que el silencio se aferra al cielo
Y que ciertas piedras nos anunciaban lo que perderemos
Vedlo, vedlo me decían: “Como nos reciben esas parcas con lanzazos ecuatoriales
Esas mismas parcas que un día tendrán que despedirnos en la última torre
Mientras en nuestros lejanos lechos se abren solas las ventanas y se encienden las luces”
No eran nada mío, y yo los seguía, a pesar de que evitaban mi mano
Llegue a pensar que tal vez ella, mi mano, había escrito un epitafio en el cráneo de las bestias
Y si lo hizo sabed que luego le dio a puñados su espesura al rayo
Fue capaz de tocar el polvo, aun cuando este no daba origen a nuestra rapaz circularidad
Solo el día que oímos caer al pensamiento sobre las aguas, me aceptaron como uno de ellos
Poniéndome esos dientes que cruzaron el océano durante las noches, ahora empezamos, decían
Tanteando en los fulgores que el tiempo esta incrustado en el espacio,
Tanteando ese hallazgo que espacia la muerte
Mira me dijeron:” En estos fulgores esta el indicio de alguien que reconoció su forma al final de la ola
Confiando en ese signo diario que avanza de petrificación en petrificación
Como el desangrado que ha llegado al espejo otoñal
Como los alacranes matemáticos que van en busca de brillo a la tumba del marino
Y cuyo brillo resaltamos pasándoles cepillos de diente por encima, en temporadas aciagas
Ve luego y espanta con muletas a esos matapiojos de la morada carne del auriga
Ve cuantos días han sido arrojados al otro lado en un intento de sangre
Toma, esta es la lámpara para no ser apretados por el polvo al momento de nacer”.
Si alguna vez hubo algún derrumbe aquí, si lo hubo, no habrá más paz en el polvo
Si alguna vez hubo noche aquí, si la hubo, no volverán a estar en paz las sombras
Mordían a quien no tenia oscuridad, toda filtración era una boca más para ellos
Así como los reflejos son las hélices de nuestro cuerpo intermedio situado
Como los designios compactos que nos proponen el mar y el cielo
Había fiesta si mandaban sus manchas negras y esas manchas negras regresaban
Después de haber hecho que el cobre le diera la mano a los perros
Mas todavía desconfiaban de mi mano, me decían que cuando el rayo se quedaba sobre las cimas
Era porque veía doble nuestra muerte.
Supe que el dolor inunda la oscuridad, que las alas están unas sobre otras, unas esfumándose sobre otras
Pero a las alas recién llegadas les era dado a ver que lo indisoluble es un espejismo ausente
Yo era el tercero de ellos y como tal podía entrar al hospicio donde pavos reales arrastran biopsias
Tenía acceso a los entierros espirales y a rondar junto a esos chivos
Que tienen enterradas brújulas en el lomo
Una caparazón existía contra lo súbito, póntela me dijeron
A ver si alcanzas a soplar graneros natales sobre las uñas
Si rompes acuarios con la mirada y después los vuelves a llenar de líquidos vaginales
Si cargas en las espaldas aguas inexplicables como si fueran criaturas
Si de tanto asomarte ganas acantilados en alguna humedad del cerebro
Y cae la tarde y comienzan los demonios a comer arena.
Más todavía desconfiaban de mi mano, tal vez porque ella
Le ofreció un yacimiento de dados al insepulto
Me decían: ”Si no puedes roer la roca, debes crecer de ella”
Me mandaban a vender radiografías a la entrada del circo chino
Cuando llovía con sol meábamos sin parar
Jugábamos a los tahúres colgando de las enredaderas
Un insecto me mordía y me hacia envejecer, entonces ellos lo tomaban
Lo ofrendaban a las fecundaciones sordas, lo hacían incienso
Abrían un escondrijo entre las rocas, hacían crecer una felpa inicua
Desde entonces tengo la fiebre de quien abre un escondrijo entre las rocas
La fiebre de la jauría que anda a la siga del trofeo estrellado
Que los súcubos cubiertos de arrayanes darán a quien se bese en su propia boca
La fiebre de quien se cubre de tinturas para ver esas sustancias hermosamente heridas
Que hay en cada constelación
Mira me decían,: “Hacia el mar se ven las mañanas enclaustradas ya por la carne,
Ya por la nitidez de los sepulcros, siempre fue la tinta la que adivinaba quienes tendrán o no rostro
Aquí en la última torre, mientras en nuestros lejanos lechos se abren solas las ventanas
Y se encienden las luces”.
La última vez que los vi decían que los días y las noches se habían colmado sin rebalsar la rueda
Estaban en medio de una capilla que había sido devuelta por el último maremoto
Adornaban sus paredes y ventanas con pelos rubios
Advirtiéndole al resto de la comunidad que ya no serán ceremonias religiosas las que se celebraran allí
Sino cumpleaños de bailarines embalsamados
Ved la caravana que viene trayendo como regalos, alambres de púas, lagartijas reventadas, eclosiones que Los labios de el cosechan en el cuerpo de ella.
Ya el temblor se gozaba a si mismo, se veía como la sangre delineaba el día
Para que el destello no solo surja, sino que pase ante nosotros,
Como ese ser increado que tenemos a favor de nuestra alianza, como ese signo que refuerza al mar
Y ese silencio equilibrándose entre los orígenes.
Esa fue la última vez que los vi, los extraño
Aunque nunca dejaron de desconfiar de mi mano
Ahora en el sitio que dejaron vacío, se ven luces de linternas jugar por las noches
Se ven novicios lavarse la cabeza con gas grisú
Buscar una bolsa para vomitar el pescado podrido del almuerzo
Y el ángelus violáceo viene de las cascadas en busca de una mano inflada.

***
Rodrigo Verdugo (Santiago de Chile, 1977)

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