jueves, 24 de septiembre de 2020

g. w. f. hegel / eleusis













A Hölderlin (agosto 1796)

En torno a mí, dentro de mí la calma habita —los atareados
con su incansable ansia duermen, proporcionándome la libertad
y el ocio—, gracias a ti, liberadora mía,
¡oh noche! Con tu blanco cendal de neblina
cubre la luna la frontera incierta
de las lomas lejanas; amablemente me llama
la clara franja de aquél lago;
se aleja el recuerdo del tumulto monótono del día,
como si hubiera años de distancia entre él y el ahora.
Y tu imagen, querido, se presenta a mí; tu imagen
y el placer de los días que han huido, aunque pronto los borra
la dulce espera de volver a vernos…
Se me presenta la escena del abrazo
anhelado, fogoso; más tarde las preguntas, el interrogatorio
más profundo, recíproco,
tras cuanto en actitud, en expresión y carácter
el tiempo haya cambiado en el amigo… placer de la certeza
hallar más firme, más madura aún la lealtad de la vieja alianza,
alianza sin sellos ni promesas
de vivir solamente por la libre verdad y nunca, nunca,
en paz con el precepto que opiniones y afectos reglamenta.
Ahora con la inerte realidad pacta el deseo
que atravesando montes y ríos fácilmente hacia ti me llevó,
pero pronto un suspiro lanza su desacuerdo
y con él huye el sueño de dulces fantasías.

Mi vista hacia la eterna bóveda celestial se alza,
hacia vosotros, ¡astros radiantes de la noche!,
y el olvido de todo, deseos y esperanzas,
de vuestra eternidad fluye y desciende.

(El sentir se diluye en la contemplación;
lo que llamaba mío ya no existe;
hundo mi yo en lo inconmensurable,
soy en ello, todo soy, soy sólo ello.
Regresa el pensamiento, al que extraña
y asusta el infinito, y en su asombro no capta
esta visión en su profundidad.
La fantasía acerca a los sentidos lo eterno
y lo enlaza con formas)
¡bienvenidos seáis,
oh elevados espíritus, altas sombras,
fuentes de perfección resplandecientes!
No me asusta… Yo siento que es mi patria también
el éter, el fervor, el brillo que os baña.
¡Que salten y abran ahora mismo las puertas de tu santuario,
oh Ceres que reinaste en Eleusis!
Borracho de entusiasmo captaría yo ahora
visiones de tu entorno,
comprendería tus revelaciones,
sabría interpretar de tus imágenes el sentido elevado,
oiría los himnos del banquete divino,
sus altos juicios y consejos…

Pero tu estruendo ha enmudecido, ¡oh Diosa!
Los dioses han huido de altares consagrados
y se han vuelto al Olimpo;
¡huyó del profano sepulcro de los hombres
de la inocencia el genio, que aquí les encantaba!…
Tus sabios sacerdotes callaron; de tus sagrados ritos
no llegó hasta nosotros tono alguno… En vano busca
el investigador, más por curiosidad que por amor,
a la sabiduría (tal hay en los que buscan y a Ti te menosprecian)…

¡Por dominarlas cavan en busca de palabras
que conserven la huella de tu excelso sentido!
¡En vano! Sólo atrapan polvo, polvo y ceniza
en las que no retorna nunca jamás tu vida.
¡Aunque lo inanimado y el moho las contentan
a los eternos muertos!…, ¡los muy sobrios!…, en balde…,
no hay señal de tus fiestas ni huella de tu imagen.
Era para tu hijo tan abundante en altas enseñanzas tu culto,
tan sagrada la hondura del sentimiento inexpresable,
que no creyó dignos de ellos secos signos.
Pues casi no era el pensamiento, aunque sí el alma,
que sin tiempo ni espacio, absorta en el pensar de lo infinito
se olvidó de sí misma y se despierta ahora de nuevo a la conciencia.
Pero quien de ello quiera hablar a otros,
aún con lengua de ángel, sentirá en las palabras su miseria.
Y le horroriza tanto haberlas empleado en empequeñecerlo
al pensar lo sagrado, que el habla le parece pecado
y en vivo se clausura así mismo la boca.
Lo que así el consagrado así mismo, una ley sabia
prohibió a los más pobres espíritus hacer saber
cuanto vieran, oyeran o sintieran en la noche sagrada:
para que a los mejores su estrépito abusivo
no molestara en su recogimiento ni en su hueco negocio de palabras
les llevara a enojarse con lo sagrado mismo, y para que éste
no fuera así arrojado entre inmundicias, para que nunca
se confiara a la memoria, ni tampoco
fuera juguete ni mercancía del sofista
vendida igual que un óbolo,
ni manto del farsante redicho, ni tampoco
férula del muchacho piadoso, y tan vacío
quedara al fin que solamente en un eco extrañas lenguas
siguieran conservando raíces de su vida.
Porque tus hijos, Diosa, no exhibieron
por calles y por plazas tu honor, sino que avaros
en el santuario de su pecho lo guardaban.
Por eso no vivías tú en su boca.
Te honraban con su vida. Aún vives en sus hechos.
¡También en esta noche te he escuchado, divinidad sagrada,
a ti, que me revelas a menudo la vida de tus hijos;
s ti, que yo presiento que a menudo eres el alma de sus hechos!
Eres el alto pensamiento, la fe sincera,
que una Deidad, aunque todo se hunda, nunca se desmorona.

***
G. W. F. Hegel (Stuttgart, 1770-Berlín, 1831)
Versión de Zoltan Szankay y José María Ripalda

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Eleusis 

An Hölderlin. August 1796

Um mich, in mir wohnt Ruhe, – der geschäftgen Menschen
nie müde Sorge schläft, sie geben Freiheit
und Musse mir – Dank dir, du meine
Befreierin o Nacht! – Mit weissem Nebelflor
umzieht der Mond die ungewissen Gränzen
der fernen Hügel; freundlich blinkt
der helle Streif des Sees herüber –
des Tags langweil'gen Lermen fernt Errinnerung,
als lägen Jahre zwischen ihm und izt;
dein Bild, Geliebter, tritt vor mich,
und der entfloh’nen Tage Lust; doch bald weicht sie
des Wiedersehens süssern Hofnungen –
Schon mahlt sich mir der langersehnten, feurigen
Umarmung Scene, dann der Fragen des geheimern
des wechselseitigen Ausspähens Scene,
was hier an Haltung, Ausdruk, Sinnesart am Freund
sich seit der Zeit geändert, – der Gewisheit Wonne,
des alten Bundes Treue, fester, reifer noch zu finden,
des Bundes, den kein Eid besigelte,
der freyen Wahrheit nur zu leben, Frieden mit der Sazung,
die Meinung und Empfindung regelt, nie nie einzugehn.
Nun unterhandelt mit der trägern Wirklichkeit der Wunsch,
der über Berge Flüße leicht mich zu dir trug,
– doch ihren Zwist verkündet bald ein Seufzer, und mit ihm
entflieh’t der süssen Phantasien Traum.
Mein Aug erhebt sich zu des ew’gen Himmels Wölbung,
zu dir, o glänzendes Gestirn der Nacht!
und aller Wünsche, aller Hofnungen
Vergessen strömt aus deiner Ewigkeit herab;
der Sinn verliert sich in dem Anschaun,
was mein ich nannte schwindet,
ich gebe mich dem unermeslichen dahin,
ich bin in ihm bin alles, bin nur es.
Dem wiederkehrenden Gedanken fremdet,
ihm graut vor dem unendlichen, und staunend fast
er dieses Anschauns Tiefe nicht.
Dem Sinne nähert Phantasie das Ewige
vermählt es mit Gestalt – Willkommen, ihr
erhabne Geister, hohe Schatten, von deren Stirne die Vollendung strahlt!
er schrekket nicht, – ich fühl’ es ist auch meiner Heimath Aether,
der Ernst, der Glanz, der euch umfliest.
Ha! sprängen, izt die Pforten deines Heiligthumes selbst,
O Ceres, die du in Eleusis throntest! Von
Begeistrung trunken fühlt’ ich izt,
die Schauer deiner Nähe,
verstände deiner Offenbahrungen,
ich deutete der Bilder hohen Sinn, vernähme
die Hymnen bei der Götter Mahlen,
die hohen Sprüche ihres Raths. –
Doch deine Hallen sind verstummt, o Göttin!
Geflohen ist der Götter Krais zurük in den Olymp
von den entheiligten Altären,
Geflohn von der entweihten Menschheit Grab,
der Unschuld Genius, der her sie zauberte! –
die Weisheit deiner Priester schweigt, kein Ton der heil’gen Weihn
hat sich zu uns gerettet – und vergebens sucht
des Forschers Neugier – mehr, als Liebe
zur Weisheit sie besizen die Sucher, und
verachten dich – um sie zu meistern graben sie nach Worten,
in die dein hoher Sinn gepräget wär!
Vergebens! etwa Staub und Asche nur erhaschten sie,
worein dein Leben ihnen ewig nimmer wiederkehrt.
Doch unter Moder und entseeltem auch gefielen sich
die ewigtodten! – die genügsame! – umsonst – es blieb
kein Zeichen deiner Feste, keines Bildes Spur!
Dem Sohn der Weihe war der hohen Lehren Fülle
des unaussprechlichen Gefühles Tiefe viel zu heilig,
als daß er trokne Zeichen ihrer würdigte.
Schon der Gedanke fast die Seele nicht,
die ausser Zeit und Raum in Ahndung der Unendlichkeit
versunken sich vergist, und wieder zum Bewustseyn nun
erwacht. Wer gar davon zu andern sprechen wollte,
Spräch’ er mit Engelzungen, fühlt der Worte Armuth
ihm graut das heilige so klein gedacht,
durch sie so klein gemacht zu haben, daß die Red’ ihm Sünde deucht,
und daß er bebend sich den Mund verschliest.
Was der geweihte sich so selbst verbot, verbot ein weises
Gesez den ärmern Geistern, das nicht kund zu thun,
was er in heil’ger Nacht gesehn, gehört, gefühlt –
daß nicht den bessern selbst, auch ihres Unfugs Lerm
in seiner Andacht stört’, ihr hohler Wörterkram
ihn auf das heil’ge selbst erzürnen machte, dieses nicht
so in den Koth getretten würde, daß man dem
Gedächtnis gar es anvertraute, – daß es nicht
zum Spielzeug und zur Waare des Sophisten
die er obolenweiß verkaufte,
zu des beredten Heuchlers Mantel, oder gar
zur Ruthe schon des frohen Knaben, und so leer
am Ende würde, daß es nur im Widerhall
von fremden Zungen seines Lebens Wurzel hätte.
Es trugen geizig deine Söhne, Göttin,
nicht deine Ehr’ auf Gaß’ und Markt, verwahrten sie
im innern Heiligthum der Brust –
drum lebtest du auf ihrem Munde nicht,
ihr Leben ehrte dich, in ihren Tathen lebst du noch.
Auch diese Nacht, vernahm ich, heilge Gottheit dich,
dich offenbahrt oft mir auch deiner Kinder Leben,
dich ahnd’ ich oft als Seele ihrer Taten!
Du bist der hohe Sinn, der treue Glauben
der, eine Gottheit, wenn auch alles untergeht, nicht wankt.

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