viernes, 18 de septiembre de 2020

cuatro poemas sobre Chile

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"Chile, mucho antes de ser un país fue un poema". Así comienza Raúl Zurita su discurso de agradecimiento por el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2016. La referencia inmediata que sigue es un extracto de "La Araucana" (1569) de Alonso de Ercilla. La epopeya habla: “Chile fértil provincia señalada/ en la región antártica famosa/ de remotas naciones respetada/ por fuerte, principal y poderosa”. El poema nombra, genera el campo magnético imaginario de lo que puede ser llamado como Chile de ahí en adelante. Un choque de cuerpos, un canto a la espada, a la patria, a la conquista. Todo en medio de una violencia fundacional que arma y desarma un territorio en plena habitación, haciendo de la poesía un destino común. Algo que queda enquistado en una historia que se va escribiendo a contramarcha, con seres hechos para el abrazo, movidos por el golpe; seres hechos para amar, movidos por el odio; seres hechos para compartir, movidos por la mezquindad. La poesía y un país que comienzan con un sueño dentro de una pesadilla. El lenguaje se abre paso hasta despertar en un lugar donde sentirse a salvo: donde no hay lenguaje que capture una distancia. Chile es un país y un poema que se reescribe y se sobreescribe en las antípodas del dolor: la esperanza. Este es el primer especial, no a 210 años de decir Chile, sino a 451 de que la palabra se apoderara para siempre de una personalidad y por qué no, de un temperamento.

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Gabriela Mistral
Islas australes

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En donde Chile cansado
por fin de rutas y espacio
quiere morir como todos,
gacela, coyote o ganso,
él empecinado aún
ojea acalenturado
la nidada de las islas
fuera de ley y de hallazgo;
pero se acabó su reino,
su voluntad y su mando,
y se queda en Puerto Montt,
como amante defraudado,
vencido el ojo de polvo,
una vez por fin exhausto.

¿Qué va a hacer el peregrino,
el trotamundos mirando
la danza de las cien islas
que ríen o están cantando?
Viene una aguda fragancia,
una incitación, de coro báquico de niñas
tiradas a la mar libre,
vírgenes pero embriagadas.
Yo no les sigo el canto,
maña, locura ni danza.
Todas ellas son hermanas,
pero por la niebla vaga
unas parecen figuras;
todas están bautizadas
y, como las Gracias, todas
son donosas y alocadas.

de Poema de Chile (1967)

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Vicente Huidobro
Monumento al mar

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Paz sobre la constelación cantante de las aguas
Entrechocadas como los hombros de la multitud
Paz en el mar a las olas de buena voluntad
Paz sobre la lápida de los naufragios
Paz sobre los tambores del orgullo y las pupilas tenebrosas
Y si yo soy el traductor de las olas
Paz también sobre mí.

He aquí el molde lleno de trizaduras del destino
El molde de la venganza
Con sus frases iracundas despegándose de los labios
He aquí el molde lleno de gracia
Cuando eres dulce y estás allí hipnotizado por las estrellas

He aquí la muerte inagotable desde el principio del mundo
Porque un día nadie se paseará por el tiempo
Nadie a lo largo del tiempo empedrado de planetas difuntos

Este es el mar
El mar con sus olas propias
Con sus propios sentidos
El mar tratando de romper sus cadenas
Queriendo imitar la eternidad
Queriendo ser pulmón o neblina de pájaros en pena
O el jardín de los astros que pesan en el cielo
Sobre las tinieblas que arrastramos
O que acaso nos arrastran
Cuando vuelan de repente todas las palomas de la luna
Y se hace más oscuro que las encrucijadas de la muerte

El mar entra en la carroza de la noche
Y se aleja hacia el misterio de sus parajes profundos
Se oye apenas el ruido de las ruedas
Y el ala de los astros que penan en el cielo
Este es el mar
Saludando allá lejos la eternidad
Saludando a los astros olvidados
Y a las estrellas conocidas.

Este es el mar que se despierta como el llanto de un niño
El mar abriendo los ojos y buscando el sol con sus pequeñas
                                                             /manos temblorosas
El mar empujando las olas
Sus olas que barajan los destinos

Levántate y saluda el amor de los hombres

Escucha nuestras risas y también nuestro llanto
Escucha los pasos de millones de esclavos
Escucha la protesta interminable
De esa angustia que se llama hombre
Escucha el dolor milenario de los pechos de carne
Y la esperanza que renace de sus propias cenizas cada día.

También nosotros te escuchamos
Rumiando tantos astros atrapados en tus redes
Rumiando eternamente los siglos naufragados
También nosotros te escuchamos

Cuando te revuelcas en tu lecho de dolor
Cuando tus gladiadores se baten entre sí

Cuando tu cólera hace estallar los meridianos
O bien cuando te agitas como un gran mercado en fiesta
O bien cuando maldices a los hombres
O te haces el dormido
Tembloroso en tu gran telaraña esperando la presa.

Lloras sin saber por qué lloras
Y nosotros lloramos creyendo saber por qué lloramos
Sufres sufres como sufren los hombres
Que oiga rechinar tus dientes en la noche
Y te revuelques en tu lecho
Que el insomnio no te deje calmar tus sufrimientos
Que los niños apedreen tus ventanas
Que te arranquen el pelo
Tose tose revienta en sangre tus pulmones
Que tus resortes enmohezcan
Y te veas pisoteado como césped de tumba

Pero soy vagabundo y tengo miedo que me oigas
Tengo miedo de tus venganzas
Olvida mis maldiciones y cantemos juntos esta noche
Hazte hombre te digo como yo a veces me hago mar
Olvida los presagios funestos
Olvida la explosión de mis praderas
Yo te tiendo las manos como flores
Hagamos las paces te digo
Tú eres el más poderoso
Que yo estreche tus manos en las mías
Y sea la paz entre nosotros

Junto a mi corazón te siento
Cuando oigo el gemir de tus violines
Cuando estás ahí tendido como el llanto de un niño
Cuando estás pensativo frente al cielo
Cuando estás dolorido en tus almohadas
Cuando te siento llorar detrás de mi ventana
Cuando lloramos sin razón como tú lloras

He aquí el mar
El mar donde viene a estrellarse el olor de las ciudades
Con su regazo lleno de barcas y peces y otras cosas alegres
Esas barcas que pescan a la orilla del cielo
Esos peces que escuchan cada rayo de luz
Esas algas con sueños seculares
Y esa ola que canta mejor que las otras

He aquí el mar
El mar que se estira y se aferra a sus orillas
El mar que envuelve las estrellas en sus olas
El mar con su piel martirizada
Y los sobresaltos de sus venas
Con sus días de paz y sus noches de histeria

Y al otro lado qué hay al otro lado
Qué escondes mar al otro lado
El comienzo de la vida largo como una serpiente
O el comienzo de la muerte más honda que tú mismo
Y más alta que todos los montes
Qué hay al otro lado
La milenaria voluntad de hacer una forma y un ritmo
O el torbellino eterno de pétalos tronchados

He ahí el mar
El mar abierto de par en par
He ahí el mar quebrado de repente
Para que el ojo vea el comienzo del mundo
He ahí el mar
De una ola a la otra hay el tiempo de la vida
De sus olas a mis ojos hay la distancia de la muerte

de Últimos poemas (1948)

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Pablo de Rokha
Ensueño del infierno (extracto)

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Cuando comienza la llovizna, hay vacas difuntas llorando
            en los acantilados y braman las quebradas.
Es riquísimo el mate con carne y de rescoldo bien tostadas las hallullas,
porque cuando llueve a cántaros es frita la papa salada la que nos impone
            su apetitoso régimen de aguardiente,
se platica la amistad nacional fumando aquellos cigarros
de los años pasados o antepasados, de provincia en provincia,
            en nuestras hermosas casas, que hoy habitan la ortiga, la ratonería
            y el polvo del tiempo, o los mariconazos,
y aun se echan huevitos y papas a la ceniza,
enumerando a todos los difuntos familiares y al río con navíos
            del letal lugar natal, forjado por cantos de gallos tremendamente,
            eternamente, horriblemente remotísimos.

Es natural un caldo de cabeza, aclarando los domingos de Valparaíso,
            sobre el Puerto brumosamente viejo.

Son el mapuche y el afroibero sanguinarios y religiosos los que sepultan
            en nosotros nuestros enormes muertos,
            embriagándonos en ritos feroces,
si la dolorosa borrachera funeraria deviene asesinato,
y en alcohol y sangre el chileno ahoga el complejo de inferioridad
            de los inmensos pueblos pequeños, y su enorme alegría
            tan desesperada y tremante, y el roto engulle bramando,
            el garbanzo con gorgojos.

Un trago de guindado de antaño sienta muy bien a quien emprende,
            de noche, una gran jornada a montura.

Cuando los arrasó la inundación y el huracán, a tempestad eléctrica
            oloroso, los azotó con palos de fuego, impiadosamente,
los huasos costinos lagrimean el poroto con chorizos
que su mujer distinguió en la vieja y de greda callana negra, entre
            el desastre y las pilchas llovidas, a los que alegró con infinitos
            y ardientes huevos tremendamente fritos y de gran cebolla brotes,
comiéndolo con el puñal a la cintura y revólver de catástrofes,
pero el huaso muy rico y muy bruto lo aliña con limón tronador,
            entre tinajas y bateas, desde el pecho de racimo polvoroso
            de la vendimia, y la caricia
de las vendimiadoras le revienta uvas chilenas en la barba.

Si murieron por ejemplo, sus relaciones y sus amistades de la infancia
            y Ud. retorna a la provincia despavorida y funeral, arrincónese,
            solo en lo solo,
cómase un caldillo de papas, que es lo más triste que existe y da
            más soledad al alma,
y beba vinillo, no vino, el vinillo doloroso y aterrado que le darán
            a los que van a fusilar, los carceleros o el fraile infame
            que lo azotará con el crucifijo ensangrentado.

de Epopeya de las Comidas y las Bebidas de Chile (1965)

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Pablo Neruda
Cuándo de Chile

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OH Chile, largo pétalo
de mar y vino y nieve,
ay cuándo
ay cuándo y cuándo
ay cuándo
me encontraré contigo,
enrollarás tu cinta
de espuma blanca y negra en mi cintura,
desencadenaré mi poesía
sobre tu territorio.

Hay hombres
mitad pez, mitad viento,
hay otros hombres hechos de agua.
Yo estoy hecho de tierra.
Voy por el mundo
cada vez más alegre:
cada ciudad me da una nueva vida.
El mundo está naciendo.
Pero si llueve en Lota
sobre mí cae la lluvia,
si en Lonquimay la nieve
resbala de las hojas
llega la nieve donde estoy.
Crece en mí el trigo oscuro de Cautín.
Yo tengo una araucaria en Villarrica,
tengo arena en el Norte Grande,
tengo una rosa rubia en la provincia,
y el viento que derriba
la última ola de Valparaiso
me golpea en el pecho
con un ruido quebrado
como si allí tuviera
mi corazón una ventana rota.

El mes de octubre ha llegado hace
tan poco tiempo del pasado octubre
que cuando éste llegó fue como si
me estuviera mirando el tiempo inmóvil.
Aquí es otoño. Cruzo
la estepa siberiana.
Día tras día todo es amarillo,
el árbol y la usina,
la tierra y lo que en ella el hombre nuevo crea:
hay oro y llama roja,
mañana inmensidad, nieve, pureza.

En mi país la primavera
viene de norte a sur con su fragancia.
Es como una muchacha
que por las piedras negras de Coquimbo,
por la orilla solemne de la espuma
vuela con pies desnudos
hasta los archipiélagos heridos.
No sólo territorio, primavera,
llenándome, me ofreces.
No soy un hombre solo.
Nací en el sur. De la frontera
traje las soledades y el galope
del último caudillo.
Pero el Partido me bajó del caballo
y me hice hombre, y anduve
los arenales y las cordilleras
amando y descubriendo.

Pueblo mío, verdad que en primavera
suena mi nombre en tus oídos
y tú me reconoces
como si fuera un río
que pasa por tu puerta?

Soy un río. Si escuchas
pausadamente bajo los salares
de Antofagasta, o bien
al sur, de Osorno
o hacia la cordillera, en Melipilla,
o en Temuco, en la noche
de astros mojados y laurel sonoro,
pones sobre la tierra tus oídos,
escucharás que corro
sumergido, cantando.

Octubre, oh primavera,
devuélveme a mi pueblo.
Qué haré sin ver mil hombres,
mil muchachas,
qué haré sin conducir sobre mis hombros
una parte de la esperanza?
Qué haré sin caminar con la bandera
que de mano en mano en la fila
de nuestra larga lucha
llegó a las manos mías?
Ay Patria, Patria,
ay Patria, cuándo
ay cuándo y cuándo
cuándo
me encontraré contigo?

Lejos de ti
mitad de tierra tuya y hombre tuyo
he continuado siendo,
y otra vez hoy la primavera pasa.
Pero yo con tus flores me he llenado,
con tu victoria voy sobre la frente
y en ti siguen viviendo mis raíces.

Ay cuándo
encontraré tu primavera dura,
y entre todos tus hijos
andaré por tus campos y tus calles
con mis zapatos viejos.
Ay cuándo
iré con Elías Lafferte
por toda la pampa dorada.
Ay cuándo a ti te apretaré la boca,
chilena que me esperas,
con mis labios errantes?
Ay cuándo
podré entrar en la sala del Partido
a sentarme con Pedro Fogonero,
con el que no conozco y sin embargo
es más hermano mío que mi hermano.
Ay cuándo
me sacará del sueño un trueno verde
de tu manto marino.
Ay cuándo, Patria, en las elecciones
iré de casa en casa recogiendo
la libertad temerosa
para que grite en medio de la calle.
Ay cuándo, Patria,
te casarás conmigo
con ojos verdemar y vestido de nieve
y tendremos millones de hijos nuevos
que entregarán la tierra a los hambrientos.

Ay Patria, sin harapos,
ay primavera mía,
ay cuándo
ay cuándo y cuándo
despertaré en tus brazos
empapado de mar y de rocío.
Ay cuando yo esté cerca
de ti, te tomaré de la cintura,
nadie podrá tocarte,
yo podré defenderte
cantando,
cuando
vaya contigo, cuando
vayas conmigo, cuándo
ay cuándo.

de Las uvas y el viento (1954)

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