lunes, 14 de septiembre de 2020

césar calvo / cuatro poemas










Dan las campanas tu recuerdo en punto

*

Dan las campanas tu recuerdo en punto.
Afuera se pasean las dos de la mañana.
Nada pudo diciembre contra el semestre tuyo.
Nada el sol silencioso contra tu sombra hablada.
Desde el fondo de todo
lo que tengo,
me faltas.
Dan tu recuerdo en punto las campanas.
Y afuera se pasean,
de una
en una,
las dos
de la mañana.

~

Ciudad de los reyes

*

Pero esta noche Clayton es tan solo una carta,
entre cuyos renglones deambulan tres o cuatro carajos,
referencias más o menos precisas al porqué y para qué,
y la sueco rumana descarada que hizo de mi vida
el paraíso más negro de que tengo memoria.
Ingenuamente Clayton quema sus naves en la quinta página,
y habla de la vida que puede terminar en el amor,
aunque supone que hemos de estar en pie toda la noche
para alcanzar esa aurora.
Carta la suya que no leí antes debido me imagino
a un sorprendente instinto de conservación
y también, aceptémoslo, a que ignoro el inglés
Ya que se insiste en ella sobre lo que subyace debajo de los muertos,
el arte no es el mar sino tan solo lo que sostiene al mar y flota en él,
y me pregunta Clayton, se pregunta,
¿porqué nos es tan duro vivir en este mundo?
y luego de maldecir la reputación Maidenform de las limeñas
a fin de cuentas, que sentido tiene, porqué debo morir.
Entre tanto, es de noche, no hace frío y han pasado tres años.
Puedo decir que vivo, que he vivido como un condenado,
que escribí dos poemas aceptables
y mandé traducir el postergado y largo mensaje del buen Clayton.
Tres años han pasado, se han pedido refuerzos,
distintos personajes dicen las mismas cosas,
la sueco rumana fornica en la platea,
alguien grita y se arroja desde un palco, llueve en el escenario,
el público cansado de aplaudir y pifiar
se entretiene en desvestirse mutuamente, como quien no quiere la cosa
y yo dale que dale, impenitente, cubierto de basura,
preguntando porqué debo morir.
Cosa grave dirás, cuando ya no se busca el famoso sentido de la vida
y se rastrea en cambio una razón para irse al otro mundo
de allí que esto no sea sino una piedra para romper semáforos,
una señal de alarma, nada de soluciones,
aunque alguna palabra por su cuenta se lance a quitar hierbas del camino puesto que no hay camino, puesto que mi camino son mis pies
y tus pies son el tuyo.
Aquí entiendo porque te hablé al comienzo de Clayton y su carta,
todo este ansioso tiempo que pase sin leerla
he caminado sobre el mismo sitio,
como suele decirse, estuve cavando mi propia tumba,
y la inmovilidad no es precisamente la razón que buscaba.
Tú podrás explicarme
como fue que concebimos la peregrina idea de vivir,
la pendejada del amor eterno, toda esa gran fachada de cartón,
con destinos reducidos más tarde a tu saliva.
Séame permitido recordar ya en escena,
la platea colmada de verdugos oír sus manos rotas aplaudiendo
la caída del telón sobre nuestras cabezas, la triunfal seda de la Guillotina.
Séame permitido recordarte antes de ello,
largo gemido de oro en hoteles cubiertos por la nieve
y recordarme, verme, zapato desconfiado dibujando tu nombre
entre las hojas de la Place de Pepluie.
Creía, entonces, cosas, buscaba una palabra para sobrevivir.
Era Paris entonces un altillo del Hotel des Nations
y el amor como un pozo que cavamos a golpes en las noches feroces
sin saber que la vida requiere de la muerte, muriendo sin morir.
O es que una sola vez, bajo mi cuerpo
me viste tras de un vidrio humedecido, ordenaste llorando mis cabellos.
Si alguien ahora nos preguntara que cosa es un altillo, una moneda, Frank Sinatra cantando por un franco en la Gallerie de L´Odeon
sonara tu memoria como una casa sola
y yo envejecería estoy seguro en algún aeropuerto de esta tierra, esperándome.
Clayton tiene razón,
las únicas estrellas nos aguardan en el fondo del pozo
y solo son posibles cuando ya no lo son.
Nadie durmió jamás en un altillo,
Paris no existió nunca.
¿Que cosa es una noche frente al mar?
No hay mas ciudad que esta ciudad vacía
ni más sueño dorado que el insomnio,
estos papeles húmedos y vanos.
En las Casas de Cita, a estas alturas del verano
se insiste mas que nunca, hay buenos tragos.
Y si no hacemos el amor este año,
al menos, mirando hacia otro lado, haremos el amor.
No estaremos en pie toda la noche esperando la aurora
no por ello, querida, seremos más amargos,
no por ello seremos menos ágiles,
acaso así encontremos una buena razón para morir
y dejemos de ser, como dice Clayton
el cuerpo solitario en la ribera,
para ser la ribera, el río mismo,
dos cuerpos abrazados que al hundirse, se salvan.

~

Venid a ver el cuarto del poeta

*

Venid a ver el cuarto del poeta.
Desde la calle
hasta mi corazón
hay cincuenta peldaños de pobreza.
Subidlos.
A la izquierda.

Si encontráis a mi madre en el camino,
cosiendo su ternura a mi tristeza,
preguntadle
por el amado cuarto del poeta.

Si encontráis a Evelina
contemplando morir la primavera,
preguntadle
por mi alma
y también por el cuarto del poeta.

Y si encontráis llorando a la alegría
océanos y océanos de arena,
preguntadle
por todos
y llegaréis al cuarto del poeta:
una silla, una lámpara,
un tintero de sangre, otro de ausencia,
las arañas tejiendo sordos ruidos
empolvados de lágrimas ajenas,
y un papel donde el tiempo
reclina tenazmente la cabeza.

Venid a ver el cuarto del poeta.
Salid a ver el cuarto del poeta.
Desde mi corazón
hasta los otros
hay cincuenta peldaños de paciencia.
¡Voladlos, compañeros!

(si no me halláis
entonces
preguntadme
dónde estoy encendiendo las hogueras.)

~

Nocturno de Vermont

*
             
Me han contado que también allá las noches
tienen ojos azules
y lavan sus cabellos en ginebra.

¿Es cierto que allá en Vermont, cuando sueñas,
el silencio es un viento de jazz sobre la hierba?

¿Es cierto que allá en Vermont los geranios
inclinan al crepúsculo,
y en tu voz, a la hora de mi nombre,
en tu voz, las tristezas?

O tal vez, desde Vermont enjoyado de otoño,
besada tarde a tarde por un idioma pálido
sumerges en olvido la cabeza.
Porque en barcos de nieve, diariamente,
tus cartas
no me llegan.
Y como el prisionero que sostiene
con su frente lejana
las estrellas:
chamuscadas las manos, diariamente
te busco entre la niebla.

Ni el galope del mar: atrás quedaron
inmóviles sus cascos de diamante en la arena.
Pero un viento más bello
amanece en mi cuarto,
un viento más cargado de naufragios que el mar.

(Qué luna inalcanzable
desmadejan tus manos
en tanto el tiempo temporal golpeando
como una puerta de silencio suena).

Desde el viento te escribo.
Y es cual si navegaran mis palabras
en los frascos de nácar que los sobrevivientes
encargan al vaivén de las sirenas.

A lo lejos escucho
el estrujado celofán del río
bajar por la ladera
(un silencio de jazz sobre la hierba).

Y pregunto y pregunto:

¿Es cierto que allá en Vermont
las noches tienen ojos azules
y lavan sus cabellos en ginebra?

¿Es cierto que allá en Vermont los geranios
otoñan las tristezas?

¿Es cierto que allá en Vermont es agosto
y en este mar, ausencia…?

***
César Calvo (Lima, 1940-2000)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario