mediateca de poesía personal-universal del ayer y del mañana desde MMXVII/
sábado, 29 de febrero de 2020
enrique verástegui / encuentro con una sioux en bogotá
Donde en la dulzura tropológica florecen
las azucenas pasionales —& es ser jardinero
del lenguaje una suave subversión
1.1 Entre la bruma el fugaz brillo rosa,
metálico azul de las hojas más que un dulce
contraste, minucias de un claroscuro
en el jardín de tu cuerpo es una perversión
gramatical: cabellos que más que luces,
sierpes son y en el entrevero de metáforas:
más que los suavísimos duraznos son tus senos
los cántaros con vino embriagantes del poema,
y ya borracha también por la mezcla
de las lenguas nuestros cuerpos se encuentran
más cerca de Iowa que Nebraska pero más lejos
de Montana que South Dakota, y en esa
geografía no puedo encontrar de Bogotá
sino una lámpara iluminando el Diccionario
que me ayuda a hacerte el amor sobre
el campo mismo de Little Big Horn.
1.2 En tu mesita de noche: Genet
y Levi–Strauss se entreveran como sombras
de un campo acariciado por cierta tenue luz
que más que de la luna es un resuello
de las flores pulverizadas en el cielo agnóstico,
y mi escritura, álgebra verbal en la página
adora el amargo terciopelo de tu cuerpo
lleno de quemaduras como un sofá por las colillas;
noche de Bogotá en tu vientre (reflejo
de las llanuras de Dakota) cabalga la memoria
del sioux guerrero y como un lirio tus ojos ardían
como señales de una mitología natural, Andrea,
como son tus pechos mis cotos de caza
y lo fueron ardiendo en mis labios por un tiempo
fugaz pero por la escritura eterno.
1.3 Ahora en mis palabras se destroza en llamas
doradas el cielo de tus ojos: no busco el suave
contraste, busco del verso la simbiosis como
del mordisco los duraznos son inseparables,
ciudad que se esfuma como tu olor sobre
mi cuerpo y en la noche muslos que explenden
como pedazos de Bogotá en mi ventana de hotel:
tejados ocre se incrustan —perlas quemadas,
rubíes en polvo, llovizna de oro— en la lectura
que hago de nuestra soledad acompañante.
1.4 Metáforas al margen y pérdida
del sentido: llanuras como espejos
amarillos se refractan —concentrándose:
paisaje en miniatura de los astros,
trazos de plata sobre negro— en el verso,
anverso y reverso de los pétalos,
mezcla de luces y sombras por los tejados
de tus hombros dorados mientras
tu aliento muy tibio a mis labios se mezcla
entonando una canción amelódica —eufonía
aunque salvaje natural como el crepúsculo
engulléndose al mar: llamaradas
de terciopelo se elevan de los corceles
marinos, catedrales sepultadas bajo
un incesante y fluctuante mar metonímico,
alucinación que he tenido contemplando
la rosa de tu pecho al insinuarse serena,
ritmo que es tu cuerpo bajo una maleza
de signos moviéndose, melodía amelódica
tú grabas en mi Cassette ATPO–403 y es
grabación lo que ahora transcribo.
1.5 Envuelta en una bata turquesa salías
como un destello —dulce piel fluorescente—
de la bañera: mis palabras no pueden y
lo trazan —fugaz pincelada— el contorno
de tus caderas que como en un arábigo verso
saben a dátiles, se abren como palmeras
en un desierto sin sombras; y en los Cantares
son tus caderas una joya preciosa,
finísima obra de orfebre. Delicada,
tus pasos te llevan de mis ojos al lecho
y del lecho a la memoria del cuerpo: vaho
desprendiéndose de tus labios como
de una flor su polen el viento lo arrastra
a través de la historia botánica. No pude
sino decir Anchata munakuyki mientras
en la pieza el teléfono resonaba vacío:
cuerpos amándose entre flamas de terciopelo
puros, tus cabellos velados por un dorado
matiz bajo una impura gnoseológica luz,
muy lejos ya en la patria de un sueño
que ahora se desmorona por la represión.
***
Enrique Verástegui (Lima, 1950-2018) Bodegón. Lima: Vallejo & Co, 2017.
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