mediateca de poesía personal-universal del ayer y del mañana desde MMXVII/
jueves, 13 de febrero de 2020
julia wong / de "la desmineralización de los árboles"
Alter ego
*
Dudo si es por hambre
Que la pregunta hiere al vidrio y lo vuelve cuchillo
Sin nada que declarar pelo esta naranja
Y es como sacarme la piel herida por todas aquellas acusaciones
Ellos ven algo en mí que yo había evitado mirar
Cada ante paso es el temblor
De verse apabullada bajo una telaraña
De hilos y pelos mojados.
No, no. Ella no duda
Ella se enfrenta a la vida fuerte, confesa
Con el pecho abierto, hasta diría que es feliz
Ella es hispanohablante por naturaleza
Ella entiende los vericuetos del alma y la sangre caliente
Se reiría si le dijera que aún leo la Biblia para cagarme
de miedo
Porque la Biblia es un libro de terror...
Y rezo como una araña
Arrinconada entre la esquina de la pared y el silbido
del invierno.
Grita. Grita con el lenguaje sobre el humus, el tedio,
el miedo, la ambivalencia
El juego de bicicletear entre hombres armados que volvieron
De una guerra inventada y semáforos.
No hay peor suicidio que embellecerte con la mirada
De los extranjeros que te encuentra exótica y voraz...
Embrutecerte con la raíz misma de la tierra sobre la
que orinas de miedo
Volar sobre el vidrio que te golpea,
Romperte a ti misma y en la esquirla olvidada
Otra vez podrías volar si usas otro idioma.
~
Ganas Lust
*
Ausculto con la ceremoniosidad de un sepulturero el poco
pecho que va quedando
Los ganglios y las ruinas de mis hormonas felices
Pretendían un escondrijo propio
Casi una habitación privada
Soy una representación más de esta epidemia global...
El recuerdo del amor hace que falle en todas las direcciones
Las manos del tiempo peruano separan mi piel como
un lamento
Los ojos del aire subiéndose entre mis piernas
Tocando el pubis
Las manos viriles del recuerdo acompañan el desierto tan
gigante como el salar de Uyuni
Lo innombrable de la sal y las trasparencias seniles
La fe no alcanza para lo que viene al voltear la mina
Miro los alambres, los enchufes, los focos.
De pronto siento que mi cuerpo está iluminado
Y emite una luz anaranjada, pero que no alumbra
Me golpeo para que fulgure
La opacidad de mi pellejo me condena
Nada relumbra
Quiero abrirme los poros, cortar la epidermis
Mirar adentro, los bultos que han venido apareciendo,
los miomas fieles a la edad
Y con eso mis nervios son un frágil entramado de macramé.
Una alucinación de alambiques
Que licúan el sopor y el recelo. Temo y no. En el infierno
de los tibetanos, en contraposición a Dante, se puede
caminar sobre el carbón y aún mantener el orgullo del
guerrero.
Cada espacio es una condena. Rasgo los billetes de cien
dólares como si fueran papelillos y los echo al inodoro,
antes regalaba ese dinero ganado con la velocidad del
juego a los amigos o a los que decían serlo, a los que se
acercaban porque pensaban que yo no me daba cuenta
de su falta de afecto sincero por mí...
Pero cuando uno está triste puede gastar el dinero en lo que
sea y ya no importa. Ya no importa.
El cuerpo se achata, se aplasta, se siente invadido por la
rivalidad de las palabras y un ejército de coágulos.
El cuerpo parece un pozo que se ha ido cubriendo de bichos
extraños que han canibalizado su carnalidad y sus
vísceras sanas le han convertido en este monstruo
de dolor e histeria.
Ausculto con la palma de mi mano el pasado que no acaba
de marcharse
Hoy que estoy destronada de los laureles, ¿me han olvidado?
~
Entrando al mar
*
El cardumen es un cosmos de hielo marino.
Esa desfragmentación minúscula de las partículas del agua
que forman cristales iracundos de las cosas que nunca
pude decir. Hielo en mis ojos, largo invierno, casi como
una mesa envejecida con tu ausencia
Las cartas rotas...
Mi abuela era alta y helada como una montaña andina,
pero yo no la recuerdo. Hielo en mis manos, no puedo
siquiera estirar los dedos.
El mar tiene boca de angustia esta noche. Cinco años
tratando de entrar en tu casa, mar y el hielo es esta
filigrana que no permite el acceso en la pestaña que
ilumina todo esas camas cubiertas de pescados muertos.
Hígados que ya no funcionan, senos disecados por
manos ausentes. Hielo en la plataforma y el muelle.
Sólo en el Caribe el mar en verano llega a los 24 grados.
Hiel en tus oscuros ojos, cubiertos por lentes. Hielo que
nunca volverá a la humanidad de nuestras manos.
Dicen que hay que entrar siete veces al mar, tienes que
volver a entrar y morir allí. Hielo inerme de las palabras
equívocas, de las glándulas sebáceas que deterioran los
pensamientos. Hielo en el silencio... pero si es verano
y Lima casi está en un trópico, trópico del cáncer
que amamanta mis glándulas y me hiere en lo más
profundo de la esperanza. Hielo de saberte tan lejos y
que ni siquiera intentas cruzar la calle para decirme hola
mujer, parece que se te han derretido los pies. Hielo de
todo este mar que ya no cruzaremos. Hielo de ese no
tan grande país del amor del que ya fuimos expulsados
desde el jurásico.
~
La sanación de los espíritus
*
Torcido corazón
Enfermedad extranjera de los postes circuncidados
Alabado sea el dios de los enfermos.
Yacemos sobre un colchón
Nuestros huesos se comen unos a otros
Mientras respiramos el sahumerio de eucalipto
Aún se reza para que nos elevemos
¿Dónde encuentro la luna dentro del tronco?
Mi omóplato destruido por el peso de los químicos
Setecientos lunares escondidos bajo un gladiolo
La tierra empieza a subirse por mis pies
Y se cobra la venganza de los desposeídos
Yo, que lo tenía todo, entre cascarones verdes de coníferas
Entre caminos que nos llevaban a ese lago instalado
En el pico del cerro y en el pico del amor
El cuerpo destruido es una canción de barro
Cuerpo pueblo que quería bailar su propia comparsa
Y cantar sus propios poemas de arena
Este cuerpo que ya no lo es, para nadie, así se llame Lázaro
Una ballena gruesa y caliente varada en Chiclayo
~
transiberische eisenbahn (alles kleigeschrieben)
*
¿Cómo creíste que Euroasia era una tierra pacífica llena de
miel en el desierto? Ese es el dolor más desgarrado que
duerme en mis huesos. Dos huevos duros. Ese fue mi
almuerzo durante siete días. Las vasijas eran de fierro
aporcelanado, blanco con filos azules o verde claro con
filos verdeoscuro.
Segunda clase. Los perritos de contrabando de los chinos
gordos que vivían en Moscú nos acompañaban. Igual
creías que el desierto peruano le pertenecía por igual
a todos los habitantes de las wacas. El té filtrado en
pomo y ese llanto interior por la renuncia. Allí aprendí
a renunciar al placer de ver a los hombres que nos
construyen como rosas celestes cuando nos lamen
donde no podemos esconder la mirada.
Por la ventana sólo el pasto. Por la ventana la brisa de los
abedules o no sé qué gigantescos pinos que me hacían
partícipe de un mundo que no quería volver a sangrar.
Escribí una postal diaria, algunas te las mandé desde
Vladivostok. Luego supe que nunca llegaron. No había
puesto tu dirección.
¿Cómo empezar a perderte? Tú que todo lo completabas
con el número exacto, con tu cara, con la estatura
matemática de la felicidad, con las galaxias atrevidas
en mis pies y con todos los rieles del planeta en una
avenida que sólo iba de mi aorta a tu hipotálamo.
Cada vez que paraba el tren, cada chirrido, cada cambio
de maquinista, cada madre rusa cubierta por azúcar.
Todo eso contribuyó a planificar el adiós. Saemtlichen
Schmerzen, dass ich nachhinein gespuert habe, sind
voellig unbedeutend.
***
Julia Wong (Chepén, 1965) La desmineralización de los árboles. Lima: Paracaídas, 2014.
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