Llegábamos sin tocarnos
Llegábamos sin tocarnos
y todo el aire eran nuestras manos
y nuestro cuerpo vacío
detrás de la sombra de cada uno
nada se volvía
la voz era como el aire mismo
dentro de nosotros totalmente.
~
Poema al estilo de una canción de Bob Dylan
Porque ya no puedo ir
a un teléfono público y pensar en ti,
ni recostar mi cabeza
en los árboles y las telarañas
de la Ciudad.
Porque ya no puedo buscarte
bajo las piedras
como la tarde del mundo derruido
detrás de unos lentes oscuros,
ni puedo soñar con una taza de café negro
entre tus ojos rosados.
Porque ya no puedo hacer otra cosa
que retener en la punta de las pestañas
algo
como un mal pensamiento infantil,
y echarme a andar
solitariamente protegida
~
Para encontrarte en una plaza de Lima
Porque es urgente y necesario ponernos a escribir y es urgente nuevamente decir que hoy estoy aquí sobre la manta azul y amarilla y afuera en la ciudad que apenas conozco dentro de otra habitación que no imagino tú estás ahora como yo tal vez escribiendo con urgencia con desesperada urgencia los poemas que más luego nos enseñaremos o te dejarán triste y callado o simplemente tan terriblemente serio como yo aún no sé qué eres tú y no sabré qué hacerme con el deseo de hacer mil cosas que no hago y de nuevo la ventana y el árbol que te gusta y no sé cómo se llama y no pregunto de nuevo volveremos con la suavidad de los gatos enlazados y me pondré a cantar todas las canciones que están persistentemente con nosotros en ese tocadiscos que ahora sigue prendido sin que tú comprendas por qué no puede permanecer nuestra alegría como un eco de consistencia semejante a correr para encontrarte en alguna plaza de Lima.
~
Les enfants de la guerre
Cuando Donovan canta tú ves dentro de una cabina de discos
“nothing is real” y quieres despegar ese papel de la pared rugosa
y compruebas que al sacar el papel sacas un pedazo de pared
o “Little boy in corduroy”: muchachito en corduroy
ya no te permite ver nada
y tu cara está empapada de lágrimas / tus ojos no paran
y te apoyas contra la puerta
y en Bruselas afuera el viento corre con pedacitos de hielo
y tu boca se corta se endurece para pedir el periódico
y esa revista que habla de Angela Davis
Sigues la línea del tranvía 32 y llegas a la calle de la Bourse
los super cohn super markets donde es fácil tirarse el chocolate
y un poco menos fácil comerse una fruta
porque esta fruta es grande bien desarrollada
y tú eres pequeña ya te lo dijeron:
“tu es trés petite”
y existen en la Bourse cafés humeantes
y pasas por los pórticos / las entradas con toldos de los cafés
y por unos segundos sientes el calor de las lámparas que cuelgan
como extraños ojos de lechuza rozando tus cabellos
y van calentándote mientras tratas de sonreír escuchando
vagamente todavía “Les Enfants de la Guerre”
y aún no te vence la certidumbre del término del día
porque para ti en Bruselas el día termina a las 5 de la tarde
con el último correo / pero
también puede comenzar
si hay alguna carta y vas al café de tu calle la calle Lebeau
y los viejos abrigados como tú no sabes aún abrigarte
no se sorprenden y estás ahí y las cartas de tu mamá/los niños de tu
(hermana
y el té está hirviendo y de nuevo todo es agua
mientras cierras bien los ojos
y afuera la calle permanece callada
(Lebeau a las 7 queda casi vacía dicen que “por el frío”)
y regresas y pasas por la tienda de antigüedades
que es tu mundo con muñecas rotas de trapos descoloridos
y sonrisas vagas y la tienda de revistas de ahora en francés
y de nuevo la calle te recuerda que Rosalind
está tocando el concierto de Handel
y vas a enseñarle tus cartas
y ella saldrá en la noche a comer con sus amigos ingleses
en Bruselas a la hora en que vas dejando lentamente
que el calor venga con las tres mantas
y por hoy no leeré nuevamente las cartas
Enriqueta Belevan (Lima, 1944)
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