viernes, 3 de agosto de 2018

washington cucurto / dos poemas











La ciudad

*

Pese a todos los libros de cartón mal armados; mal pegados;
pese a todas las palabras y los pensamientos tilingos,
sobreviviremos.

Mail tras mail y puño por puño, sobreviviremos.

Construiremos otra ciudad, otro barrio de Once,
otra estacion ferroviaria, otra plaza,
si estamos juntos, solo juntos, compañera de todo;
pese a la bronca y la violencia construiremos un mundo
nos levantaremos con ganas, como me decís en tus mensajes:
¡qué ganas de verte; cómo te extraño!

Librito tras librito, construiremos todo de la nada,
¡El barrio estará orgulloso!

Cuántos mas libritos de cartón fabriquemos,
mas niños los leerán.

Construiremos caminos, puentes, obeliscos y casas,
y al final del camino una prole de críos nos dirán gracias.

Comenzaremos unidos y terminaremos en pedacitos
de otros que son como nosotros;
hijos, solaris, compañeros, soñadores y esclavos.

Esta ciudad nos recordará a otras
se meterá de prepo en el alma de otras.

Acá estará siempre Buenos Aires, Nuevo Once,
La República de todos.
A un cartonero

~~~

Una cartonería en Buenos Aires

*

¡Cómo les explico, señores lo que es una cartonería en Buenos Aires!
No hay palabras para semejante despropósito de amor.
El poeta al final del día tampoco encuentra las palabras adecuadas.
Es que no las hay.
En la calle Brandsen del barrio de La Boca, en esta tarde otoñal
late una cartonería, un tallercito donde unos jóvenes osados
fabrican los libros más lindos que vi. No soy un
bibliofilo, pero esto lo puede constatar un bibliotecario yanqui
con familia en México. O un mexicano estadounidenseado.
¡Por qué todos los bibliotecarios yanquis son latinos?

En la cartonería en Buenos Aires, están los hombres más simpáticos,
esos a los que nunca tendremos el disgusto de conocer y el placer de leer.
Que sea siempre así, en esta cartoneria donde un grupo de
trabajadores sueñan, pintan tapas y recortan el cartón de las calles
Pero es dificil explicarles con lujo de detalles qué es una cartonería.
Nadie lo sabe, ni siquiera nosotros.

***
Washington Cucurto (Quilmes, 1971)

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