En el bar los parroquianos me llaman para que haga un divertimento y recite algunas cosas. Los dueños del local se acercan para tomarse fotos conmigo, con aquella ficción se regocija mi corazón latino. Alguien me invita uno, dos, varios whiskys, pienso recordando a mi madre: soy famosa. Mientras saco las venas con las que antes escribía y la cabeza rota como si fuese una cuenca que da vueltas en la yema de mi dedo, mi brazo sangra como hace diez años, cuando nací sencillamente vestida y entera de llagas adentro delirando por alguien que me amaba, pero rezó para odiarme. Mis uñas arañan la tierra, soy un muerto enterrado vivo, mi mano quiere esconderse, pero el cuerpo resucita. Sacudo los ojos y se me caen como si fuesen polvo, escriben como mi vena cadáver escribe, ciega y muda, atenta a lo que dice cuando de un solo chasquido de víbora se encona con el viento. No comprendo cuando hay que callar, cierro los ojos en silencio.
*
Intenté seguir con las palabras que había borrado una y otra vez la miga de pan, pero en la cabeza no se borraban. Los sonidos en silencio, como si cada letra se hubiese quedado muerta, como si yo estuviera muerta. Durante días intenté decirme tanto, pero en mi boca se colaba el viento. Era verano, no coincido con que era verano, pero todo dice que fue verano.
*
Llevo palabras sobre las manos, como monedas las entrego para comprar mi sobrevivencia. Los centinelas ven mi cabeza rota y vencida y me dejan continuar, diseminada y aullante.
Unos cuantos días se me clavan como estacas.Simulo estar vencida pero mi fe es grande.
Me arrojan en el desierto, pero mi boca tiene tantas palabras para beber y dejar en la arena.
Me dejan en la montaña.
Me dejan en los mares.
Mi madre llora sobre un puñado de tierra que parezco ser yo.
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Nadia Prado (Santiago de Chile, 1966) © Copyright. Santiago de Chile: LOM, 2004.
Fotografía: descontexto.blogspot.cl
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