lunes, 19 de junio de 2017

oscar wilde / balada en la carcel de reading, i










No tenía ya chaqueta roja
como es el vino y es la sangre;
y sangre y vino eran sus manos
cuando le hallaron el cadáver
de la pobre mujer que amaba,
y a la que dio muerte el infame.

Andaba él entre los presos
con traje gris y con gorrilla:
Parecía feliz su paso.
Mas nunca antes ví en la vida
un hombre tal que, intensamente,
mirara así la luz del día...

Jamás he visto ningún hombre
mirar así, con tal mirada,
ese toldillo de turquíes
que los reclusos cielo llaman,
y cada nube que navega
igual que un velero de plata.

Con las demás almas en pena
en otro patio hacía ronda
pensando si la falta suya
sería grande o poca cosa,
cuando una voz dijo a mi espalda:
“El hombre aquel irá a la horca!”

Dios mío! El mismo muro pétreo
tuvo temblores de ira negra;
casco de hierro enrojecido
fue el cielo sobre mi cabeza,
y aunque también estaba preso
no podía sentir mi pena.

Comprendí, entonces, qué congoja
apresuraba su misterio;
supe por qué miraba el día
con aquel mirar tan intenso:
Mató aquel hombre lo que amaba,
y debía morir por ello!

Y sin embargo, sepan todos,
cada hombre mata lo que ama.
Los unos matan con su odio,
los otros con palabras blandas;
el que es cobarde, con un beso,
y el de valor, con una espada!

Unos lo matan cuando jóvenes,
y cuando están viejos los otros;
unos con manos de deseo,
otros lo estrangulan con oro;
y el más hábil, con un puñal
porque así se enfría más pronto

Aman mucho unos; otros, poco.
Se compra y vende el sentimiento.
Unos lo matan entre llanto,
otros sin prisas y sin miedo.
Cada uno mata lo que ama
mas no todos pagan por ello.

No mueren de una muerte infame
frente a un día tenebroso;
ni tienen nudos corredizos
al cuello; y paños sobre el rostro;
ni sienten caer al vacío
sus cansados pies temblorosos.

No viven con hombres callados
que los custodian día y noche;
que los guardan cuando ellos quieren
llorar o decir oraciones,
por miedo a que ellos por sí mismos
roben su presa a los barrotes.

No se despiertan con el día
ante el fatal grupo reunido:
el Capellán, trémulo y blanco,
el Alguacil, adusto y lívido,
y el Director, negro y severo,
con la torva cara del Juicio.

No se levantan con gran prisa
para vestir sus trajes grises
en tanto que el doctor impúdico
los mira con ojos febriles,
y anota el gesto grotesco
y cada contracción visible
manejando un reloj que suena
sordo como un martillo horrible

No conocen la sed intensa
antes que, con mano enguantada
el verdugo llegue a la puerta;
y con tres correas os ata
para que no más en el mundo
tenga ya sed vuestra garganta.

No inclinan atento el oído
al De Profundis que les rezan,
mientras el miedo entre sus almas
les asegura que aún esperan;
y no tropiezan con su féretro
al entrar de noche a las celdas.

No miran el último cielo
por cristalinas claraboyas;
no ruegan con labios de barro
que se acabe su pena honda,
ni cae el beso de Caifás
a su mejilla temblorosa.

***

Oscar Wilde (Dublín, 1854-París, 1900)
Versión de Enrique Quintero

/

The Ballad of Reading Gaol

He did not wear his scarlet coat,
 For blood and wine are red,
And blood and wine were on his hands
 When they found him with the dead,
The poor dead woman whom he loved, 
 And murdered in her bed.

He walked amongst the Trial Men
 In a suit of shabby grey;
A cricket cap was on his head,
 And his step seemed light and gay; 
But I never saw a man who looked
 So wistfully at the day.

I never saw a man who looked
 With such a wistful eye
Upon that little tent of blue 
 Which prisoners call the sky,
And at every drifting cloud that went
 With sails of silver by.

I walked, with other souls in pain,
 Within another ring, 
And was wondering if the man had done
 A great or little thing,
When a voice behind me whispered low,
 "That fellows got to swing."

Dear Christ! the very prison walls 
 Suddenly seemed to reel,
And the sky above my head became
 Like a casque of scorching steel;
And, though I was a soul in pain,
 My pain I could not feel. 

I only knew what hunted thought 
 Quickened his step, and why
He looked upon the garish day
 With such a wistful eye;
The man had killed the thing he loved 
 And so he had to die.

Yet each man kills the thing he loves
 By each let this be heard,
Some do it with a bitter look,
 Some with a flattering word, 
The coward does it with a kiss,
 The brave man with a sword!

Some kill their love when they are young,
 And some when they are old;
Some strangle with the hands of Lust, 
 Some with the hands of Gold:
The kindest use a knife, because
 The dead so soon grow cold.
Some love too little, some too long,

 Some sell, and others buy; 
Some do the deed with many tears,
 And some without a sigh:
For each man kills the thing he loves,
 Yet each man does not die.

He does not die a death of shame 
 On a day of dark disgrace,
Nor have a noose about his neck,
 Nor a cloth upon his face,
Nor drop feet foremost through the floor
 Into an empty place 

He does not sit with silent men
 Who watch him night and day;
Who watch him when he tries to weep,
 And when he tries to pray;
Who watch him lest himself should rob 
 The prison of its prey.

He does not wake at dawn to see
 Dread figures throng his room,
The shivering Chaplain robed in white,
 The Sheriff stern with gloom, 
And the Governor all in shiny black,
 With the yellow face of Doom.

He does not rise in piteous haste 
 To put on convict-clothes,
While some coarse-mouthed Doctor gloats, and notes 
 Each new and nerve-twitched pose,
Fingering a watch whose little ticks
 Are like horrible hammer-blows.

He does not know that sickening thirst
 That sands one's throat, before 
The hangman with his gardener's gloves
 Slips through the padded door,
And binds one with three leathern thongs,
 That the throat may thirst no more.

He does not bend his head to hear 
 The Burial Office read,
Nor, while the terror of his soul
 Tells him he is not dead,
Cross his own coffin, as he moves
 Into the hideous shed. 

He does not stare upon the air
 Through a little roof of glass;
He does not pray with lips of clay
 For his agony to pass;
Nor feel upon his shuddering cheek 
 The kiss of Caiaphas. 

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