(en sucintos fragmentos)
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El poeta sirve el mundo: propala
el mensaje del espíritu y el propio, recuperando lo que su casta perdió al
descender del Olimpo. Su prédica va antes que la religión, porque nombrar nos
hace comunes con el flujo del mundo. El poeta quiere hacernos parecer que la estética está por sobre la ética.
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La poesía no es convencional,
como vastamente se piensa, pese a que se apropie del lenguaje y las imágenes.
Ella no dice más de lo mismo, sino que lo otro de lo mismo: produce una nueva
representación del mundo, fútil para el mercado, chocante para el novel lector,
y peligrosa para los demagogos y quienes creen que han conquistado los dominios
del habla.
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Difundir la poesía nos exige un
acercamiento al mundo, de ninguna manera un distanciamiento. Ello nos permitirá
contribuir a su desempeoramiento.
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La acción de la poesía antes que
estética, es ética; deviene portavoz de lo que no tiene voz; muestra lo
indecible, declamándolo.
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Si bien hay muchas formas de
llegar al resultado, la operación cambia su significado. Ante la abundancia de
concepciones y tradiciones poéticas, es difícil concebir un único concepto de
poesía y de poeta. La poesía no se trata, exclusivamente de un equívoco de
formas, envuelto en un rango abierto pero cerrado de voces, sino que estas
últimas tengan un propósito revelador de ponerse en el lugar de los otros.
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La poesía exige documentación,
rigor, imaginación y tiempo.
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El esfuerzo de la naturaleza
cautiva al poeta, lo lleva de la mano a un trance extático, donde se deshace narrando
la experiencia. La naturaleza es poesía situada y en movimiento.
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¿Y si no hay metáforas? ¿Ni
inquietud lingüística? ¿Ni hermetismo? ¿Ni una sintaxis alterada ni menos un
vocabulario de laboratorio? ¿Ni métrica? Tan solo las formas de comunicación
más comunes. La poesía simplifica un mundo que, vertiginosa, pero inútilmente,
se vuelve más complejo. Las emociones son sencillas, si serán nombradas,
merecen un lenguaje que les haga justicia.
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La poesía es necesaria. Pero cada
uno sabe por qué.
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La humildad en la búsqueda del
origen: decir la última palabra de una historia, musitando tan solo la primera.
Y que de muchas historias emerja una vida, una que esté indisolublemente
amarrada a la memoria. Todo a través de explicaciones del adentro, mostrando el
afuera. El poeta siempre está ofuscado en el simulacro, hasta que la belleza canta
por sí sola.
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La casualidad es el verdadero
creador. La voluntad solo es la masa con la que se llega al objeto. Y el
artífice, con un cuerpo y una esencia, un mero intermediario. Puede ser un
fingidor o puede ser un retratista de lo que realmente ve.
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El poeta está fuera del tiempo,
pero jamás ajeno al espacio que le tocó vivir, del que conoce la historia y del
que se permite profetizar el destino futuro. Escribir para ayer, para hoy y
para mañana.
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Extirpar para investigar.
Escribir lo que el mundo produce en sí mismo, pero nunca dejando de hablar de
él. Que parezca protagonista, cuando en realidad, la explicación no es
vanidosa, sino que compasiva con la incierta existencia. Porque el poeta
escribe para cantar, cantar su verdad y lo que asedia sus ojos. El mundo es lo
cantado. Fijémonos en la entonación.
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Si el territorio es el mapa, el
exilio nunca fue cierto para nadie. Desarraigados de por vida, los expulsados
de estas ubérrimas tierras que fueron envilecidas hasta la raíz. Soportaron un
darwinismo creativo, las bellas flores nacían en el pantano de la putrefacción:
a las sombras, en la clandestinidad, bajo una careta y con pretextos. Así la
escritura se debilitó a ojos de la sociedad. Su resignificación surge a partir
de espacios de resistencia, en los cuales, las micropoéticas respiran
angustiadas. Exiliados retornando, otros desterrados encantados con la lejanía
y solo le escriben a la ucronía del viejo mundo que no se atreven a recuperar;
y los más jóvenes, proclives al testimonio de oídas, ansioso de trance, pero
atarantados, expulsan su singularidad. Entonces, las micropoéticas se
enfrentan.
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El territorio está por sobre las
personas, por sobre los trazos y por sobre la tierra misma. No es lo que el
mapa dice que es, sino que el espacio donde convergen las micropoéticas y dan
vida a lo contemporáneo. Nunca acaba.
Siempre está reinventándose, volviendo a mirarse. Porque tras otra generación
brota una perspectiva que podría romper con todo. Bastaría un solo poema. Una
golondrina que, de verdad, trajera las brisas veraniegas. Así son las
excepciones.
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La poesía hecha por jóvenes es
una exaltación de la singularidad. Una máquina socialmente deseante de
subjetividad. Hoy, quien escribe se ocupa de lo suyo, pero a la vez, ansía
mostrarse tributario de una tradición y duda, duda si refleja o no el espíritu
de la época que le tocó vivir. El poeta joven (sic) se precipita en la incertidumbre,
aquella que el tiempo se va encargando de menguar. Solo el tiempo le da la
razón o lo aniquila en el error. Lo dicho está permitido si se permite la
categoría joven o tan solo, si el adjetivo calificativo es relevante. Para
estos efectos, la juventud está reflejada en un patrón biológico del escritor.
Para nada relacionada con tipologías como los poetas claros/oscuros,
maduros/inmaduros, buenos/malos.
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Antes el poeta estaba más cerca
de los dioses y su lenguaje. El tiempo lo ha debilitado, por eso su temple se
tiene que forjar, como el de los obreros, los panaderos, los constructores.
Ante la creciente podredumbre espiritual del mundo, su retorno es innegable. Porque es la vida quien copia a la poesía.
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La poesía es un síntoma de la
enfermedad del mundo, o sea, su cura. Aunque hoy, no le interesa dialogar con
los otros ni enfrentarlos, sino que solo vivir del exasperado hedonismo.
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La estética de la sacralización
impera. Maestros y discípulos en el camino. Pleitesía cuando todos abruman a
encontrar el lugar común de lo escrito y sentirse más cómodos. Tradición para
no pensar en traición. O mejor aún, traducción para elevar la traducción.
Tracción para la escritura y transición para el próximo texto. Transliteración
y revolución: la poesía visual avanza y se toma las librerías más pop. Un
barrunto del sublime retorno de la poesía que se arrima al último bastión de la
línea clásica. Definamos cuál es aquella, leyendo, combatiendo y sin duda,
defendiendo.
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La poesía es un ejercicio del
oficio de poeta. Como tallar la madera para producir una figura, en el
artesano. Como preparar la masa para hacer pan, en el panadero. Aunque para todos los efectos, tendrá que asociarse en comunidades. Entre más crece el foco, mayor posibilidad de darle la poesía a más personas.
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Al final de todos los caminos,
poetizar es comparecer infinitamente
en el concierto de las voces de la historia. Algunas siguen hasta hoy, otras,
en las sombras, esperan su turno. Ida y vuelta, se acude al llamado del origen
y el infinito.
Nicolás López-Pérez
Santiago
de Chile, marzo-abril 2017
N.del.E. La comparecencia infinita es un sitio web (blog) que nace al alero
de una necesidad de poesía. Confiando en que existe un centenar de plataformas
o lugares virtuales de esta índole, su existencia es más bien situada, en el
corazón de la concentración y el deseo de aguardar una redención del vacío
espiritual del siglo XXI. Parte de su inspiración conceptual reside en el museo
de poesía antigua y contemporánea “Otra iglesia es imposible”, dirigido por el
vate trasandino Jorge Aulicino, algunos parecidos son intencionales.
N.del.A. Las intuiciones vertidas en el texto precedente se cimientan en varias de las ideas estéticas que se manejan en la historia de la poesía.
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