domingo, 29 de abril de 2018

walter curonisy / poema a allen ginsberg










I

Ajeno entre los frutos de la tierra su corazón
como un trozo de mar      como una caída
como un fuego venido de otra parte
puso en las calizas
bajo la luna en las calizas.

II

Pueblos en cuya tea arde el tábano
obsedidos al año de los cantos
de la brisa
rociados en ron
en sueños gastados bajo el peso del sol
pueblos hundidos en  eventos     en collares
donde una diosa reina junto al mar
pueblos amados
pueblos odiados bajo la luz tardía
pueblos de arena para el ausente
para su voz si se habla de las playas
de las visiones que la noche nos envía
y de los habitantes de las visiones ataviados
de piedras y de arena.

III

Cerca de la ciudad nos miraba     confuso
encendido por lo que ocurría allí en nuestros ojos
queriendo saber
y el sol borrando las paredes.
Nuestra historia era breve para contar
la mentira de los cuartos de oro
hasta donde llegaba la mano del idiota
la barba que nos dejó esclavos
y alguien, siempre alguien, muriendo en la
letrina para que se salven.

IV

Hasta que llegó a nuestra mesa fuimos ciegos
cortados por el mismo cuchillo de las visiones
yo apenas había amado a Rachel
escrito sobre su cuello las primeras líneas
la guerra era un pretexto para silbar
el humo no me servía de nada aún
en ese entonces callaba el odio de mis padres
leía a Vallejo en el tranvía
tal vez por eso no vi su corazón
su mano dulce amarilla sucia de marihuana
por la que volví al paraíso y ahí estaban mamá y la abuela
perdidas por las polillas que se comieron la casa
¡ese loco es hombre mamá!
él no es como los otros    él no viene a tasar
no vende nada   no compra
no expropia   no cuida su moneda
él grita frente al mar que se acabe

¡amémoslo!

Recuerdo que no copié los poemas
los cinco metros de poesía esa tarde
y tal vez por eso me quiso
me llevó a su cuarto (Hotel Comercio) a mirar el reloj
de la estación con éter
a los enanos del tren que venían cantando y nosotros
en la locura

pedazos de Rachel sobre la cúpula
¡algo está pasando conserje! ¡el mundo no era así conserje!
¡informe a los letrados!
¡no estamos dispuestos a soportar un minuto más
este lugar de quimeras!

Y de ahí nos fuimos al Gólgota (a la salida de Lima)
vimos cómo engordaban a los cerdos
y las peleas de las bandas por un pedazo de vidrio
y el desfile solemne de la baja policía
mientras los niños se endurecían caminando
sobre la charca
y ese día también vimos al Abat Pierre
y a su eminencia el Cardenal hablando
y la televisión estaba ahí
y los auspiciadores de basura estaban ahí
y todos estábamos ahí
con los ojos abiertos   con los ojos muertos
para las flores
encerrados para siempre como las moscas
en los escaparates
viendo crecer nuestros pelos     nuestras uñas
nuestro silencio
y Patterson y Brooklyn oliendo a nuevo todavía
aquel laberinto de rostros grillos al atardecer
cuevas donde las niñas hablan de sus gomas
y el ángel mira tristemente a la ventana
y los soldados partiendo para siempre en la estación
donde las madres van a despedirlos en nombre
de la paz
y las radios anuncian: «Las águilas forman cadenas
en el África del norte»
«en la noche de Asia nadie silba
nadie silba en la noche de Asia»
Y Brooklyn y Patterson oliendo a nuevo
sobre las hojas
sobre la hierba donde irás a dormir definitivamente
tus jóvenes rabiosos miran al cielo y ya no estás
y piden que se te incluya en la brutal historia
de los muertos

y ya no estás
y escribes una carta larguísima acerca de eso
que contabas:
soñé que el mar era un desierto
que el cielo se llenaba de pájaros huyendo
humo el viento         humo el aire
comercios paralizados
baba en los peldaños       rojísima baba
tres de la tarde         amanece en las aceras
veo caras perfectas detenidas
rostros perfectos detenidos
nadie ve   nadie oye
todo es grito   luz que se desploma
¿qué ha pasado frente al bosque?
¿qué ha pasado? ¿tardarán en acabarnos?
en un sueño    larguísimo  mi boca yace bajo la mesa que
tampoco es          ¿gritaré por último yo no fui?
esos potros los he visto en otra parte
y la noche que se abre entre los seres
¿yo no fui? ¿yo no quise?
y el ángel prediciendo en los caminos
una fila larguísima
y el ángel viene a decirnos:
«nada es cierto bajo la noche
bajo esta noche nada es cierto
¡hemos perdido como siempre!»
Así se lamentaba la voz del ángel
ninguna trompeta lo escuchó
no hubo respuesta de clarines o pífanos
guardaron silencio las colonias
y rehusaron atender la voz vehemente.

Y Brooklyn y Patterson oliendo a nuevo todavía.

***
Walter Curonisy (Lima, 1940-Marrakech, 2012)

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