Casi al anochecer, pateo mi propia sombra de hielo.
Salgo a guarecerme de mi última herejía
por el alambrado neón hispano,
California lingüística y fractura.
El reino de los habladores me circuncida como a una araña triste.
California es un continente: son depredadoras,
eructan el alimento robado al soberano,
herederas anglófonas de virtudes tridimensionales.
No han podido curar su melancolía medioeval. Allí,
proyectadas en otro imperio de Piedras santas,
rasgadas en su moneda bilingüe.
Nos buscamos. Lo presiento. Me conmueven.
Compartimos la misma duda,
la nueva tela que tejeremos, nos condenará al cáncer o
a la tristeza,
a la ambivalente soledad.
Ellas auscultan el porvenir en idiomas que yo ni me puedo imaginar,
japonés o árabe, por ejemplo.
Gálico.
En la penumbra es fácil desvestirse y succionar los finísimos hilos erectos.
Cada poro espera por algo, extraña jadeos, soplidos lejanos y manías copiadas de
absurdos jardines pornográficos:
amarás el vuelo arácnido, amarás a tus hermanos, cogerás con tus primos y desearás a tus tíos.
Este es un vergel fundado con la sangre de los chivos expiatorios.
Pienso que debí ir más seguido al cine en minifalda
y masturbarme con películas baratas.
Así no me asustaría,
con ninguna anécdota sobre los chinos del barrio
timbeando toda la noche,
gambling se dice en inglés.
Jugándose la vida.
Regresan a su casa con los bolsillos vaciados por el
placer de echar los dados al abismo:
Los que siempre ponen el ojo en la mujer equivocada.
Las que deseamos al hombre que nunca nos va a pertenecer.
Durante el juego dejan pasar en la tele
Terciopelo azul y Muholland drive,
podrían constituir una hecatombe en el neurocortex.
Sólo un marido alemán hubiera consentido en ir conmigo a la función de medianoche y mientras, Isabella Rosellini aguanta el llanto, él cambiaría de butaca y diría algo así:
—Mache es selber Kleine, ich gehe kurz eine rauchen…[1]
Me liberaría de la utopía de hombres latinoamericanos, de los santos Tupacs con sangre real, amantes de sus hordas y sus pueblos sumisos y devotos. Eso, me libraría de escribir una hagiografía de mi padre oriental. Eso, me liberaría de ver la saga completa de Matrix y ser la fan número nueve millones mil quinientos de Saint Keanu en Instagram.
Mi sombra y yo
nos pateamos mutuamente,
jugamos una suerte de gincana popular.
Trato de limpiar con alcohol mis turbios deseos,
mirada irónica sobre los dientes amarillos.
Los cigarros se deslizan de las bocas secas que contienen el apetito por el vecino y flirtean con lejanos perfiles en países aún más lejanos que la luna.
Todos han enfocado su atención en la película
y no en su propio deseo.
Afuera huele a anticuchos,
ese olor a vinagre y ají molido.
En la penumbra
he tomado una mano oscura
y le he suplicado
salir conmigo
a tomar aire fresco.
[1] Nota del editor (NE): Traducción del alemán: Hágalo usted mismo, pequeño, voy a fumar un momento…
Julia Wong (Chepén, 1965-Lima, 2024)
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