Sobre el nivel del mar
*
Ansío toda luz porque un día fijé el mundo
con mi dedo índice,
y amo
el correr de los ríos porque de algunos peces
aprendí hondura.
Fueron mis ojos quienes miraron
por primera vez
que en la caída de los astros se escondían
un niño y una rueda.
Siempre me hice invisible cuando los hombres
pusieron sus manos
sobre mi fingida presencia,
y cuando tuve un brazo que parecía un ala,
las flores que brotaban
en los tejados me otorgaron
las dádivas de un vientre,
ésta es la única verdad que he conocido.
A dos mil pies sobre el nivel del mar
la marcha de los pasos deja de orbitar,
el frío aumenta toda lucidez,
y la respiración es lenta
como la vida en las montañas
y en las ermitas, el corazón renuncia
a cualquier renuncia,
y la única doctrina es la fecundidad.
Nuestro propósito es crecer cuando creamos
y amar a cuanto no desgarre,
nutrirnos de nosotros mismos y no golpearnos
en soledad
y que cada vez que el mundo sea la primavera
nos despojemos de cuanto fuimos
y seremos, formando
la columna que une nubes, espacios y semillas.
El truco no es difícil ni complejo,
tan sólo se necesitan
algunas dosis de serenidad,
concentración y sencillez.
A seis mil pies sobre el nivel del mar
-y subiendo-
los ojos van perdiendo su nostalgia
y para no cegarnos tengo que demostrar
mi destreza en las diferentes artes
de la distancia
y para que no se dilaten las venas
el oxígeno tiene que ser lo más escaso posible.
Se aligeran,
se aligeran las manos, los pies, el pecho,
los lastres se reducen:
las personas que un día me nombraron
hacen el mismo ruido que las hormigas.
Sigo el rastro de los cometas,
de las galaxias que comienzan
cuando un huevo se rompe,
de esa gracia tan tuya de armonizar
mis extremos.
Sólo me he dado opción a mudarme en un hoy,
en un hoy que renace, confirma y desprecia.
Poco importa la muerte ahora.
Poco importan las palabras ahora.
Poco importa que el mar
haya expulsado a quien movía su repetición.
Los restos de la fiesta quedan aún en mi boca,
aún me ofrecen mucho juego,
aún relucen como miel secreta.
A diez mil pies sobre el nivel del mar
sólo quedan los labios,
el nacimiento de unas risas entre las sábanas
y las luces que como gotas de rocío resbalan
sobre este mármol.
~
Saludos de la golondrina
*
De esas observaciones se puede deducir que de la palabra aire revive la golondrina: el poso de los libros infantiles desde las tardes de verano y aquella casa…el horizonte en la cerca de octubre donde repongo saludos, bienvenidas, extravíos:
¿por qué volvemos?
Al despertar nos asomábamos limpios
desde aquella golondrina
y me empujaba por el aire,
y mi cuerpo giraba como
un derviche danzante
y algún rayo nos enganchaba el cuello
¿hasta subir amados?
Volvíamos a pisar la hierba, amasar el verde lo llamaba el abuelo y aquella sensación telúrica nos envolvía como burbuja de jabón[1], las que mi madre alzaba para hacerme asombro. De la palabra aire revive una golondrina:
¿revive? ¿Para qué volvemos?[2]
[1] Convergencia: “El caballito de mar expulsa sus huevos” = “los chicos soplan sus pompas de jabón”.
[2] Este poema, además de este final, tiene otros dos posibles cierres:
“Volvíamos: Nada más lejos de las calles cuando se escribe. Solo se ha concentrado en donde se produce la vida. Accede sin cambiar de forma, pero tiembla y describe el vuelo invisible del ave invisible: Golondrina. Tanto por decir en tan poco tiempo: el deporte de trazar círculos. Nadie aquí es realmente nadie. La gran Maleta y el columpio mortal. El gozo de las esferas. Mi familia: tu amor y mis libros (algunas alas). Me encontré en un libro y seguí viviendo en tus ojos. Nada más he sido. He soldado la vibración de las rosas y la del abejorro. Si supieras cuántas veces quise suic… Si supieras cuántas veces he sido feliz, feliz hasta erguirme por encima de mi frente. El silencio de la llanura pulsa sin ti el ritmo del sueño. Sin mí: como si fuera la primera vez”.
Volvíamos: “Hasta salir del rostro. / Se hundieron en el iris/él y los otros. // Conocerá: y en quiebro. /Quebrar las lejanías. / Desapego para morir mejor. / Y celebrarse sin posibilidad de regreso. / Para que el alba suene en una rosa. / – ¿El alba en una rosa? / ¿La golondrina? / Para empezar todo de nuevo. /Para empezar todo de nuevo. / Para empezar todo de nuevo”.
Julio César Galán (Cáceres, 1978)
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