Si fuera un charco de agua, un alambrado,
si fuera cualquier cosa, una bota en su estribo
–con espuela sería demasiado–,
si fuera cualquier cosa menos esto
no tendría este asco.
En un duelo a cuchillo
adentro mío
se están jugando mi alma
como carne a pedazos,
y en el chocar asqueante
de cuchillos,
que es cada vez más íntimo,
se me está ensangrentando y revolviendo
todo esto que era mío
y que era limpio:
el corazón, el sebo de las tripas,
nudos de venas
y hasta los testículos.
Qué lindo no tener adentro nada.
Ser como lazo, o ser la puñalada.
Qué lindo ser de afuera
y no de adentro,
como el campo y los pájaros,
como el viento o el hacha.
O si no ser de canto por afuera
y por adentro hueco,
como las guitarras.
Qué lindo entrar hasta estos que pelean,
como la muerte, armado de guadaña,
y acabar con el asco de las tripas
en una flor de sangre, inmensa y rápida.
Quedar vacío, ser como alambrado,
como dulce guitarra,
o como el aire fresco en los pulmones,
con su memoria de alas.
Héctor Viel Temperley (Buenos Aires, 1933-1987)
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