domingo, 17 de enero de 2021

ugo velazco / nada se queda conmigo










A estas alturas uno va devolviéndole al ruido lo que le
pertenece:
su infatigable eco, su tacto enredado...
Nada se queda conmigo.
Solo la poesía me pertenece como un campo baldío,
como lluvia derramada,
solo la poesía y esa atenta obsesión por el misterio,
ese gozo secreto de no ser descifrado,
ese saberse delincuente bajo la lluvia, entre calles,
con extraños en los pasillos honrados,
en callejones sin salida, en los bares ocultos,
en las mesas decentes.

Y la poesía era un derecho natural como tener un
nombre correcto
o vivir más de la cuenta siempre pensando, pensando,
en el exagerado embrujo del poema honesto, bien
calibrado,
que los vecinos no advirtieron en tu rostro
y mucho menos en tu ropaje de pájaro derribado
que nadie nunca dudó siquiera de tu pudor ni de los
libros
que te crecían ni de las mujeres que te hilvanaban con
su desnudez
y menos aún de tu miseria terrestre.

Y la poesía era tan humana como una mano
o un arma perfectamente entendida para salir a matar
decorosamente.
Y la poesía era un pretexto para intervenir en el
espantoso mundo
aunque nadie creyera que merodear hambriento y solo
y paria
era un poema al pie de la letra,
y mirar la luna como un gigantesco caracol
nocturno un poema derecho y perverso.
y destruirse en prostíbulos con amores fraudulentos un
poema doblemente perverso.
La poesía era tan humana que se gastaba como una
pala
o una moneda en manos ajenas.
Pero acaso hay quienes sospechan que la poesía existe
por sí misma,
sin necesidad del hombre que la piense o la cumpla;
que es probable que su conjuro se mantenga en el
humor tosco
de la materia primitiva de una roca terminada o un
fósil podrido,
en la exudación original de una criatura rudimentaria
o en la costumbre callada de las algas dentro del río.
Ahora solo soy capaz de la desdicha.
La poesía no tiene nombre, el poema no empieza, no
termina
no se abandona a tales ruinas.

Ahora solo soy capaz de la desdicha, sábelo:
El poeta es superior a la verdad o a la mentira;
y el poema desafía como si fuese uno mismo,
como si fuese una manera de acomodar el rostro
y no amontonarse vencido.
A estas alturas uno va devolviéndole al ruido lo que le
pertenece;
nada se queda conmigo.
La poesía crece sin pedir permiso
a 1011 células sanguíneas por día,
cuidadosa, pulsátil, impasible, como el vientre de un
insecto.
Y la poesía es sonido enterrado,
ADN impecable, callada herencia, sangre agrandada,
invención perpetua

***
Ugo Velazco (Huancayo, 1986)
En Julio Barco (comp.) Yo construyo mi país con palabras. Buenos Aires/Lima: Metaliteratura/Lenguaje Perú Editores, 2020.
Fotografía de Juan Carlos Suárez Revollar

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