Amor
*
Habría imaginado que era algo que sentíamos.
Habría asegurado que fue eso lo que sentimos
ese día, en la capital
de su juvenil provincia—cómo no podríamos
haberlo sentido, en nuestra cama de hotel,
entre gritos por esas verdes cuchillas del pasto.
Luego, débiles rodillas,
pensé que lo sentía cuando me pregunté
si le importaría adentrarse en el pueblo por su cuenta.
Sabía que allá encontraría pena, senderos,
el aislamiento de un niño tallado en el desgastado marfil.
Quién nos arrastraría hacia la cama una segunda vez ese día,
Quién recibiría-daría ese beso sin detenerse
hasta gritar—fui yo, señor, fui yo, mi señora,
pero pensé que todo lo habíamos hecho
ante los ojos del amor. Así que solo
se internó en la infancia de muertes,
en heladas aguas, mientras yo entre ronroneos
me recostaba en aquella cama de peonías.
La habitación fue el puente de mando en un barco,
ventanas asomándose al puerto,
a través del grueso y fino cristal groenlandés,
contemplé la ciudad portuaria,
enrollé, serpenteé, luego lancé
un lento latigazo con la mayor felicidad de mi cola,
dejé que entrara en la fría bruma,
me recosté luego me estiré
sobre la maldita camilla del amor.
Lo dejé a la deriva en los encantados laberintos de sal.
Esperaba que donde sea que estuviéramos,
nuestro amor fuera duradero—
hasta en nuestra separación y soledad, enamorados
—incluso ese témpano apenas afuera de la boca,
el blanco jade, su palidez, su inclinación,
le pertenecían al amor, igualmente nosotros.
Así lo hubiéramos afirmado.
Sus hendiduras internas se desvanecieron, se opacaron,
se tiñeron de violeta y dorado, mientras pasaba la tarde,
y hubo plumas que preservó y anidó en su interior,
quizá el cordón de una bota, medio cascarón de charrán,
un zapatito de bebé, el pececillo del amor
tal euforia permanente en las entrañas.
~~~
Inmencionable
*
Hoy observo al amor
de otra manera, hoy sé que no
poso bajo su luz. Le pregunto a mi
casi-ya-no-más esposo qué se siente cuando
no se ama, pero no quiere hablar al respecto,
desea tranquilidad en este final.
A veces siento que ya
no estoy allí—para posarle en ese paisaje
de treinta años, ni a las campiñas del amor.
Siento una invisibilidad,
neutrón en la oscura cámara sepultada en el acelerador
de una milla, donde lo que no se ve
es inferido por lo visibles.
Cuando suena la alarma
lo acaricio, mi mano se piensa cantarina
que se entona con su cuerpo,
tal fuera su piel quien alcanza su nota más alta,
tenor de altas vértebras,
barítono, bajo, contrabajo.
Quiero preguntarle, ahora,
Qué se sentías cuando me amabas,
—cuando me observabas ¿Qué percibías?
Cuando me amaba contemplaba el mundo
desde el interior de una profunda morada
tal pozo o madriguera. Al medio día
alzaría su mirada para contemplar el brillo de Orión
—cuando pensé que me amaba, cuando creí
que duraríamos unidos más que un suspiro,
por un continuo instante,
dulce de fémur y piedra,
la solidez. No muestra ira, tampoco yo,
pero en destellos de humor
todo es cortesía y horror.
Un minuto ha pasado, pregunto,
¿Todo esto tiene que ver con ella?
Él responde, No, tiene que ver contigo,
a ella no debemos mencionarla.
~~~
Locos
*
Habría dicho que él y yo estábamos locos
el uno por el otro, pero quizá mi ex y yo no lo estábamos.
Más bien estábamos cuerdos el uno por el otro,
como si nuestra pasión no fuera personal—
sí lo era, pero eso poco importaba, pues al parecer
no existía otra mujer u otro hombre en el mundo.
Quizá fue un matrimonio planeado,
aire, agua y tierra, nos habrían diseñado
el uno para el otro—y el fuego,
un fuego de placer tal agradable violencia.
Ingresar juntos a esas bóvedas,
tal solemne o risueña pareja con paso formal
o pelo retorcido y luego el llanto,
evocaban de la tierra y la luna sus senderos
inevitables, e incluso, de alguna forma,
tímidos—juntos contenidos en una timidez,
semejantes en ella. Pero quizá era que
estaba loca por él—En verdad vi esa luz
alrededor de su cabeza cuando llegué después de él
al restaurante—oh por el amor de Dios,
estaba perdidamente enamorada. Mientras los planetas
orbitaban entre sí, llegó la mañana y luego la noche.
Quizá lo que sentía por mí era incondicional,
afecto y confianza temporal, sin romance,
con cariño—cariño mortal. Lo nuestro no fue una tragedia,
fue la comedia del ideal y del error
revelada a fuego lento.
Cuánta precisión de movimiento se requiere
para que los cuerpos viajen por el cielo
a gran velocidad, por tanto tiempo, sin herirse uno al otro.
***
Sharon Olds (San Francisco, 1942)
Versiones de Alain Pallais
/
Love
*
I had thought it was something we were in. I had thought we were
in it that day, in the capital
of his early province —how could we
have not been in it, in our hotel room, in the
cries through the green grass-blade. Then, knees
weak. I thought I was in it when I said
would he mind going out into the town on his own.
I knew there was sorrow there, byways, worn
scrimshaw of a child’s isolateness.
And who had pulled us down on the bed for the
second time that day, who had
given-taken the kiss that would not
stop till the cry —it was I, sir, it was I,
my lady, but I thought that all we did
was done in love’s sight. So he went out by himself
into the boyhood place of deaths
and icy waters, and I lay in that bowl-of-
cream bed purring. The room was like the bridge of a
ship, windows angled out over the harbor —
through thick, smooth Greenland glass I
saw the port city, I curled and sinuous’d
and slow-flicked my most happy tail, and
further into cold fog
I let him go, I lay and stretched on love’s
fucking stretcher, and let him wander on his
own the haunt salt mazes. I thought
wherever we were, we were in lasting love —
even in our separateness and
loneliness, in love —even the
iceberg just outside the mouth, its
pallid, tilting, jade-white
was love’s, as we were. We had said so. And its inner
cleavings went translucent and opaque,
violet and golden, as the afternoon passed, and there were
feathers of birds inside it preserved, and
nest-down and maybe a bootlace,
even a tern half shell, a baby shoe, love’s
tiny dory as if permanent
inside the bright overcast.
~
Unspeakable
*
Now I come to look at love
in a new way, now that I know I am not
standing in its light. I want to ask my
almost-no-longer husband what it’s like to not
love, but he doesn’t want to talk about it,
he wants a stillness at the end of it.
And sometimes I feel as if, already,
I am not here—to stand in his thirty-year
sight, and not in love’s sight,
I feel an invisibility
like a neutron in a cloud chamber buried in a mile-long
accelerator, where what cannot
be seen is inferred by what the visible
does. After the alarm goes off,
I stroke him, my hand feels like a singer
who sings along him, as if it is
his flesh that’s singing, in its full range,
tenor of the higher vertebrae,
baritone, bass, contrabass.
I want to say to him, now, What
was it like, to love me—when you looked at me,
what did you see? When he loved me, I looked
out at the world as if from inside
a profound dwelling, like a burrow, or a well, I’d gaze
up, at noon, and see Orion
shining—when I thought he loved me, when I thought
we were joined not just for breath’s time,
but for the long continuance,
the hard candies of femur and stone,
the fastnesses. He shows no anger,
I show no anger but in flashes of humor,
all is courtesy and horror. And after
the first minute, when I say, Is this about
her, and he says, No, it’s about
you, we do not speak of her.
Crazy
*
I’ve said that he and I had been crazy
for each other, but maybe my ex and I were not
crazy for each other. Maybe we
were sane for each other, as if our desire
was almost not even personal—
it was personal, but that hardly mattered, since there
seemed to be no other woman
or man in the world. Maybe it was
an arranged marriage, air and water and
earth had planned us for each other—and fire,
a fire of pleasure like a violence
of kindness. To enter those vaults together, like a
solemn or laughing couple in formal
step or writhing hair and cry, seemed to
me like the earth’s and moon’s paths,
inevitable, and even, in a way,
shy—enclosed in a shyness together,
equal in it. But maybe I
was crazy about him—it is true that I saw
the light around his head when I’d arrive second
at a restaurant—oh for God’s sake,
I was besotted with him. Meanwhile the planets
orbited each other, the morning and the evening
came. And maybe what he had for me
was unconditional, temporary
affection and trust, without romance,
though with fondness—with mortal fondness. There was no
tragedy, for us, there was
the slow-revealed comedy
of ideal and error. With precision of action
it had taken, for the bodies to hurtle through
the sky for so long without harming each other.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario