Cada noche cuando saco una píldora y me la trago tengo
irremediablemente
que pensar en ti
y al secarme la cara o mojarme los ojos para disimular un tanto las
ojeras
te vuelvo a pensar
aún evitando distracciones
no puedo dejar de escuchar tus pasos derrumbando el universo
no puedo dejar de latir.
Cada noche soy y me reconozco
debajo de las sábanas
debajo de la insistencia de volver a soñar y dormir tranquila
-sin baños termales-
sin necesidad de recontar a las noventa y una ovejas y tener,
al mismo tiempo,
que pedirle permiso al pastor
yo no soy quien para ser más
ni menos
soy la exacta imagen del espejo, pero al revés
y también descontando los segundos que fui cayendo
y tú no te atreviste a tropezar conmigo
cada noche trato de hilar la maraña que fui y que seré
si a un buen plazo puedo saldar las distancias
inimaginables, es cierto,
pero posibles de enhebrar con un poco de esperanza
aún no caigo en el juego y ya estoy aterrada hasta la última carta
hasta la última hoguera que quizás nunca prenderé
lo he dicho y no hay remedio para tratar de impedirlo
a cada noche su píldora, a cada mujer
su madrugada.
Rocío Silva Santisteban (Lima, 1963)
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