martes, 4 de febrero de 2025

irene lisboa / dos poemas








Habilidad para escribir

*

Habilidad para escribir.
No sé qué decir.
¿Y a quién decírselo?
No sé qué pensar.
Nada jamás supe.

Ni de mí, ni de los demás.
Ni del tiempo, del cielo o de la tierra, de las cosas...
Sea de lo que sea o de lo que fuese.
No sé qué decir, no sé qué pensar.

Oigo los sumideros quejosos, arrastrados.
¿Sumideros serán?
Horas de la noche.
Noche iniciada o adelantada, noche.
¡Qué bonito es escribir!

Con esta larga plumilla, bonitas las letras y el gesto – la habilidad.
Al azar, sin ancla, vago en el tiempo.
En el tiempo vago...
El vago y yo sin amparo.
Pian pájaros, traspasan el luto del espacio, este sereno luto de las horas. ¡Muertas!

Y por más no quererte relatar me enclaustro.
Expresión antigua, epistolar: me enclaustro.
Tan grato es lo viejo, inopinado y nuevo.

¡Me enclaustro!

Así: una de las manos en el papel, dedos firmes,
suelta la otra, con pluma expectante.
Una que agarra, la otra que espera...

¡Oh ilusión!
Y todo acabó, acaba.
¿Para qué la búsqueda de las cosas nuevas, sin ton ni son?

Silencio.
Ni pájaros ya, noche muerta.
Me enclaustro.
¡Oh mi última composición! Del no, del ni, del nada, de la ausencia y
soledad.

De la indiferencia.
¡Quiero yo que lo sea! de la indiferencia ilimitada.
Noche vasta y continua, camina, camina.
Prolóngate.
La ribera se ha despertado.

~

Canto

*

... y el viento,
el viento de la elevación a la que me di,
a ti me trajo
a ti me entregó.
¡Si en mí ya estabas!
Por la boca, por los ojos y por las manos,
arraigado y voraz,
mi invasor enternecido.

Cinco vidas, nada menos,
cinco vidas querías tener.
Cinco vidas...
Una más, sólo, ardiente, violenta y disipada,
¿una sólo no te bastaría?
Una,
quintuplicada, centuplicada en la hora inefable,
en el momento embriagado...
¿Una, para darme, para yo recibir de ti,
vencida, sucumbida?
¡Es primavera! Me salió de la boca.
Y tú sonreíste.
Sonreíste, creo.
Primavera y todas las estaciones...
Lluvia y sol, tiempo sin edad.

Aquellos suaves, lánguidos verdes, tan cariciosos;
los redondos troncos

y los musgos fofos;
los mirlos silvestres
y las campanillas violetas de aquellas flores de mi infancia,
de las que me enseñaste el nombre tan dulce, tan extraño...
Y las locas nubes correderas
y las piedras hieráticas
y las veredas amables,
¡cómo se nos ofrecían!
Nos amábamos,
¿No lo viste?
En el paso exacto en que ambos íbamos
todo, todo nos prendía
y nosotros todo dejábamos.
Pero el viento...
el viento de las elevaciones a las que me di,
más que el resto a ti me trajo,
a ti me entregó.
Como si yo te esperara
y tú pudieras huir,
ávido me quisiste prender.
Yo presa ya estaba...

Y así continuamos.

Aquella hora no olvida.
No puede olvidar,
ni se repite.

Cambiarás tú o cambiaré yo.

El mundo te saluda.
Y no si es nada...
Pero la hora, la hora, la hora tan codiciada,
la hora que llegó,
pasando, no pasa...
muriendo, se quedó...
En las ramas,
en las eras lucientes,
en la llovizna suspendida,
en las vueltas del camino,
en el frescor aspirado,
en la soledad alegrísima y confidente,
en ti y en mí.
Se quedó.
Está.
Pero a nadie se lo confieses
ni de eso te convenzas.

Permanece,
está en aquellas flores rosadas,
casi sin color, de los bonitos arbustos...
¿Volveremos alguna vez a vernos sin recordarnos?
Ellos... somos nosotros pasando,
Tú, silencioso;
yo, abrigada.
En tu mano caliente,
la mía, presa y enraizada,
tan segura y tan confiada,
era una dádiva.

En aquel breve momento
tú la recibías y guardabas.

Así, entera, ¡a mí me guardases!

O, aunque sea, el recuerdo inconfundible
del repente dulce y ocre
en el que me besaste,
como si yo fuera una hoja,
una baya de árbol
y tú una ráfaga.
En la que me aspiraste
o en la que me sorbiste...
¿No me dejarías la boca sangre?
Me la dejaste,
me dejaste como esclava un poco atemorizada,
mi señor.
Si yo pudiese volar,
soltarme de tus brazos,
iría como un pájaro, receloso y deslumbrado,
de árbol en árbol, de rama en rama,
sin ver nada, aturdido, aturdido,
hasta que de nuevo lo llamases.

Pero la larga,
la magnánima tarde
no me concedió alas...
Por eso mi mano dentro de la tuya,
sensible y cautiva,

te dijo, te repitió largamente, hasta la saciedad,
lo que bien querías saber
y hasta lo que sentías.
Te confesó cuanto le pediste.

***
Irene Lisboa (Arruda dos Vinhos, 1892-Lisboa, 1958)
Versiones de Raquel Madrigal Martínez

/

Jeito de Escrever

*

Jeito de Escrever
Não sei que diga.
E a quem o dizer?
Não sei que pense.
Nada jamais soube.

Nem de mim, nem dos outros.
Nem do tempo, do céu e da terra, das coisas...
Seja do que for ou do que fosse.
Não sei que diga, não sei que pense.

Oiço os ralos queixosos, arrastados.
Ralos serão?
Horas da noite.
Noite começada ou adiantada, noite.
Como é bonito escrever!

Com este longo aparo, bonitas as letras e o gesto - o jeito.
Ao acaso, sem âncora, vago no tempo.
No tempo vago...
Ele vago e eu sem amparo.
Piam pássaros, trespassam o luto do espaço, este sereno luto das horas. Mortas!

E por mais não ter que relatar me cerro.
Expressão antiga, epistolar: me cerro.
Tão grato é o velho, inopinado e novo.

Me cerro!

Assim: uma das mãos no papel, dedos fincados,
solta a outra, de pena expectante.
Uma que agarra, a outra que espera...

Ó ilusão!
E tudo acabou, acaba.
Para quê a busca das coisas novas, à toa e à roda?

Silêncio.
Nem pássaros já, noite morta.
Me cerro.
Ó minha derradeira composição! Do não, do nem, do nada, da ausência e
solidão.

Da indiferença.
Quero eu que o seja! da indiferença ilimitada.
Noite vasta e contínua, caminha, caminha.
Alonga-te.
A ribeira acordou.

~

Canto

*

... e o vento,
o vento dos altos a que me dei,
a ti me trouxe
a ti me entregou.
Se em mim já estavas!
Pela boca, pelos olhos e pelas mãos,
arreigado e voraz,
meu invasor enternecido.

Cinco vidas, nada menos,
cinco vidas querias ter.
Cinco vidas...
Mas uma, apenas, ardente, violenta e dissipada,
uma só não te bastaria?
Uma,
quintuplicada, centuplicada na hora inefável,
no momento embriagado...
Uma, para me dares, para eu de ti receber,
vergada, sucumbida?
É primavera! saíu-me da boca.
E tu sorriste.
Sorriste, creio.
Primavera e todas as estações...
Chuva e sol, tempo sem idade.

Aqueles suaves, langues verdes, tão cariciosos;
os redondos troncos
e os musgos fofos;

os melros agrestes
e as campainhas roxas daquelas flores da minha infância,
de que me ensinaste o nome tão doce, tão estranho...
E as loucas nuvens corredias
e as pedras hieráticas
e as veredas amáveis,
como se os ofereciam!
Amavam-nos,
Não o viste?
No passo certo em que ambos íamos
tudo, tudo nos prendia
e nós tudo deixávamos.
Mas o vento...
o vento dos altos a que me dei,
mais do que o resto a ti me trouxe,
a ti me entregou.
Como se eu te esperasse
e te pudesse fugir,
sôfrego quiseste-me prender.
Eu presa já estava...

E assim continuámos.

Aquela hora não esquece.
Não pode esquecer,
nem se repete.

Mudarás tu ou mudarei eu.
O mundo acena-te.

E não se é nada...
Mas a hora, a hora, a hora tão cobiçada,
a hora que chegou,
passando, não passa...
morrendo, ficou...
Nos ramos,
nas heras luzentes,
na chuvinha suspensa,
nas voltas do caminho,
na frescura aspirada,
na solidão alegríssima e confidente,
em ti e em mim.
Ficou.
Está.
Mas a ninguém o confesses
nem disso te convenças.

Permanece,
está naquelas flores rosadas,
quasi sem cor, dos lindos arbustos...
Tornaremos jamais a vê-los sem nos lembrarmos?
Eles... somos nós passando,
Tu, silencioso;
eu, aconchegada.
Na tua mão quente,
a minha, presa e enraizada,
tão segura e tão confiante,
era uma dádiva.
Naquele breve momento

tu a recebias e guardavas.

Assim, inteira, a mim me guardasses!

Ou, sequer, a lembrança inconfundível
do repente doce e acre
em que me beijaste,
como se eu fosse uma folha,
uma baga de árvore
e tu uma rajada.
Em que me aspiraste
ou em que me sorveste...
Não me ficaria a boca em sangue?
Deixaste-me,
deixaste a tua escrava um pouco atemorizada,
meu senhor.
Se eu pudesse voar,
soltar-me dos teus braços,
iria como um pássaro, receoso e deslumbrado,
de árvore em árvore, de ramo em ramo,
sem nada ver, tonto, tonto,
até que de novo o chamasses.

Mas a longa,
a magnânima tarde
não me concedeu asas...
Por isso a minha mão dentro da tua,
sensível e cativa,
te disse, te repetiu longamente, à saciedade,

o que bem querias saber
e até o que sentias.
Te confessou quanto lhe pediste.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario