sábado, 5 de octubre de 2024

margaret cavendish / dos poemas











Del tamaño de los átomos

*

Cuando digo pequeños átomos, tan pequeños como puedan ser,
me refiero a la concordancia entre la cantidad, calidad y el peso,
no por su figura, pues algunos pueden parecer
más grandes y otros más pequeños: así
el agua fluye y el hielo es sólido,
aunque el peso sea similar y el volumen no sea el mismo.
Así algunos átomos son suaves, otros más compactos
de acuerdo a la figura de cada uno.
Los átomos circulares y largos son huecos, más quietos
que los planos o puntiagudos, pues ellos son más compactos:
al ser huecos, se expanden de manera más fina,
que otros átomos que se encuentran demasiado cerca:
y los átomos que son finos se aproximan demasiado,
pues aquellos que están más cerca son más rígidos.

~

De la sutileza del movimiento

*

Podríamos conocer los diversos movimientos de la vida,
las sutiles sinuosidades y las maneras en que se desplazan:
debemos adorar más a Dios y no entrar en conflicto,
cómo ellos lo hicieron y cómo este buen Dios puede hacerlo.
Pero nosotros nos movemos en la ignorancia
para conocer los fines y cómo empezaron al principio.
Pasamos la vida que nos dio el Dios de la Naturaleza
para adorarlo con sus maravillas,
con improductivos, vanos e imposibles pasatiempos
en escuelas, lecturas y querellantes disputas.
Pero nunca le agradecemos lo que ha hecho con nosotros,
orgullosos, como pequeños dioses, tal como nos consideramos.

***
Margaret Cavendish (Colchester, 1623-Welbeck Abbey, 1673)
Versiones de Lucas Margarit

/

The Bignesse of Atomes

*

When I say Atomes small, as small can bee;
I mean Quantity, quality, and Weight agree
Not in the Figure, for some may shew
Much bigger, and some lesser: so
Take Water fluid, and Ice thats firme,
Though the Weight be just the Bulke is not the same.
So Atomes are some soft, others more knit,
According as each Atome’s Figured;
Round and Long Atomes hollow are, more slacke
Then Flat, or Sharpe, for they are more compact:
And being hollow they are spread more thin,
Then other Atomes which are close within:
And Atomes which are thin more tender far,
For those that are more close, they harder are.

~

Of the Subtlety of Motion

*

Could we the severall Motions of Life know,
The Subtle windings, and the waies they go:
We should adore God more, and not dispute,
How they are done, but that great God can doe’t.
But we with Ignorance about do run,
To know the Ends, and how they first begun.
Spending that Life, which Natures God did give
Us to adore him, and his wonders with,
With fruitlesse, vaine, impossible pursuites,
In Schooles, Lectures, and quarrelling Disputes.
But never give him thanks that did us make,
Proudly, as petty Gods, our selves do take.

viernes, 4 de octubre de 2024

max blecher / tres poemas









A modo de introducción
 
*

Palabras aves con alas de sangre
Palabras volando enloquecidas por los aposentos del corazón
 
Animales a veces con transparencias de cielo
Ramos de mundos astrales (cometas con cabeza danzarina)
 
Flores extrañas perfumando el cerebro
Esbozando una sonrisa o afirmando de alegría
 
Apariciones y desapariciones en la oscuridad de los días
O águilas aleteando blancas sobre las montañas del sueño
 
Vitrinas lunares con ángeles y sables
Con lobos, con ciudades, con navíos, con cabellos de mujer
 
Palabras, dibujos indescifrables de esta escritura
Como mis manos, como tus ojos cerrados.
 
 
Eternidad
 
*

Los pasos conocen nuestro abismo
El cuerpo pasea nuestro cielo
La tormenta va dejando pedazos de carne
Cada vez más difusa cada vez más lejana
Hay un principio de azul
En este paisaje terrestre
Y otro vindicador
Como un dedo amputado
Tan sólo ves es una mujer dando vueltas
Como un huso
Y copiando su delta
En el delta de las aguas.
 
 
Poema


I

Tu mirada interior lleva una barca y me la envía
cargada de terciopelo de ojos negros y diamantes
menudos de tantos sueños y tantos abismos ayer al anochecer
se ahorcó un ángel en un momento de felicidad
y sus alas caídas chirrían bajo tus pies en
la nieve cuántas flores cuántas ramas cuántos dedos.
 
II

El vestido del mar en la concha del zafiro mueves o deslizas
navío o acróbata, tú, río vertical con la diadema
del pelo azul cascada de helechos y de gritos
y de pronto un cristal se inclina, cambias tus transparencias
y eres una mujer muerta un fantasma con el vestido del mar
en la concha del zafiro, la palmera extiende el brazo y te
saluda, los buques transportan tus andares y las nubes
tu belleza hacia el crepúsculo. 

***
Max Blecher (Botoșani, 1909-Roman, 1938)
Versiones de Joaquín Garrigós

jueves, 3 de octubre de 2024

miguel ángel zapata / dos poemas













El patio

*

Un cuervo aleja al ave de mal agüero,
en su lugar coloca sus alas joviales
y escribe en el aire
su dilema sobre la concordancia.

Un cuervo con un ala rota no es
signo de debilidad ni miedo.
Es señal de desamparo, pero no de
derrota.

No podría, además, escribir sin el cuervo
que ha vuelto otra vez a acompañarme
cuando escribo afiebrado sin remedio.
Su poema es turbio como una tormenta
de sílabas en un campo de plumas.

Voy contra la neblina, tranquilo,
mi calle sosegada me conforta.

Mi poema es un patio con sus macetas
de tres colores, y la parrilla que humea
su sabor a carne asada.

Aquí todo sucede. Mi madre se pasea entre
los árboles y mi hija riega las plantas.
Los cuervos escriben conmigo una oda al
joven Mozart. Así pasan los días
cuando cartas no escribo
ni saludo a nadie en el vecindario.

~

Ensayo sobre la rosa

*

                            Unas rosas re-raras oh
                                            Oscar Hahn

1

Busco siempre rosas raras para mis floreros de barro. Rosas que borren la tinta gris y los colores exagerados del cielo. Rosas que no lloren pero que sientan el vacío de los largos patios de la memoria, las puertas que se han cerrado y esperan una mano para volver a vivir. La lluvia nos moja sin saberlo, y la rosa piensa que tiene voz de oro, no sabe que es sonido de una silaba incolora.

2

Los mirlos le carcomen su pecho colorado y siente un dulce dolor inexplicable. La rosa de la ciudad es distinta a la rosa del campo. Una es mundana y le gusta la noche, los avisos luminosos y la gente que la mira con prisa. La otra es como la tinta verde de los geranios y conoce el cielo como su propia muerte. Por eso tal vez siempre busco rosas raras para mis floreros de arcilla: rosas mas calladas, menos presuntuosas, rosas de bosque o de patio privado.

3

En una época fui repartidor de rosas. Llevaba belleza a las casas. Alegraba los corazones de la gente, y muchas veces vi prenderse las ilusiones tras las puertas y las ventanas. Algunas veces llevé rosas a los cementerios donde la muerte se confundía con la hermosura de la hierba. También traje rosas en floreros de barro, tal vez por eso me atraigan tanto las macetas, los tulipanes y los pistilos de Georgia.

4

Mi madre es una rosa llena de ríos. Hermosa curiosidad su piel: una perfecta combinación de canela con miel, solo comparable con los interminables campos de Chulucanas. Mi madre es una rosa de noventaiseis pétalos bien dispuestos por el algarrobo y el mango. Cada espacio en su lugar: la voz que entona canciones del novecientos y el corazón abierto como una manzana. Es la rosa más bella de mi jardín.

5

En otra época coleccioné una exquisita variedad de rosas. Mis hijas fueron las rosas más bellas de California. Las rosas no caen ni se mueren, en cambio, se levantan como un roble cuando quieren, son el sol y la sombra de cada día: la trenza de las niñas, el sol del ingrato azar.

6

A veces pienso en la rosa de Blake y su gozo carmesí, o en los mares interiores de la rosa de Rilke y sus cámaras ardientes respirando el orificio de una tarde vana. Aquí mi lámpara de hierro no sofoca mis inquietudes, ni la ceniza ni la piedra estropea mi fe. Mas allá de todo están las rosas bermejas de Milton y de Borges rozándoles la cara mientras miran un cuadro del Bosco. Después de todo el camino es la piedra o la ceniza.

El florero nos suplica: déjame ver la ceniza, después la rosa.

***
Miguel Ángel Zapata (Piura, 1955)

miércoles, 2 de octubre de 2024

rosa maria martelo / tres poemas










Verde

*

1.
Ver crecer la más alta hoja de la palmera imperial, el verde enrollado todavía en lo alto de la gran columna que es una palmera, aunque más ágil, de tan ligera. Podría imitar aquí esa subida frágil, el finísimo latir de las hojas al viento, en verano, y describir la larga nave entre las dos fileras de palmeras, las columnas bajo ningún techo, el verde azul de las flechas por abrir.

Pero, ¿cómo no fijar de más la vibración de los troncos altos, la inclinación de los capiteles y lo que hace más derecha a una palmera que la columna más derecha, más alta incluso que su altura? Y, ¿cómo saber por qué razón, en esta palmera, la más alta hoja aún elegante contra el cielo yergue quien la ve como la brisa haría volar un pedazo de papel, o quien de todo el peso se perdiese más allá de la mirada?

2.
La mañana trajo el calor por el que esperábamos hace tanto tiempo. Algunos árboles arriesgan un poco de verde, muy poco todavía, anteviendo la diferencia que habrá mañana, de aquí a días, las grandes copas cargadas de hojas. Pero todo se sucederá casi imperceptiblemente, y no como en el paso de cebras, antes de atravesar la calle: «para que se ponga verde, pulse aquí». La gran fábrica de verde es lenta, trabaja a deshoras, en la oscuridad, y no tiene (felizmente) ningún mando en la superficie.

~

Amarillo

*

En Silves esa vez, el amarillo no sería bien un color, era el perfume de un naranjal en flor, tan envolvente que parecía cosa más de color, e intensísima: el amarillo reverberaba en los ojos, en la nariz, en el zumbido de los insectos. Habíamos entrado en ese naranjal para atravesarlo, pero fue él al final que nos traspasó de punta a punta. Más tarde, un escultor creó en el centro de una gran pared (6mx6m) un fondo que no se veía (x3m) y lo cubrió por entero de pigmento amarillo. El efecto óptico era tal que el amarillo se soltaba y reverberaba en el aire, como una exhalación: el naranjal de Silves otra vez, el mismo aroma en flor, el mismo color, aunque en la relación inversa. Más tarde aún, un poeta escribió esto de otra manera. Dijo él que «delante de los limoneros crecía el aire amarillo / dedicado / a quien por allí se lucía». Como si humanamente hablase por los ojos de los insectos atolondrados en el calor. Fue cuando yo supe que la sinestesia es lo más humano de los puntos de vista no humanos: ver con todos los sentidos juntos, como si ver no exigiese ninguna creencia. Como la música.

~

Siringe - III

*

Herramientas sucias, parrillas justas,
justificaciones – no quería justificar
nada, sólo decir: veo. O sino: sé.
La cara exterior del lado de dentro
no se distingue de la
cara interior del lado de fuera;
fina membrana, la misma vibración.

Pensaba en ese órgano traductor usado por las aves: siringe,
el lado de dentro del lado de fuera del pájaro,
que es obviamente este donde estoy,
estamos. El lado que no canta sino mimeografiado.

Siringe: analizar la cuestión de saber si las aves
son cantoras sólo porque sin ellas el mundo
no cantaría. La belleza del mundo necesita aves,
¿banda sonora? Un arco de violín en el borde de la mesa
hace vibrar ínfimos gránulos sobre la superficie lisa, y
ellos dibujan patrones geométricos, ordenan el espacio.
Nosotros, no. Muchas veces, no. Gritos y más gritos en el desorden
de los cristales rotos, tiros, granadas, explosiones.

Schön, shine, el mismo origen; brillo, belleza.

Los grillos no tienen siringe. ¿Qué esconden
de semejante bajo las alas? Cuando cantan
la luz queda más plateada,
aunque sean dos órdenes diferentes de acontecimientos.

¿Empezaba a entender un poco mejor?
Un año después, a siete mil metros de altitud, leía estas notas.
El sonido de las turbinas del avión nos mantenía en el aire,
vibraba. A esta altura ya ningún ave canta; y sin embargo, imitamos así
la siringe de las aves, las alas de los grillos, patosamente, roncamente.
La jeringa recoge, transporta, inocula. Materia
contra materia en el desplazamiento del aire; nosotros, que no somos de aquí,
que tal vez hayamos venido únicamente para esto:
el asombro y la traducción.

***
Rosa Maria Martelo (Vila Nova de Gaia, 1957)
Versiones de Raquel Madrigal Martínez

/

Verde

*

1.
Ver crescer a mais alta folha da palmeira imperial, o verde enrolado ainda no cimo da grande coluna que é uma palmeira, embora mais ágil, de tão leve. Podia imitar aqui essa subida frágil, o finíssimo pulsar das folhas ao vento, no verão, e descrever a longa nave entre as duas fiadas de palmeiras, as colunas sob nenhum tecto, o verde azul das flechas por abrir.

Mas como não fixar em demasia a vibração dos troncos altos, a inclinação dos capitéis e o que faz mais direita uma palmeira que a coluna mais direita, mais alta até que a sua altura? E como saber por que razão, nesta palmeira, a mais alta folha ainda a prumo contra o céu ergue quem a vê como a aragem faria voar um pedaço de papel, ou quem de todo o peso se perdesse além de olhar?

2.
A manhã trouxe o calor por que esperávamos há tanto tempo. Algumas árvores arriscam um pouco de verde, muito pouco ainda, a antever a diferença que haverá amanhã, daqui a dias, as grandes copas cheias de folhas. Mas tudo se passará quase imperceptivelmente, e não como na passadeira, antes de atravessar a rua: «para obter o verde, carregue aqui». 
A grande fábrica de verde é lenta, trabalha a desoras, no escuro, e não tem (felizmente) nenhum comando à superfície.

~

Amarelo

*

Em Silves dessa vez, o amarelo não seria bem uma cor, era o perfume de um laranjal em flor, tão envolvente que parecia coisa mais de cor, e intensíssima: o amarelo reverberava nos olhos, no nariz, no zumbido dos insectos. Tínhamos entrado nesse laranjal para o atravessar, mas foi ele afinal que nos trespassou de ponta a ponta. Mais tarde, um escultor criou no centro de uma grande parede (6mx6m) um fundo que não se via (x3m) e cobriu-o por inteiro de pigmento amarelo. O efeito óptico era tal que
o amarelo se soltava e reverberava no ar, como uma exalação: o laranjal de Silves outra vez, o mesmo aroma em flor, a mesma cor, embora na relação inversa. Mais tarde ainda, um poeta escreveu isto de outra maneira. Disse ele que «defronte dos limoeiros crescia o ar amarelo / dedicado / a quem por lá se luzia». Como se humanamente falasse pelos olhos dos insectos atordoados no calor. Foi quando eu soube que a sinestesia é o mais humano dos pontos de vista não humanos: ver com os sentidos todos juntos, como se ver não exigisse crença nenhuma. Como a música. 

~

Siringe - III

*

Ferramentas sujas, grelhas justas,
justificações – não queria justificar
nada, apenas dizer: vejo. Ou então: sei.
A face exterior do lado de dentro
não se distingue da
face interior do lado de fora;
fina membrana, a mesma vibração.

Pensava nesse órgão tradutor usado pelas aves: siringe,
o lado de dentro do lado de fora do pássaro,
que é obviamente este onde estou,
estamos. O lado que não canta senão mimeografado.

Siringe: equacionar a questão de saber se as aves
são canoras apenas porque sem elas o mundo
não cantaria. A beleza do mundo precisa de aves,
banda-sonora? Um arco de violino no rebordo da mesa
faz vibrar ínfimos grânulos sobre a superfície lisa, e
eles desenham padrões geométricos, arrumam o espaço.
Nós, não. Muitas vezes, não. Gritos e mais gritos na desordem
dos vidros partidos, tiros, granadas, explosões.

Schön, shine, a mesma origem; brilho, beleza.

Os ralos não têm siringe. O que escondem
de semelhante sob as asas? Quando cantam
a luz fica mais prateada,
mesmo se são duas ordens distintas de acontecimentos.

Começava a entender um pouco melhor?
Um ano depois, a sete mil metros de altitude, lia estas notas.
O som das turbinas do avião mantinha-nos no ar,
vibrava. A esta altura já nenhuma ave canta; e todavia, imitamos assim
a siringe das aves, as asas dos ralos, desajeitadamente, roucamente.
A seringa recolhe, transporta, inocula. Matéria
contra matéria na deslocação do ar; nós, que não somos daqui,
que talvez tenhamos vindo mesmo só para isto:
o espanto e a tradução.

martes, 1 de octubre de 2024

franny choi / el mundo sigue acabándose, y el mundo sigue adelante










Antes del apocalipsis, hubo el apocalipsis de los barcos:
barcos de prisioneros, barcos quebrándose bajo un cielo acerado, barcos que hacían brotar
cadáveres como algas en la orilla. Antes del apocalipsis, hubo el apocalipsis
de la bomba en la mezquita. El apocalipsis del taxista desfigurado
por las llamas. Hubo el apocalipsis del dejar, y del haber dejado—
de mi madre despegándose de la tumba de su madre mientras el avión
carreteaba por la pista. Antes
del apocalipsis, hubo el apocalipsis de los aviones.
Hubo el apocalipsis de los oleoductos dictando su propia ley a través del agua sagrada,
y el apocalipsis de los perros. Antes del cual vino el apocalipsis de los perros
y los camiones hidrantes. Y antes de ése, el apocalipsis de los perros y de los cazadores de esclavos
cuyos rostros brillaban a la luz del farol. Antes del apocalipsis,
el apocalipsis de las abejas. El de los colectivos. Apocalipsis de las fronteras
alambradas. Apocalipsis de los ganchos. Apocalipsis en la omisión selectiva de los libros
de texto. Hubo el apocalipsis del acuerdo
y de la máquina de gaseosa; el apocalipsis del asentamiento de los colonos y
las jarras con cueros cabelludos; hubo el jolgorio de la comida enlatada; la lluvia radioactiva;
el mártir sin un asiento reclamando un nombre. A mí me parió por un apocalipsis
y vengo a decirles lo que sé —y esto es que el apocalipsis empezó
cuando Colón agradeció a Dios y echó el ancla. Empezó cuando rebanaron
un continente para repartírselo. Empezó cuando Kublai Kan le dijo a Marco, arrancá
por el principio. Para cuando el apocalipsis empezó, el mundo ya se había acabado.
Acabó cada día por uno o dos siglos. Acabó, y otro mundo
agonizante dio vueltas en lugar suyo. Acabó, y nos despertamos y pedimos cafés a la griega,
el líquido estuoso atravesándonos los dientes, mientras por todas partes el apocalipsis gruñía,
el apocalipsis recordaba, nuestro querido, amado apocalipsis —bajó despacio
entre los árboles en torno nuestro, con tanto ruido que al final dejamos de oírlo.

***
Franny Choi (Massachusetts, 1989)
Versión de Mariana Spada

/

The World Keeps Ending and The World Goes On


Before the apocalypse, there was the apocalypse of boats:
boats of prisoners, boats cracking under sky-iron, boats making corpses
bloom like algae on the shore. Before the apocalypse, there was the apocalypse
of the bombed mosque. There was the apocalypse of the taxi driver warped
by flame. There was the apocalypse of the leaving, and the having left—
of my mother unsticking herself from her mother’s grave
as the plane barreled down the runway. Before
the apocalypse, there was the apocalypse of planes.
There was the apocalypse of pipelines legislating their way through sacred water,
and the apocalypse of the dogs. Before which was the apocalypse of the dogs
and the hoses. Before which, the apocalypse of dogs and slave catchers
whose faces glowed by lantern light. Before the apocalypse,
the apocalypse of bees. The apocalypse of buses. Border fence
apocalypse. Coat hanger apocalypse. Apocalypse in the textbook’s
selective silences. There was the apocalypse of the settlement
and the soda machine; the apocalypse of the settlement and
the jars of scalps; there was the bedlam of the cannery; the radioactive rain;
the chairless martyr demanding a name. I was born from an apocalypse
and have come to tell you what I know—which is that the apocalypse began
when Columbus praised God and lowered his anchor. It began when a continent
was drawn into cutlets. It began when Kublai Khan told Marco, Begin
at the beginning. By the time the apocalypse began, the world had already ended.
It ended every day for a century or two. It ended, and another ending
world spun in its place. It ended, and we woke up and ordered Greek coffees,
drew the hot liquid through our teeth, as everywhere, the apocalypse rumbled,
the apocalypse remembered, our dear, beloved apocalypse—it drifted
slowly from the trees all around us, so loud we finally stopped hearing it.